PREDICAR EL EVANGELIO EN MEDIO DE UNA FUERTE OPOSICIÓN

Hoy celebramos la fiesta de San Saturnino, llamado también San Cernin, su nombre provenzal, es venerado desde antiguo como patrono principal de la ciudad de Pamplona (Navarra). La tradición lo presenta bautizando a San Fermín y a los primeros cristianos pamploneses. Fue obispo de Tolosa (Francia) y allí dio testimonio de Cristo con su entrega y con su sangre en el siglo III. En él se hizo presente lo que refiere el profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados” (61, 1-2). Así intentó realizarlo San Saturnino y en medio de la oposición tuvo el coraje de anunciar a Jesucristo y su mensaje de salvación, sabiendo que se jugaba su vida física y todo porque –como dijo San Pablo-: “Tuvimos valor, apoyados en nuestro Dios, para predicar el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición” (Tes 2, 1). Los mártires son libres, “libre en relación al poder, al mundo, una persona libre, que en un acto definitivo dona a Dios toda su vida, es un supremos acto de fe, de esperanza y de caridad, se abandona en las manos de su Creador y Redentor, sacrifica la propia vida para ser asociado en modo total al Sacrificio de Cristo en la Cruz” (Benedicto XVI, Catequesis, 2010).

La Iglesia que contempla el rostro de Dios revelado en Jesucristo como Padre rico de Misericordia, se hace misionera para llegar a ser sal de la tierra y trazar proféticamente aquellas vías que ayuden a sanar las heridas de la humanidad y a construir un mundo más unido, según el proyecto común, a nivel eclesial, cultural y social. El martirio de San Saturnino nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad, no admite componendas. La Verdad es Verdad, no hay componendas. “La vida cristiana exige, por decirlo así, el martirio de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, la valentía de dejar que Cristo crezca en nosotros, que sea Cristo quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto sólo puede tener lugar en nuestra vida si es sólida la relación con Dios” (Benedicto XVI, Catequesis, 29 de agosto 2012). Muchas cosas no salen bien porque no se reza, no es tiempo perdido rezar. Si tenemos el coraje para dedicar un tiempo a la oración encontraremos que será Dios mismo quien nos dará la fuerza y la capacidad para vivir con más felicidad y serenidad, para superar las dificultades y dar testimonio de él con valentía.

El martirio es un acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios. Por eso se entiende el evangelio que hemos escuchado: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que aborrece su propio yo, se gana todo para la vida eterna” (Jn 12, 24-26). Esta afirmación evangélica es un toque de atención que nos ayuda  a revisar nuestro estilo de vida. Hoy día podemos afirmar que hay varios problemas que están afectando a la sociedad y que han provocado ciertas frustraciones.

El ser humano ha de plantearse de dónde viene y hacia dónde va. Los analistas que estudian el espíritu humano generalmente afirman que uno de los grandes males o enfermedades síquicas se dan cuando se pierde el sentido de la transcendencia. Si la vida se sustenta sólo en lo material, en lo hedónico y en el pansexualismo, llega un momento que el vivir no tiene sentido y la única salida que se presenta es la autodestrucción. Otra frustración que los mismos especialistas han llegado a afirmar y subrayar es la relación personal deteriorada por el individualismo, es decir que la persona que se tiene enfrente no significa nada y todo lo más en tanto en cuanto me sirva para la realización de mis propios gustos y deseos.  Y una de las actitudes que hacen morir el propio yo y que más bien hacen a la vida interior de la persona es la capacidad de pedir perdón y sentirse perdonada. La mejor medicina que cuida y cura el corazón humano es saber perdonar. Muchos conflictos personales, familiares y sociales en el amplio espectro vital serían superados gracias al perdón.

Por lo tanto tal vez no estemos llamados al martirio como San Saturnino pero ninguno de nosotros está excluido de la llamada a la santidad, a vivir en alta medida la existencia cristiana y esto implica romper con el propio yo, como el grano de trigo, e implica tomar la cruz de cada día sobre sí. Así rogamos a San Saturnino que sepamos ser capaces de ofrecer la vida por amor a Cristo y a la Iglesia y todo en beneficio del mundo.

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