Cientos de navarros acuden a la misa de las familias en Madrid

Cientos de familias venidas desde todos los rincones de España e incluso desde países del extranjero abarrotaron la madrileña Plaza de Colón para participar en la Fiesta de las Familias, que este año llevaba por lema «¡Gracias a la familia cristiana hemos nacido».

El acto comenzó con las presentaciones de los jóvenes y las familias llegadas desde toda Europa que saludaron con sus banderas. A continuación, se inició una procesión en la que la Virgen fue llevada por numerosos jóvenes y que dio paso a un original Rosario en el que se intercalaron testimonios y cantos relacionados con la festividad. La misa dio comienzo tras la primera parte de la jornada y estuvo presidida por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, y concelebrada por 40 obispos, entre ellos, el Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, Mons. Francisco Pérez.

Durante su homilía el Cardenal-Arzobispo de Madrid resaltó la importancia de la celebración de la JMJ, que fue un «verdadero torrente de gracia del Señor». También habló de la vida como «un bien sagrado que el ser humano recibe de Dios. El hombre no es el dueño de la vida sino su servidor: desde el momento en el que es concebida en las entrañas maternas hasta el instante de la muerte natural. Ninguna instancia humana puede disponer de la vida de un ser humano inocente». La familia es «una comunión de personas» señaló Mons. Rouco Varela, y añadió que «uno de los aspectos más bellos de la JMJ-2011 de Madrid ha sido precisamente el descubrimiento gozoso y alegre de la vocación para el matrimonio cristiano por parte de muchos jóvenes».

Durante toda la jornada estuvo presente la reconocida Orquesta Sinfónica y Coro de la JMJ que continúa su andadura con nuevos miembros y la Orquesta Sinfónica del Camino Neocatecumenal, que llegó hasta Madrid justo después de celebrar un concierto en Belén y otro en Jerusalén.

Madrid se convirtió una vez más en la capital de la familia, algo que viene ocurriendo cada año desde que tuviera lugar esta fiesta por primera vez en el año 2007. Como en ediciones anteriores, el Santo Padre Benedicto XVI tuvo un lugar destacado en la jornada y envió un mensaje de optimismo a todos los allí congregados.

HOMILÍA del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo de Madrid en la Fiesta de las Familias

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. “¡Gracias a la familia cristiana hemos nacido!”. Así reza el lema de esta nueva convocatoria para la celebración de la Eucaristía de la Fiesta de la Sagrada Familia en la madrileña Plaza de Colón en este año tan singular 2011: año de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud. Un acontecimiento que ha significado para la Iglesia y la sociedad, especialmente en Madrid y en España, un verdadero torrente de gracia del Señor. Los jóvenes del mundo fueron con el Santo Padre sus principales protagonistas. El Evangelio fue proclamado, celebrado y testimoniado por ellos con la fuerza contagiosa de la alegría que surge siempre irresistible del encuentro con Jesucristo, el Hermano, el Amigo, el Señor, cuando se le busca y vive en la Iglesia, la Familia de los Hijos de Dios. El Papa, Vicario de Cristo y Pastor visible de la Iglesia Universal, los convocó y nos convocó, los presidió y nos presidió para celebrar una fiesta de la fe, de la esperanza y de la caridad cristiana que ha conmovido el corazón de nuestro pueblo y el de todos los hombres de buena voluntad. Fue una verdadera fiesta de la vida entendida y experimentada en toda su plenitud. ¡Una experiencia prodigiosa de la vida nueva en Cristo!

2. Estos jóvenes de la JMJ-2011 nos han pedido participar en la celebración de la Fiesta de la Sagrada Familia, este año, con una presencia destacada y significativa. Adujeron una hermosa y emotiva finalidad: el poder agradecer a sus padres que hayan querido ser para ellos instrumentos necesarios y generosos de la transmisión del don de la vida recibida de Dios; cumpliendo su santa voluntad, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazareth y cobijándose espiritualmente en ese sublime hogar en el que Jesús, María y José abrían en la historia el camino definitivo de Dios para que los hombres tuviesen verdadera vida y, ésta, abundante: la vida que vence a la muerte más allá del tiempo y para toda la eternidad. ¡En Jesús, el Verbo e Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen María, como enseña San Juan en el Prólogo de su Evangelio, “estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió… el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,4-5.10-11). Los jóvenes de la JMJ-2011 lo han conocido y acogido a través de sus familias. Por ello quieren agradecer hoy a sus padres pública y solemnemente que en su casa se les hubiera abierto la puerta de la vida en plenitud; primero, de la vida que se concibe y engendra naturalmente en el seno materno por el encuentro amoroso del padre y de la madre y, luego, de la vida que brota y se genera espiritualmente por la fe y el Bautismo en las entrañas de la Iglesia-Madre. Todo fue posible porque sus padres habían decidido formar una familia cristiana en la que sus hijos −¡los hijos de su carne y de su sangre!− pudieran ser hijos de Dios. De hecho, creyendo en su nombre y bautizados, “han nacido de Dios” (Jn 1, 13).

