Muchas veces nos quejamos de que las cosas no salen bien y ¿por qué no acudimos a las causas de tales males? La fuente de donde provienen las mayores catástrofes morales, como dice el apóstol Santiago, es “la concupiscencia que atrae y seduce” (St 1,14). Desde los inicios de la humanidad la tentación es recurrente y permanente. Pero hemos de estar atentos para discernir bien puesto que una cosa es “ser tentado” y otra es “consentir” en la tentación. Las tentaciones tienen un objetivo en nuestra vida y hay que aprender a descubrirlo. La palabra tentación procede de la palabra latina tentatio que significa prueba. Y bien sabemos que sólo ante las pruebas podemos descubrir cuánta resistencia podemos forjar. Por eso, debemos tener muy claro que advertir que se acerca la tentación no es pecado, lo que sí lo es, es consentirla, dejarse llevar acurrucándose en ella.

No hemos de extrañarnos cuando esta llegue. Y son varias formas o de características muy diversas. Enumeramos algunas de ellas y nos daremos cuenta que son muy frecuentes. La envidia ataca por todos los lados y se incrusta de tal manera que se justifica de forma muy ladina. La envidia es un sentimiento o estado mental que “manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea de forma indebida” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2539). Otra tentación es el chismorreo y hablar mal de los demás que se prodiga en todos los ambientes y por todos los medios de comunicación. Esto destruye todos los ámbitos de la vida como la familia, la escuela, el lugar de trabajo. “Por la lengua comienzan las guerras… muchas veces, todos lo sabemos, es más fácil o más cómodo ver y condenar las faltas y pecados de los demás, sin ver los propios con la misma lucidez” (Papa Francisco, Ángelus, 3 de marzo 2019).

Hay otras tentaciones que son muy sutiles. Como alguien extraño que suele entrar en la experiencia cotidiana es la lujuria, que son actos sexualmente inapropiados y que se sustentan en la concupiscencia desbocada. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo. Hay una que es muy común en nuestra época y es la tentación de rechazar a Dios y Benedicto XVI hablando del protomártir San Esteban decía: “El protomártir en su reflexión sobre la acción de Dios en la historia de la salvación, pone de relieve la perenne tentación de rechazar a Dios y su acción, y afirma que Jesús es el Justo anunciado por los profetas; en Él, Dios mismo se ha hecho presente de manera única y definitiva; Jesús es el lugar del culto definitivo” (Audiencia General, 3 de mayo 2012). Tal vez hoy es una de las tentaciones más presentes: negar a Dios y rechazar su Palabra.

Conviene saber que, si Dios permite que existan las tentaciones y que las tengamos en nuestra puerta, también nos dará todas las gracias necesarias para salir victoriosos. “No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito” (1Cor 10, 13). Hay que desconfiar de las propias fuerzas, porque se puede ser infiel a Dios y recibir su reprobación. Ante ellas tener muy presente que existe la ayuda si uno lo quiere. De ahí que una de las armas más eficaces para poder vencer las tentaciones es la oración y así nos lo aconseja el Señor: “Orad para no caer en tentación” (Lc 22, 40).

El ejemplo lo tenemos en Jesús y de él hemos de aprender. De hecho Jesús tuvo tentaciones y los evangelios nos lo refieren, cuando se le presenta Satanás y le tienta para que convierta unas piedras en pan o lo lleva a lo alto de la Ciudad Santa para que se tire y vendrán los ángeles a recogerle o le muestra desde lo alto de un monte todos los reinos y Satanás le ofrece todo si le adora; pero Jesús le responde: “Apártate, Satanás, pues está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a Él dará culto. Entonces le dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían” (Mt 4, 1-11). En él hemos de tomar ejemplo. “Si el Señor permitió que le visitase el tentador, lo hizo para que tuviéramos nosotros, además de la fuerza de su socorro, la enseñanza de su ejemplo… Ha combatido para enseñarnos a combatir en pos de Él. Ha vencido para que nosotros seamos vencedores de la misma manera” (San León Magno, Sermo 39 de Quadragesima).

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