HOMILÍA CON MOTIVO DE LAS ORDENACIONES DE DIÁCONOS 22-11-2009

Hoy es para nosotros un día muy especial de alegría. Al gozo de celebrar la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, se une el júbilo que supone la ordenación de tres nuevos diáconos: Jesús, Santiago y Francisco-Javier;  y la admisión a Órdenes de Juan Tejero. Es una alegría grande para vosotros, para vuestras familias, para vuestras parroquias y, de modo muy particular, para mí y para nuestra diócesis de Pamplona y Tudela. Se enmarca además dentro del año sacerdotal que estamos celebrando y que espero nos pueda ayudar para profundizar en nuestra espiritualidad y apostolicidad. Dejemos que el Espíritu del Señor nos impulse para ser auténticos testigos de su amor.

1.-En la oración colecta hemos pedido «que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin». Vosotros habéis sido elegidos de forma específica para servir al Señor, que eso significa la diakonia que vais a recibir; y para dar gloria a Dios con la entrega definitiva de vuestra vida y la donación completa de vuestro amor, simbolizado en el celibato al que hoy os comprometéis. Vuestro amor a Cristo es tan intenso y tan abarcante que no hay lugar para amores humanos particularizados.

Con solemnidad nos dirigimos hoy al Padre y proclamamos: «tú, Dios nuestro, consagraste Sacerdote eterno y rey del universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría». Jesucristo, en efecto, es Sacerdote y es Rey, de tal manera que ejerce su realeza en la ofrenda de sí mismo en el altar de la Cruz para salvar a todos los hombres.

En el episodio que hemos escuchado en el Evangelio Jesús respondió a Pilato con claridad: «mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36). No imaginemos, por tanto, los reinados humanos que se imponen por la fuerza y, a veces, con la división y la guerra. Cristo no domina ni busca imponerse; no ha venido a ser servido, sino a servir; su reino es la paz, la alegría, la justicia. Y si dejamos que Cristo reine en nuestras vidas, seremos colaboradores en la expansión de su reino: seremos servidores de Dios y por Él servidores de nuestros hermanos, los hombres. ¡Qué hermosa palabra, servir!, qué maravillosa misión, el servicio. Vosotros diáconos y nosotros, sacerdotes llegamos a ser ministros de Cristo en este divino propósito de unir lo que esta roto, de salvar lo que está perdido, de reorientar lo que está descaminado. El camino para llegar a esta meta es largo y no admite atajos; cada uno de nosotros debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás; llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Este es el modo de reinar de Cristo, este es su proyecto de salvación, que se revela poco a poco en la historia.

2.- «Su reino no acabará», hemos leído en el libro de Daniel (Dn 7,14); es decir, durará para siempre sin altibajos ni paréntesis. En los momentos que nos toca vivir hay una invasión de relativismo y parece que ni la verdad puede ser definitiva ni el amor permanente, ni las decisiones radicales. Nosotros contemplamos a Jesucristo en quien han llegado a plenitud las palabras de la profecía de Natán, «reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin» (Lc 1,33; cf 2S 7,13). El Señor es fiel a sus promesas y mantiene su palabra para siempre. El Papa Benedicto XVI, decía en el mes de septiembre (12-septiembre-2009) que las tres características del ministerio sacerdotal son fidelidad, prudencia y bondad. Señalaba que la fidelidad es altruismo, y precisamente así es liberadora para el ministro mismo y para cuantos le son confiados. Fidelidad al ministerio recibido como reza la oración consecratoria de hoy: «que, fortalecidos con tu gracia de los siete dones desempeñen con fidelidad su ministerio». Queridos diáconos, sed fieles al don que recibís y al compromiso que asumís.

Para ello, no olvidéis que la oración es imprescindible para mantenernos fieles. A partir de hoy se os confía el maravilloso encargo de rezar la oración oficial de la Iglesia en la liturgia de las Horas. Rezad cada día el Oficio divino con atención y delicadeza, con sentido sacerdotal: no olvidéis que en vosotros reza la Iglesia entera y la Iglesia lo hace siempre a favor de los hombres. Y junto a esta oración oficial, no abandonéis vuestra oración personal. Por el sacramento del orden estamos llamados a permanecer en Cristo como el sarmiento en la vid (Jn 15,4-10) y esto se realiza de modo privilegiado en la oración. Para nosotros la plegaria no es un mandato que se nos impone; es una necesidad que nos consuela. De la oración se deriva la perseverancia.

3.-“Yo soy el alfa y la omega, el que es, el que era y el que viene”. Así define el Apocalipsis a Cristo, nuestro Señor. Y así termina la Constitución Gaudium et Spes: «El Señor es el fin de la historia humana, el centro de la humanidad, el gozo del corazón del hombre y la plenitud total de sus aspiraciones» (n. 45). Cristo es fundamento de nuestra esperanza porque está en el centro de nuestro corazón. Con alegría resuenan en nuestra alma, especialmente hoy que asumís el compromiso formal de servir a la Iglesia, las palabras de Jesús: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,29).

A la realeza de Cristo está asociada la Virgen María de modo singular. María correspondió a la llamada divina con todo su ser, uniendo su «sí» incondicional al de su Hijo y haciéndose con él obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la coronó Reina del cielo y de la tierra. A la intercesión de Santa María la Real, de nuestra Señora, la Virgen de Ujué os encomendamos para que el amor de Dios reine en vuestros corazones y en los de todos los hombres para que se realice su designio de justicia, de amor y de paz.

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