El Camino de Santiago ha tenido y tiene un aliciente y atractivo especial. Basta ver a tantos peregrinos -de muchas nacionalidades- y es impresionante cuando uno los ve y causan admiración puesto que su único objetivo es la alegría de dar el abrazo al “Señor Santiago” y en este modo de situarse ponen la ilusión en la aventura de lo que supone caminar y vivir las múltiples circunstancias adversas o gozosas de la peregrinación. Si se les pregunta la razón por la que realizan dicha aventura, generalmente responden que necesitan serenar su vida, encontrar razones para dar respuesta a tantos interrogantes que se le plantean y vivir este acontecimiento como un apoyo de fe en Dios como garante de su vida. Esta disposición se enmarca en una peregrinación que generalmente se hace a pie por los campos y montañas de varias provincias españolas.

El Camino de Santiago se convierte en un camino que ayuda a reflexionar y a encontrarse con lo transcendente de la existencia humana que está marcado por tantos signos religiosos (templos, ermitas, albergues de acogida, Eucaristías, sacramento del perdón, oraciones compartidas…). Bien se puede decir que es un Camino de Misión puesto que los agentes de pastoral como sacerdotes, religiosos y laicos van armonizando dicha peregrinación a los viandantes; son señales vivas de la encomienda que está confiada por Cristo: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). Muchas veces lo he podido comprobar en Roncesvalles donde comienzan a caminar los peregrinos y al atardecer de cada día un grupo numeroso asiste a la celebración de la Misa y a la bendición final que como un regalo especial reciben para el inicio de su ruta. En sus rostros se observa un fuerte deseo de encontrarse consigo mismos y con Dios.

El peregrino encuentra un sentido a su vida: Muchos de ellos han restaurado su matrimonio, otros han descubierto su vocación de consagración como me comentaban dos jóvenes religiosas (una polaca y otra ucraniana), algunos han fortalecido su fe, más abundantes son los que se han encontrado con la vida cristiana y emprenden una nueva vida dejando la anterior como una pesadilla o atormentada por el pecado. ¡Cuánto bien se puede hacer en la atención a los peregrinos! Es un Camino de Misión que nos implica a todos aquellos que tenemos el deber de anunciar a Jesucristo con palabras, testimonios y gestos de amor. Esta es labor de todos los cristianos.
La misión no ha de cerrarse en unos sino ha de abrirse a todos. Ni ha de acomplejarse ante las adversidades y ataques que puedan hacernos. En una sociedad que parece dar la espalda a Dios, más hemos de amarla; ante las instancias secularistas que amortiguan cualquier injerencia externa y más si esta es religiosa, el misionero ha de ponerse, al estilo de Jesucristo, a anunciar con alegría el evangelio. Al final del camino el proyecto de Dios será el más fiable puesto que es el más genuino. El proyecto del hombre desenganchado del proyecto de Dios será un fracaso y una ruina. Por ello la misión hoy es muy necesaria y urgente. La Iglesia ha de anunciar con valentía, por el bien del género humano, la única verdad que es Jesucristo. Existe la tentación del complejo cristiano y de hecho muchos sienten superiores las propuestas de la sociedad materialista, hedonista y pan-sexualista a las grandes afirmaciones del evangelio. El Camino de Santiago es un buen vehículo para transmitir la fe y por ello es una buena oportunidad para seguir evangelizando como Camino de Misión.

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