Nos encontramos asidos a la fragilidad de nuestros sentimientos y de nuestros fallidos, muchas veces, proyectos existenciales. Es muy común oír decir que la vida tiene muchos desengaños. La Biblia nos pone ante estas debilidades que se hacen presente en el ser humano: “Me he desconcertado, me he inclinado hasta grado extremo; todo el día he andado triste” (Sal 38,6). Según dicen los expertos todos nos sentimos tristes alguna vez o varias veces, pero la depresión clínica es un trastorno debilitante y continuo que interfiere con las actividades cotidianas de la persona. No todos concuerdan respecto a lo que es una tristeza normal pero lo que no se puede es caer en la falta de reconocimiento de aquellos que sufren a causa de las emociones o sentimientos extremadamente negativos: se sienten inútiles o se flagelan con sentimientos de culpa que, como una losa, no les deja tranquilos y sin saber reaccionar.

No pretendo suplantar a aquellos que conocen las intimidades psicológicas de la persona, pero sí recordar que la vida religiosa o la espiritualidad cristiana algo tienen que aportar a la hora de encontrarse la persona en estas situaciones de depresión. “Creer en Dios ayuda y anima en el proceso de curación a la depresión” (Rush University Medical Center de Chicago, en EEUU). Otras investigaciones, realizadas por los científicos de la Universidad de Miami de EEUU, revelaron que las personas religiosas tienen mayor capacidad de autocontrol que las no religiosas y regulan de manera más eficiente sus actitudes y emociones. La finalidad de conseguir objetivos para ellos valiosos, como son los transcendentales, motivan para ser fuertes puesto que se sienten amados y acogidos por Dios. Según estos científicos, ante el vacío interior, la oración o meditación espiritual afecta a parte de la corteza del cerebro humano que resultan claves en la autorregulación y el autocontrol porque proporcionan modelos claros de comportamiento. También se ha constatado que personas, con una profunda vida interior y espiritual, tienden a un mejor rendimiento en el trabajo, son felices y la vida se hace más apacible.

Es interesante constatar la viveza de quien cree y lo que puede reportarle en beneficio de saber aceptar la situación y darle el sentido auténtico sin caer en la desesperanza y angustia existenciales. Es verdad que “La fe puede ayudar, pero normalmente por sí sola no cura la depresión, igual que no cura una gripe o la avería de un coche”, decía Eduard Fonts psicólogo y teólogo. A veces se tiene todo resuelto, personas que alrededor nos ayudan y nos quieren pero la depresión se cuela como un río que desborda y arrasa con todo. Un paciente decía: “Quien tiene fe, tiene que aceptar la enfermedad como la piedra acepta el cincel del escultor: pasas de tener toda la tristeza del mundo a tener energías limitadas pero una vida por vivir”. No se tiene fuerzas y la mente se trastorna pero hay una Luz que hace mirar hacia adelante: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Actualmente, según la OMS (Organización Mundial de la Salud) la depresión afecta a más de 350 millones de personas en el mundo.

Muchos santos han experimentado la depresión. Pensemos en San Ignacio de Loyola (siglo XVI) que tenía fuertes sentimientos de inquietud y sufrimiento, él mismo define la desolación como un desconsuelo, irritabilidad, inseguridad respecto a sí mismo y a sus decisiones. Son momentos que Dios permite para sacudirnos de nuestro pecado y llamarnos a la conversión, de ahí que se debe intensificar la conversación con Dios, que dará alivio en el momento oportuno. Ignacio descubrió que la depresión puede ser un gran desafío espiritual y una excelente oportunidad de crecimiento humano y espiritual. San Juan de la Cruz (siglo XVI) afirmaba que Dios permite la drástica prueba de aridez espiritual, la completa falta de fervor sensible, la duda espesa respecto a su existencia, la rebelión ante los injustos reveses de la vida, la desesperación frente a la tragedia y todo porque hay “una noche oscura del alma”. Aquellos santos que tuvieron depresión, nunca se rindieron ante ella y aunque tuvieran que sufrir esto no les impedía recurrir a la ciencia médica y a la medicación como soporte de ayuda ante tal dificultad o enfermedad.

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