3. Los tiempos han sido y son difíciles para las familias, nacidas con el proyecto de constituirse y configurarse como una íntima comunidad de amor conyugal −del esposo a la esposa y viceversa−, fiel, indisoluble y abierto sin desnaturalizaciones voluntarias y sin reservas irresponsables al don de los hijos en conformidad gozosa con el plan de Dios. ¡Cuánto cuesta hoy a una sociedad tan intensamente influida y condicionada por una visión materialista y egocentrista del hombre y de su historia comprender y aceptar el Evangelio de la vida, del matrimonio y de la familia! No se quiere caer en la cuenta de que si el amor conyugal no es planteado, vivido y realizado en todo momento como una mutua donación entre marido y mujer generosa y gratuitamente abierta a la donación de la vida a los hijos, pierde su autenticidad y, más pronto o más tarde, se pierde a sí mismo.

Queridos jóvenes, artífices de la JMJ-2011: en el mundo de ideas, de estilos y formas de comportamiento, de diversión, de información y de comunicación en el que os encontráis, sois muy conscientes de la dura y crítica situación por la que atraviesa la valoración y la propuesta de la vocación cristiana para el matrimonio y la familia. Pero también sois conocedores de la honda verdad que el matrimonio cristiano encierra y de la bondad y de la belleza que lo impregna. Y sabéis, sobre todo, que de su afirmación valiente con vuestras palabras y con el ejemplo de vuestras vidas depende vuestro futuro y el futuro de vuestros contemporáneos: ¡un futuro de verdadera y nueva humanidad, justa, solidaria, fraterna… en paz! El contenido del Evangelio de la vida, del matrimonio y de la familia es muy claro. En el modelo de la Familia de Nazareth resplandece con la luz nueva del Evangelio de la gracia y de la santidad. Vosotros, unidos al Papa y a vuestros pastores, junto con vuestras familias, estáis llamados a darlo a conocer, a propagarlo y a testimoniarlo con palabras, gestos y ejemplos auténticamente evangélicos con urgencia también nueva.

4. La vida es un bien sagrado que el ser humano recibe de Dios. El hombre no es el dueño de la vida sino su servidor: desde el momento en el que es concebida en las entrañas maternas hasta el instante de la muerte natural. Ninguna instancia humana puede disponer de la vida de un ser humano inocente. Aún continúa vibrante el eco de las palabras del Beato Juan Pablo II en su Homilía de la Misa de las familias en la vecina Plaza de Lima, el 2 de noviembre del año 1982, tercer día de su primera visita a España. Hablando “del respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede ignorar”, añadía: “por ello, quien negare la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad”. ¡Cuán otro sería el panorama demográfico, social y humano de las actuales sociedades europeas, incluida naturalmente la española, si se hubiese escuchado entonces, hace veintinueve años las palabras valientes de aquel Papa santo que pisaba por primera vez las tierras de España como testigo excepcional de la esperanza! El número de niños a los que en nuestras sociedades, de raíces cristianas, se les ha impedido nacer en estas tres últimas décadas, es sencillamente estremecedor.

El derecho a la vida de la persona humana, desde que es engendrada hasta que muere naturalmente, es un derecho fundamental en un doble sentido: constituye, por una parte, la base ética primordial de todo ordenamiento jurídico que quiera considerarse justo, proporcionándole un fundamento prepolítico indispensable para el orden constitucional; y, por otra, en cuanto anterior a él, ha de ser respetado, protegido y promovido por el derecho positivo en todas sus expresiones legislativas. ¡Se trata de un verdadero derecho natural!

“El Evangelio de la vida −enseñaba el Beato Juan Pablo II en su Carta Encíclica Evangelium Vitae de 25 de marzo de 1995− está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las etnias y culturas” (EV, 1). La JMJ-2011 de Madrid fue, sin duda alguna, una jubilosa acogida y proclamación del “Evangelio de la Vida”. Sus jóvenes, presentes hoy aquí en la Plaza madrileña de Colón, están dispuestos a ser sus testigos como quería su Papa amigo: “con intrépida fidelidad”.

