Occidens ha cumplido 1 año

ImprimirHablar de un año en un museo es como referirse a un lustro en una pirámide o a un siglo teniendo como referencia la eternidad. El tiempo en los museos, y muy especialmente en los que nacen bajo la sombra acampanada de una Catedral, transcurre por otras coordenadas nunca sometidas a una esfera y dos agujas. La extraña mezcla de arte, creencia, cultura e historia dotan a esas estancias del aroma de lo trascendente, de lo personal, de lo intangible. Acercar la mano a una imagen, cruzar tu mirada con el personaje de un cuadro que lleva ejercitando ese lenguaje visual más de cinco siglos, saber y notar que tus pisadas por el claustro suenan a baladas góticas escritas en el papel pautado de aquellos mazoneros que hacían suspirar a las piedras, producen el extraño fenómeno que te obliga a sudar en enero y tiritar de frío en agosto.

Hablar de un año en un museo que fue inaugurado en la década de los sesenta equivale a encontrar un amarre nuevo en unos tiempos mutantes donde navegar en el mar de las dudas parece ser la única anotación en el libro de bitácora. Una piedra, unas piedras, miles de piedras que un día fueron la primera sede del cabildo, los cimientos de un castillo medieval, de una vivienda vascona, de una domus romana, configuran el decorado ante el que una tablet multiplica por mil su afán de acaparar imágenes. Desear quedarte solo en una capilla donde suena canto gregoriano, no por egoísmo, si no por volverte a encontrar con tu otro yo que alguna vez perdiste. Los relojes se paran aunque sigan marcando la hora, el tiempo en un museo no se fragmenta, es un horizonte de formas definidas donde el amanecer está siempre en la siguiente sala que ya nos está esperando.

Hablar de un año es sumar nombres y apellidos, circunstancias personales, nacionalidades, rezos, ojos abiertos ante lo inesperado, sesenta mil personas han visto lo que yo contemplo, sesenta mil reflexiones, sesenta mil bienvenidas que desde el altar mayor ha musitado Santa María del Sagrario. La estela de Occidente se agiganta, se perfila, se dibuja con los trazos de la libertad, la solidaridad, la dignidad de las personas. La catedral, utilizando sus torres a modo de maternales brazos, acoge a propios y extraños. Devotos y turistas, peregrinos y escépticos se unen para invertir dos horas de su vida en una experiencia que recordarán para siempre y que se convertirá en contagiosa sin que nadie busque un antídoto.

Occidens ha cumplido un año. Desmenuzar su guión, sus contenidos y su futuro nos llevaría fuera de este espacio y de estas líneas. Sería como reducir la catedral de Pamplona a la singularidad de la campana María. Pretender hacer una valoración común de todos los que la han visitado rompería con los pilares que sostienen la liturgia asamblearia. Aquí cada persona es una idea, una opinión, una reflexión. Pero al soplar la vela del aniversario, nos anima el espíritu que asentó las bases de Occidente. Ojalá que seamos merecedores de esa herencia y que el futuro sea como el tiempo en un museo: siempre lo modela el visitante.

 

Gonzalo García

 

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