MISA FUNERAL POR LOS MONTAÑEROS FALLECIDOS EN CANDANCHÚ: UNAI, DOMINGO Y SANTIAGO 12-01-2010

             Cuando nos encontramos ante el dolor de estas familias que sufren, no podemos por menos que sentirnos unidos a su angustia. Un vacío que no puede llenarse con las fuerzas de la razón sino con la viveza de la fe en Jesucristo. Es un misterio que desborda nuestra capacidad humana y que es limitada y que desde una angustiosa pregunta, que brota de nuestra incapacidad, podemos llegar a decir: ¿Cómo es posible que Dios haya permitido tal desgracia y cómo es posible que ellos hayan muerto? Este dolor nuestro está clavado en la Cruz de Cristo, ese dolor vuestro –queridos familiares- está clavado en el grito de Cristo en la Cruz: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34). Sólo desde la Cruz se puede entender y sobrellevar mejor el dolor y el sufrimiento, porque el mismo Jesucristo ha asumido todo lo nuestro sobre sí.

              Ahora no es tiempo de hablar mucho y menos de dejarnos llevar por las palabras que aumenten nuestro llanto. Es momento de silencio, de ofrecimiento y de oración. Y ante este hecho tan difícil de comprender y entender ¿qué podemos decir en estos momentos? Consolarnos y de modo especial a vosotros familiares llevaros nuestro cariño, afecto y solidaria fraternidad. Pero la palabra de Dios nos alienta y anima y  resuenan las palabras de San Pablo cuando afirma: “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza” (Tes 4, 13). Y esta esperanza está en Cristo que ha pasado por la muerte pero ha resucitado para que, por medio de él, seamos pertenencia suya. Esta es la realidad más alta y más profunda que puede existir. A ellos: Unai, Domingo y Santiago no los podemos devolver a esta vida, pero ellos están en la Vida y Dios sabe cómo lo están. Nuestra mente o nuestros sentimientos nos fallan porque muestran otros modos de ver distintos a los que nos manifiesta la fe y de ahí que el consuelo no son ni mis palabras ni las palabras de los que estamos aquí ni la de todos los navarros, ahora unidos y doloridos, sino la de Aquel que nos ha afirmado con plena certeza que él es la ‘Resurrección y Vida’. Por ellos rezamos y nos unimos a esta celebración-funeral en la que sólo se puede misteriosamente percibir lo que un día será la auténtica realidad: el encuentro definitivo con Dios. Y todos tenemos la posibilidad, por los méritos de Jesucristo “que no se pierda nada de lo que nos dio, sino que nos resucite en el último día’” (cfr. Jn 6,38).

                    A María, nuestra Madre, y a la que tantas veces recurrimos la pido que siga mostrándonos el rostro de su Hijo Jesucristo único puerto de Salvación y que consuele a estas familias que hoy padecen la separación temporal de sus seres queridos.

 

 

 

 

 

 

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