5. La familia es “una comunión de personas”. En la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Familiaris Consortio de 22 de noviembre de 1981 se concreta y define su relación esencial −¡fontal!− con el matrimonio, con las siguientes palabras: “En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales −relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad− mediante las cuales toda persona humana queda introducida en ‘la familia humana’ y en ‘la familia de Dios’, que es la Iglesia” (FC, 15). La configuración institucional de esas relaciones de “comunión personal”, en sus elementos y rasgos esenciales, es también un bien sagrado que el ser humano y la sociedad reciben de Dios. “El orden” de la relación −matrimonio/familia− está implícito y prefigurado en la naturaleza humana, según la forma en la que es querida por Dios. El hombre tampoco puede disponer de la institución matrimonial y familiar a su antojo como si fuese su dueño. Habrá de respetar el designio de Dios, autor por igual de la vida y de esa comunidad matrimonial-familiar, fuente de la misma y lugar primero en el que la verdad del amor humano es vivida y trasmitida íntegramente, es decir, como amor realizado en la unidad y en la indisolubilidad esponsal, en la apertura fecunda al don de los hijos y en el compromiso constante con su educación y formación como personas llamadas a la filiación divina. ¡No hay duda! la institución matrimonial y familiar tiene también su fundamento inamovible en el orden de la naturaleza anterior y previo a la constitución de la sociedad y de su ordenamiento jurídico positivo. Respetar, proteger y promover a la familia en el cumplimiento de su misión es una cuestión de vital importancia para el bien común de las personas y de los pueblos. Así lo apreciaba Juan Pablo II en la “Familiaris Consortio”. Decía el Papa, hace ya treinta años: “en un momento histórico en que la familia es objeto de muchas fuerzas que tratan de destruirla o deformarla, la Iglesia, consciente de que el bien de la sociedad y de sí misma está profundamente vinculado al bien de la familia, siente de manera más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, asegurando su plena vitalidad, así como su promoción humana y cristiana, contribuyendo de este modo a la renovación de la sociedad y del mismo Pueblo de Dios” (FC, 3). ¡Cuán otra sería la situación humana y espiritual de las sociedades europeas de hoy, sin excluir a no pocos sectores de la comunidad eclesial, si se hubieran tomado en serio las enseñanzas de la Familiaris Consortio! ¡Cuántos dramas personales y familiares se hubieran podido evitar y cuántas jóvenes vidas desorientadas y desestructuradas hubieran podido lograrse! Y, por lo demás, ¿qué sería hoy de tantas personas en paro y de tantos jóvenes que no encuentran el primero empleo sin la ayuda de sus familias?

Uno de los aspectos más bellos de la JMJ-2011 de Madrid ha sido precisamente el descubrimiento gozoso y alegre de la vocación para el matrimonio cristiano por parte de muchos jóvenes. ¿Cómo no van, pues, aquí y hoy a manifestar su decidido propósito de ser igualmente testigos fervorosos, valientes y lúcidos, privada y públicamente, del Evangelio del matrimonio y de la familia con sus palabras y con su comportamiento diario? ¡Lo seréis! ¡Lo serán! Benedicto XVI se lo ha pedido en su Mensaje. ¡No le defraudarán!

6. La substancia de la verdad tanto del don y del derecho a la vida, como la del matrimonio y de la familia, es ciertamente accesible al conocimiento de la razón. El Papa recordaba ante el Pleno del Parlamento alemán en Berlín el pasado 22 de septiembre la importancia para el momento actual de la humanidad de admitir la necesidad de “escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente”. En una situación histórica, subrayaba Benedicto XVI, “en el que el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable”, resulta muy urgente reconocer que “existe también la ecología del hombre”, “que es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando escucha la naturaleza, la respeta y cuando se acepta como lo que es, y que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana”. Si hay un campo de la experiencia y de la realidad humana, en el que apremie la aplicación de este principio del reconocimiento de la naturaleza para su justo ordenamiento, es el del don de la vida, del matrimonio y de la familia. Sí, con la luz de la razón se puede conocer la verdad de lo que significa el valor de la vida humana y la recta concepción del matrimonio y de la familia para el bien del hombre y de la sociedad. La luz de la fe presupone este conocimiento, lo aclara y lo eleva hasta la altura del modelo de la Sagrada Familia de Nazareth: la familia que fue “la puerta de ingreso en la Tierra del Salvador de la humanidad” (Mensaje de Benedicto XVI. Misa de las Familias 30.XII.2011). María es Virgen y Madre antes del parto, en el parto y después del parto. José la acompañó castamente antes y después de que el Hijo Jesús viera la luz del mundo. El hijo es el Hijo de Dios que viene a ser el Hermano de muchos humanos ¡Su Salvador! El amor se vive en esta familia como una permanente y fidelísima acogida de la voluntad de Dios Padre, al servicio incondicional de los designios de su amor misericordioso para la humanidad caída y necesitada de ser perdonada y ansiosa de recobrar la esperanza. La verdad de la vida humana, del matrimonio y de la familia se convertía en Nazareth y desde Nazareth en “Evangelio”: en “la Buena Noticia” de la salvación. Que esa noticia bien conocida y experimentada por vosotros, queridos jóvenes, en la inolvidable experiencia de la JMJ de Madrid, sea escuchada y percibida en lo que es y significa para las nuevas generaciones de este mundo global. Es una de las más importantes tareas que el Señor os confía en esta hora clave de la historia y de vuestras propias vidas. ¡Pertenece al corazón mismo de la nueva Evangelización a la que el Santo Padre os ha llamado! Será una eficaz formula misionera para acabar con “el cansancio de ser cristianos que experimentamos en Europa”, del que hablaba el Santo Padre en su Discurso de Navidad a la Curia Romana. La JMJ-2011 en Madrid −aseguraba en ese mismo discurso− “ha sido una medicina contra el cansancio de creer”. Si permanecéis firmes en vuestro Sí a Cristo y lo lleváis a vuestros compañeros, vivo y jubiloso, y a vuestras familias, ese cansancio se convertirá en alegría: ¡en la alegría de creer! Si se cree, profesa y educa en la fe dentro del matrimonio y de la familia, si se acepta el don de la vida como un gran paso del amor, entonces quedará la puerta abierta al amor de Jesucristo que nos dará la fuerza para superar todas las crisis; también ésta, la presente, que tanto nos duele y angustia.

