La Iglesia que vive, desde hace siglos, nunca se ha sentido falta de vocaciones al ministerio sacerdotal. Unas épocas habrán sido más fructíferas y otras han disminuido de forma contrastante. Y la pregunta que muchas veces nos hacemos: ¿Es necesario el sacerdocio ministerial? Y la respuesta es muy fácil: ¡Sí! Se necesitan sacerdotes para que el mensaje de Cristo y la presencia suya en los Sacramentos conformen la historia de Salvación en la humanidad y en el Pueblo de Dios de todas las épocas. Pero sucede que miramos al pasado y utilizamos la medida de la cantidad. Antes, en otras décadas, había muchos y ahora hay muchos menos. Las quejas y los lamentos no sirven para nada. La positividad y la mirada de Cristo que nos invita a evangelizar y a misionar las comunidades, aunque sean pequeñas, esto es lo más importante. Tal vez ha llegado la época de reinstaurar las pequeñas comunidades. Hemos sido masa y ahora las circunstancias, que la Providencia de Dios permite, nos invitan a ser fermento y el fermento es muy pequeño. Oigamos al Señor: “El Reino de los Cielos es como la levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, hasta que fermentó todo” (Mt 13, 33). La levadura es imagen del cristiano. Viviendo en el mundo sin desnaturalizarse, el cristiano gana con su ejemplo y su palabra a las personas para el Señor.

Este es el reto que, tal vez, el Espíritu Santo nos lanza en estos momentos de la historia. Muchas veces comprobamos que los movimientos sociales, en su amplio espectro, no facilitan tal estilo de vida y de pensamiento, porque la tendencia es muy distinta y las motivaciones nada tienen que ver con la vida evangélica. Pero esto no ha de ser obstáculo para mostrar que la vida cristiana es la mejor suerte y herencia que puede darse en el ser humano. El ejemplo arrastra y el testimonio cristiano hace mella en los que están observando. Así lo vivió San Agustín: “Si isti et istae, cur non ego? (Si estos y estas lo han hecho ¿por qué yo no?)” (cfr. Conf. IX, c. 27). Fue el testimonio de vida de los compañeros del santo que le hicieron reflexionar y entonces cambió de modo de pensar y de estilo de vida (una vida disoluta y superficial) por una vida evangélica y gozosa. Tal fue el impacto que causaron sus coetáneos que eligió el sacerdocio llegando, con el tiempo, a ser Obispo.

La vida y el testimonio arrastran. Por eso hoy se necesita animar y alentar a las familias, a los consagrados en sus distintos carismas, a los sacerdotes y demás fieles del Pueblo de Dios para plantearnos seriamente el seguimiento de Jesús con radicalidad. Los seminaristas nacen y se fortalecen en ambientes de fuerte espiritualidad. Conocemos muchos casos y experiencias preciosas de seminaristas o religiosos que nos narran su experiencia y dicen: “Me encontré con un sacerdote que me fascinó con su vida y me planteé vivir y ser como él”. “En mí familia rezábamos juntos todos los días y leyendo el evangelio y la llamada de Jesús a los apóstoles, sentí lo mismo: ser sacerdote”. “Vi a unas religiosas que atendían a los más necesitados y me encontré con su carisma y me decidí a ser como ellas”. “Un día después de una fiesta con los amigos, sentí un gran vacío dentro, entré en una Iglesia y sentí mucha alegría. Ahora soy religiosa de clausura”. “La vivencia en una comunidad cristiana despertó en mi la entrega para ser sacerdote”. Y muchas más podríamos exponer. Lo cierto es que, cuando se vive en las fuentes del Amor de Dios, esto atrae como el imán.

Pero también es cierto que hay muchos obstáculos y en este momento histórico lo podemos comprobar al tener en la mano todos los informes e informaciones que corren por los ambientes de redes sociales. Las propuestas son tantas que nos falta tiempo o no se tiene tiempo para profundizar en el silencio interior y en la vida de oración. La vocación nace cuando se escucha a Dios y se le oye a través de su Palabra. “El Seminario, es misión de todos”. Este es el lema de este año y lo primero que aconsejo- a todos vosotros diocesanos- es que recéis por los seminaristas puesto que la llamada es un don de Dios, que invitéis y aconsejéis a los jóvenes presentándoles la grandeza y belleza de seguir a Cristo, que mostréis experiencias de personas que han sido generosos en la entrega a Jesucristo y su Iglesia… Todos tenemos una responsabilidad para seguir fomentando las vocaciones hacia el ministerio sacerdotal. Colaboremos todo lo posible en ello. Dios nos lo premiará.

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