Benedicto XVI: «La crisis nace del rechazo a Dios que es garantía de felicidad»

El Papa Benedicto XVI explicó ayer a los obispos italianos que la crisis que hiere a Europa nace del rechazo de las personas a Dios que «es el garante de nuestra felicidad».

En su discurso a los prelados reunidos en su 64º asamblea general, el Santo Padre dirigió un discurso sobre los desafíos actuales para la Nueva Evangelización que ha alentado durante todo su pontificado en medio de una sociedad que vive alejada del Señor.

«Nuestra situación requiere un renovado impulso dirigido a aquello que es esencial en la fe y la vida cristianas. En un tiempo en el que Dios se ha convertido para muchos en el gran Desconocido y Jesús es simplemente un gran personaje del pasado, la acción misionera no puede ser relanzada sin que renovemos la calidad de nuestra fe y nuestra oración».

Ante este gran reto, explicó el Santo Padre, «no sabremos conquistar a los hombres para el Evangelio si no somos nosotros mismos los primeros en volver a una profunda experiencia de Dios».

El Papa recordó que en octubre se cumple el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, y ha exhortado a los obispos a poner en práctica las indicaciones conciliares para hacer frente a las grandes transformaciones sociales y culturales de nuestro tiempo «que tienen consecuencias visibles también en la dimensión religiosa».

Una situación de secularismo caracteriza hoy las sociedades de antigua tradición cristiana, de forma que el patrimonio espiritual y moral que constituye las raíces de Occidente «no se comprende en su profundo valor. (…) La tierra fecunda corre así el riesgo de convertirse en desierto inhóspito».

Entre los signos que despiertan preocupación, el Papa citó la disminución de la práctica religiosa y la participación en los sacramentos: «numerosos bautizados han perdido su identidad; no conocen los contenidos esenciales de la fe o piensan que pueden cultivarla prescindiendo de la mediación eclesial».

«Y mientras muchos dudan de las verdades enseñadas por la Iglesia, otros reducen el Reino de Dios a algunos grandes valores, que ciertamente tienen que ver con el Evangelio, pero que no se refieren al núcleo de la fe cristiana».

Benedicto XVI lamentó que Dios quede «excluido del horizonte de tantas personas; y cuando no encuentra indiferencia o rechazo, se quiere relegar el discurso sobre Dios al ámbito subjetivo, reduciéndolo a un hecho íntimo y privado, marginado de la conciencia pública. El corazón de la crisis que hiere Europa pasa por este abandono, este rechazo de la apertura a lo Trascendente».

En este contexto, continuó, «no bastan nuevos métodos de anuncio evangélico o de acción pastoral para hacer que la propuesta cristiana encuentre mayor acogida».

Como señala el Concilio Vaticano II, se trata de «recomenzar desde Dios, celebrado, profesado y testimoniado. (…) Nuestra primera, verdadera y única tarea es la de comprometer nuestra vida por aquello que (…) es verdaderamente fiable, necesario y último».

El Papa resaltó además que «los hombres viven de Dios, que a menudo buscan inconscientemente o con tanteos para dar pleno significado a la existencia. Nosotros tenemos la tarea de anunciarlo, mostrarlo, de guiar al encuentro con Él».

En este punto, advirtió que «la primera condición para hablar de Dios es hablar con Dios, ser cada vez más hombres de Dios, nutridos con una intensa vida de oración y plasmados por su Gracia».

«Dejémonos encontrar y aferrar por Dios, para ayudar a que cada persona que encontramos sea alcanzada por la Verdad. La misión antigua y nueva que está ante nosotros es la de introducir a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo a la relación con Dios, ayudarlos a abrir la mente y el corazón a ese Dios que los busca y quiere estar cerca de ellos, guiarlos a comprender que hacer su Voluntad no supone un límite a la libertad, sino que es ser verdaderamente libres, realizar el verdadero bien de la vida», exhortó.

Finalmente dijo que «Dios es el garante de nuestra felicidad, y donde entra el Evangelio (…) el hombre experimenta que es objeto de un amor que purifica, renueva y hace capaces de amar y servir al hombre con amor divino».

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