Beatificación de dos navarros

El pasado sábado 17 de diciembre fueron beatificados dos mártires navarros, en un grupo de 22 nuevos beatos de la congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada.

La catedral de Santa María la Real de La Almudena de Madrid fue testigo, el pasado 17 de diciembre, de la beatificación de los jóvenes navarros Gregorio Escobar y Justo Gil, miembros de la congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada.

Gregorio Escobar García: Nació en la monumental ciudad de Estella el 12 de septiembre de 1912 y al día siguiente fue bautizado en la iglesia parroquial de S. Pedro de la Rúa, donde su padre, Hilario Escobar, ejercía de Sacristán. Su madre, Felipa, murió en 1928 y su padre contrajo nuevas nupcias. La conducta moral y religiosa de la familia, en uno y otro matrimonio, era profundamente cristiana. Tenían mucha devoción a Jesús Eucaristía y a la Santísima Virgen bajo la advocación de Ntra. Sra. del Puy, Patrona de Estella. Tanto cuando estuvo en el seno de la familia como durante sus años de seminario y de servicio militar, mantuvo una relación muy cercana y cordial con todos los miembros de su familia. Sus compañeros de seminario lo describen como equilibrado, confidente y buen consejero.

Tras la sentida muerte de su madre, aconsejaría incluso a su padre que se casara de nuevo, por el bien de los hijos. A los 12 años, y gracias a la ayuda económica de su Párroco D. José María Sola, ingresa en el seminario menor de los Misioneros Oblatos en Urnieta (Guipúzcoa). Terminados los estudios secundarios, inicia el noviciado en Las Arenas (Vizcaya) y hace su primera profesión religiosa el 15 de agosto de 1930. Pasa a Pozuelo (Madrid) para hacer los estudios eclesiásticos, que tendrá que interrumpir en 1934 por ser llamado a filas. Terminado el año de servicio militar, se reincorpora a la comunidad oblata de Pozuelo y hace su profesión perpetua el 26 de noviembre de 1935. Un año antes de terminar los estudios de teología, el 6 de junio de 1936, es ordenado sacerdote en Madrid.

El padre de Gregorio y la nueva esposa de éste estuvieron presentes en la ordenación y fueron testigos del ambiente hostil que se respiraba en Madrid. Los Oblatos no solían ir a visitar la familia antes de terminar los estudios. Pero la familia Escobar tenía la ilusión de que hicieran una excepción con Gregorio y le permitieran ir a «cantar la Misa» en Estella. Así podría subir a la basílica del Puy para predicar en la fiesta de la Patrona. El comienzo de la guerra civil troncharía todas esas legítimas esperanzas. Efectivamente, el 22 de julio el convento de los Oblatos fue asaltado por los milicianos, y Gregorio, con todos los miembros de su comunidad, quedó hecho prisionero en su propia casa. Dos días más tarde es llevado a la Dirección General de Seguridad en Madrid, donde el 25 del mismo mes fue puesto en libertad. Tras una vida en clandestinidad, el 15 de octubre es detenido de nuevo y martirizado con sus compañeros el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama.

Justo Gil Pardo: Nació en Luquin el 18 de octubre de 1910. Hijo de una familia muy numerosa, once hermanos, sus padres, Jesús y Vicenta, eran cristianos fervorosos y honrados. Al fallecer su padre, comentaban los vecinos: «Ha muerto la mejor persona del pueblo».

Justo da los primeros pasos de su formación cristiana y humana, arropado por el calor del hogar familiar y la colaboración de las Hijas de la Caridad, que tienen un colegio en la localidad. En la catequesis parroquial era ejemplar y siempre asistía a Misa. En Luquin, pueblo más bien pequeño, hay dos iglesias monumentales, una dedicada a la Virgen y la otra a su Patrono San Martín. Con motivo del novenario se celebraban muchas misas en ambos templos. Justo ayudaba en todas.

En ese clima religioso, brota espontánea su vocación al sacerdocio. Pensaba entrar en el seminario diocesano, pero quería ser también misionero. El cura de un pueblo vecino, D. José Mª Sola, le orientó al juniorado de los Oblatos. Tenía entonces unos 15 años. Las etapas de su formación religiosa y eclesiástica serán, como para los otros dos: Urnieta (Guipúzcoa) Las Arenas (Vizcaya) y Pozuelo (Madrid). Fue ordenado de Diácono en Madrid el 6 de junio de 1936, al terminar tercer año de teología, y esperaba la ordenación sacerdotal en el transcurso del año siguiente. Sus hermanas ya le estaban confeccionando los paramentos sagrados.

El 22 de julio de 1936 Justo fue detenido con todos los miembros de la comunidad oblata de Pozuelo y hecho prisionero en su propio convento. Dos días más tarde es conducido a la Dirección General de Seguridad en Madrid y puesto en libertad al día siguiente. Vive en la clandestinidad, refugiándose en diversas casas. Gracias a su hermano benedictino, sabemos algo de sus idas y venidas por aquel Madrid alborotado y hostil con todo lo religioso. Había que protegerse y Justo acude primero a casa de un hermano suyo. Estuvo oculto en ella durante nueve días, hasta que los comentarios de la vecindad hacían peligrar, tanto la vida de Justo como la de su hermano y esposa Teresa. Por esta razón, Teresa llevó a mi hermano Justo a la casa provincial de los Oblatos, donde lo acogieron, y estuvo allí hasta el día siguiente en que pasó a una pensión cuyos dueños eran conocidos de Raimundo. Allí estuvo durante dos meses y medio: desde el 1 de agosto al 15 de octubre de 1936. Lo detuvieron como consecuencia de un registro general y lo llevaron a la cárcel Modelo.

Allí en la cárcel Modelo de Madrid se encontró con sus hermanos Oblatos. Después de un mes, lo trasladan al colegio escolapio de San Antón que había sido convertido en cárcel. Fue su última mansión. En una de las «sacas» de la noche del 27 al 28 de noviembre formó parte, como varios de sus hermanos Oblatos, de la lista de quienes, bajo apariencia de ser puestos en libertad, fueron llevados a Paracuellos del Jarama para ser ejecutados.

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