Permitidme que os recuerde, finalmente, a vosotros y a vuestras familias, las palabras con las que concluye el Santo Padre su Mensaje para esta Eucaristía de la Sagrada Familia de 2011: “Cuando sigo evocando con emoción inolvidable la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud, pido a Dios, por intercesión de Jesús, María y José, que no dejen de darle gracias por el don de la familia, que sean agradecidos con sus padres, y que se comprometan a defender y hacer brillar la auténtica dignidad de esta institución primaria para la sociedad y tan vital para la Iglesia”.

¡Que Jesús, María y José, os lo conceda y nos lo conceda a todos!

Mensaje del Santo Padre, Benedicto XVI

“Al venerado hermano Antonio Mª Cardenal Rouco Varela, Arzobispo de Madrid:

Me es grato saludar cordialmente a Vuestra Eminencia, así como a los participantes en esa solemne Eucaristía celebrada en el centro de Madrid con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, para dar gracias a Dios por este gran misterio que ilumina todo hogar cristiano y dar muestra a la humanidad entera de esperanza y alegría. Invito a todos a considerar esta celebración como continuación de la Navidad: Jesús se hizo hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios; y lo hizo allí donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro, a desvivirse por él, y a anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y pretensión. Así, vino a una familia de corazón sencillo, nada presuntuoso, pero henchido de ese afecto que vale más que cualquier otra cosa. Según el Evangelio, los primeros de nuestro mundo que fueron a ver a Jesús, los pastores, “vieron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc12,6). Aquella familia, por decirlo así, es la puerta de ingreso en la tierra del Salvador de la humanidad, el cual, al mismo tiempo, da a la vida de amor y comunión hogareña la grandeza de ser un reflejo privilegiado del misterio trinitario de Dios.

Esta grandeza es también una espléndida vocación y un cometido decisivo para la familia, que mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II, describía hace treinta años como una participación “viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor” (Familiaris Consortio, 50). Os animo, pues, especialmente a las familias que participan en esa celebración, a ser conscientes de tener a Dios a vuestro lado y de invocarlo siempre para recibir de él la ayuda necesaria para superar vuestras dificultades, una ayuda cierta, fundada en la gracia del sacramento del matrimonio. Dejaos guiar por la Iglesia, a la que Cristo ha encomendado la misión de propagar la buena noticia de la salvación a través de los siglos, sin ceder a tantas fuerzas mundanas que amenazan el gran tesoro de la familia, que debéis custodiar cada día.

El Niño Jesús, que crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, en la intimidad del hogar de Nazaret (cf. Lc2,40), aprendió también en él de alguna manera el modo humano de vivir. Esto nos lleva a pensar en la dimensión educativa imprescindible de la familia, donde se aprende a convivir, se transmite la fe, se afianzan los valores y se va encauzando la libertad, para lograr que un día los hijos tengan plena conciencia de la propia vocación y dignidad, y de la de los demás. El calor del hogar, el ejemplo doméstico, es capaz de enseñar muchas más cosas de las que pueden decir las palabras. Esta dimensión educativa de la familia puede recibir un aliento especial en el Año de la Fe, que comenzará dentro de unos meses. Con este motivo, os invito a revitalizar la fe en vuestras casas y tomar mayor conciencia del Credo que profesamos.

Cuando sigo evocando con emoción inolvidable la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud, pido a Dios, por intercesión de Jesús, María y José, que no dejen de darle gracias por el don de la familia, que sean agradecidos también con sus padres, y que se comprometan a defender y hacer brillar la auténtica dignidad de esta institución primaria para la sociedad y tan vital para la Iglesia. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica”.

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