Testimonio de un seminarista diocesano

Seminario Conciliar de San Miguel11Semana tras semana voy leyendo lo que otros compañeros escriben en esta sección de La Verdad. Dos veces, incluso, me he animado y he escrito yo mismo la carta de nuestro Seminario. Últimamente me he preguntado cómo transmitir la normalidad de una respuesta vocacional: la mejor manera de contar que la llamada de Dios al hombre no tiene por qué ser algo extraordinario ni tampoco la respuesta. Se me ha ocurrido que, quizás, una forma puede ser contar algo de mi experiencia.

Mi vida se ha desarrollado siempre dentro de la Iglesia. En la familia, los cuatro hermanos hemos recibido la transmisión de la fe de nuestros padres; y en lo que a mí respecta, me marcó mucho el ambiente del Colegio en el que pasé la infancia y la adolescencia. Con el transcurrir de los años puedo decir que el Señor me estaba mostrando ya, en estos años, que me llamaba a seguirle como sacerdote, incluso como misionero. Pero, el solo hecho de pensarlo, me daba un miedo terrible. Me parecía que había que ser un gran líder, intrépido y aguerrido: un súper-apóstol. Yo sólo me veía con carencias.

En los primeros años de la universidad me alejé bastante de la Iglesia, aunque el Señor puso en marcha todo su talento para recuperarme como a la oveja perdida. El encuentro con Jesucristo y una primera conversión, me volvió a plantear la posibilidad de darle la vida a este Señor que ama al pecador y que cuenta con los pobres. Ahora, el agradecimiento era más fuerte que el miedo. Y, aquí estoy.

Seminario Diocesano “Redemptoris Mater”

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