Pamplona estrena una nueva cárcel

«Los hombres y mujeres que están privados de libertad sufren las consecuencias de haber infringido las leyes por las que se rige nuestra sociedad. Sufren, muchos de ellos, del abandono de sus propias familias, enfermedades físicas o mentales, adicciones a diversas drogas y rechazo social».

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Después de 105 años Pamplona estrena cárcel, la vieja de San Juan era tan céntrica que hasta hubo un preso que cada domingo saludaba a su madre desde la ventana de la capilla. Los medios de comunicación se han encargado de dar todo tipo de detalles sobre las celdas, su capacidad, distribución, aulas para talleres formativos, cocina, panadería, lavandería y un largo etc.. Parece preocupar las distintas necesidades que los presos tienen en los ámbitos de formación, educación, sanidad, en definitiva todo lo necesario para la tan ansiada reinserción a la sociedad.

Pero en ningún medio he visto, leído o escuchado hablar de uno de los aspectos de atención más importante y al que también tienen derecho los presos, la asistencia espiritual. Los hombres y mujeres que están privados de libertad sufren las consecuencias de haber infringido las leyes por las que se rige nuestra sociedad. Sufren, muchos de ellos, del abandono de sus propias familias, enfermedades físicas o mentales, adicciones a diversas drogas y rechazo social. Un tercio de los internos son de países extranjeros, de lenguas, culturas y religiones diferentes. Pese a tanta diversidad todos tienen algo en común, la necesidad de cariño, escucha y comprensión.

Cuando el ser humano toca fondo en su vida y se le han cerrado todas las puertas, se abre la ventana del amor de Dios. Son muchas las conversiones que se producen dentro de la cárcel, la necesidad de agarrarse a Dios en la dificultad de la vida es fundamental para mantener la esperanza. San Pablo desde su penosa situación en la cárcel a la espera del juicio del emperador, no se siente derrotado porque sabe de quién de ha fiado. (2Tim.1,12)

En el interior de la cárcel se puede respirar fe, en el recogimiento y participación de los internos en las eucaristías y celebraciones del fin de semana. Hay vida en la celebración de los presos que se bautizan, celebran el matrimonio, la Primera Comunión o el sacramento de la confirmación. Toda esta asistencia religiosa es posible gracias a la labor que la Iglesia diocesana realiza por medio de la capellanía y de los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria, labor callada pero comprometida. Durante la historia reciente de la centenaria cárcel, han trabajado en la asistencia espiritual de los presos tres capellanes: los sacerdotes Antonio Azcona (Don Antonio) durante 32 años, Javier López Bailo y el actual José Ignacio Iturria. A su trabajo hay que añadir las decenas de voluntarios y sobre todo voluntarias que han colaborado dedicando su tiempo a los hombres y mujeres presos, aportando cariño, comprensión, escucha y esperanza evangélica.

En la vieja cárcel de San Juan quedan muchos recuerdos, muchas lágrimas, preocupaciones familiares, tensas esperas de juicios, condenas… Pero también se oyen los ecos de las alegrías de los permisos, de los verdaderos compañeros y de la tan esperada libertad. ¿Qué nos deparará la nueva cárcel de Santa Lucía? Seguramente mejores instalaciones, más modernas, más seguridad, otros compañeros y nuevos funcionarios. Pero el preso seguirá esperando la libertad, el salir a una nueva vida a la que tiene derecho, con una familia y un trabajo digno. El sufrimiento será el compañero inseparable de cada interno, por eso el mensaje de esperanza y libertad interior seguirá llegando a la nueva cárcel por medio de la presencia de la Iglesia.

Fernando Aranaz Zuza

(Diácono adjunto a la Capellanía del Centro Penitenciario de Pamplona)

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