Evangelizar en Benín

benin Parroquia de San Francisco Javier ¡Al brujo! ¡Al brujo! Gritaban varias mujeres mientras perseguían y golpeaban a un chaval en el mercado de Porto Novo (Benín). Éste terminó refugiándose en un “Foyer (hogar) Don Bosco”, pequeño habitáculo en medio del mercado. Tenía los ojos saltones, desorbitados. Según las tradiciones ancestrales animistas, la creencia vudú sostiene que las personas con estas características están hechizadas y son brujos con influjos maléficos. Los voluntarios misioneros pudieron comprobar que se trataba de un niño con hidrocefalia. El chaval es listo y ahora está acogido en una casa hogar haciendo la vida de internado con otros compañeros. Tienen comida, techo, estudian, juegan y se preparan para la vida. Los misioneros intentan traerlo cuanto antes a España para curarlo.

Este es un botón de muestra que manifiesta la diversidad de religiones y creencias que conviven en Benín. La religión católica es la mayoritaria con casi una tercera parte de  la población, le sigue el islamismo con mucha fuerza, después están los cristianos evangélicos, algunas sectas y muchos otros diversos grupos religiosos. El Benín es la cuna del vudú. Por eso está presente como un sustrato común que invade en diverso grado todo. En esta situación el diálogo interreligioso es más que difícil. La evangelización es una tarea ardua para transmitir la fe de forma auténtica, respetando las diversas culturas.

benin Procesion Primeras ComunionesEl cristianismo llegó al Benín hace cuatrocientos años, pero no se desarrolló hasta el siglo XIX, el gran siglo misionero. En el siglo XX una iniciativa del papa Pablo VI pidió a las diócesis y congregaciones religiosas que hicieran hermanamientos con obras misioneras en África. Fue un esfuerzo misionero extraordinario donde se puso en evidencia la heroica y desinteresada dedicación de los misioneros Esta iniciativa ha dado excelentes resultados pues no hay diócesis o congregación religiosa que no tenga apadrinada una obra de evangelización en el continente africano. Se dedicaron a la asistencia sanitaria, la educación y los pobres. Algunas congregaciones nacieron con una finalidad exclusiva misionera.

En el año 1967 Pablo VI escribió la Carta apostólica “Africae Terrarum” mediante la cual invitaba a todos los componentes de las iglesias africanas a encarnar el evangelio en las diversas culturas para vivir la fe cristiana enraizada en sus formas de vida. Fue famoso su discurso durante la visita pastoral del 1º de agosto del año 1969 en Kampala en el que invitó a los cristianos de África a ser “misioneros para sí mismos”.

El documento eclesial básico que ilumina el quehacer misionero en África en nuestros días es la Exhortación Apostólica post-sinodal “Ecclesia in Africa” de San Juan Pablo II. Es un documento “dado en Yaundé, Camerún, el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1995, decimoséptimo de su pontificado”. Ya el Vaticano II en su Decreto Conciliar “Ad gentes” y Pablo VI en la “Evangelii Nuntiandi” marcan las pautas doctrinales en las relaciones entre evangelización y cultura definiendo qué es  “inculturación”. “La síntesis entre cultura y fe no es solamente una exigencia de la cultura, sino también de la fe, porque una fe que no se hace cultura es una fe no acogida plenamente, no enteramente pensada, no fielmente vivida”. (EA 78) Esto lo tienen bien asumido los misioneros que saben que la misión evangelizadora tiene que discernir las culturas para dialogar con ellas.

Los voluntarios misioneros pudieron comprobar cómo se va desarrollando la fe encarnada  en Benín. Querían participar en una Eucaristía en la lengua nativa “gun” para conocer sus ritos, cantos, ceremonias y palpitar al unísono de la fe de los nativos. La ocasión la ofreció el párroco salesiano de la parroquia de San Francisco Javier de Cotonou que llamó a los sacerdotes de la misión de Porto Novo para que le ayudasen. La primera misa del domingo 1 de junio comenzó a las siete de la mañana. Fue en legua “gun”. Se bautizaron quince adultos.

La procesión de entrada desde la calle fue espectacular. Precedidos de copioso incienso y cruz procesional se formaron dos largas filas. Una docena de monaguillos, con túnicas blancas cubiertas por petos amarillos, encabezaron el imponente cortejo. Les seguían los neófitos engalanados con sus preciosos trajes floreados sobre un fondo azul y salpicados con imágenes bordadas de cálices, formas eucarísticas y la paloma del Espíritu Santo. Todos llevaban una vela en la mano. Seguía el impresionante coro con sus instrumentos, todos de percusión: cencerros, tambores de todos los tamaños y materiales, platillos, láminas de metal, maracas de calabaza, una especie de xilófono de tablas de madera y finalmente un gran tronco hueco llevado entre dos y golpeado en diversos niveles, que producía un sonido profundo y misterioso. Esta singular orquesta ponía el ritmo a un canto de entrada ejecutado a modo de “cánon musical” con voces potentísimas haciendo eco de forma reiterada a los solistas. Los procesionantes y la gente caminaban al compás en una danza solemne, respetuosa, moviendo el cuerpo hacia los lados y dando golpes de palmas.

Cerca de dos mil personas esperaban en el templo y se unieron a la danza de entrada. La Eucaristía fue muy participada con cantos muy vivos, festivos, con largas letras reiterativas que todos respondían, animados por el coro, cuyos componentes siempre movían el esqueleto. Impresionó a los voluntarios misioneros ver cómo los neófitos hicieron su solemne profesión de fe expresando una gran convicción y felicidad. En  el momento del ofertorio la gente se movió en las seis naves del templo avanzado hasta el altar para depositar sus ofrendas. La Eucaristía duró dos horas y media. El tiempo es de Dios y para Dios.

Se reprodujo en la parroquia de San Francisco Javier de Cotonou lo que afirma San Juan Pablo II en la Exhortación post-sinodal Ecclesia in Africa cuando celebró una Eucaristía con africanos: “Estaba presente África con la variedad de sus ritos, junto con todo el pueblo de Dios: danzaba manifestando su alegría, expresando su fe en la vida, al sonido de los tam-tam y de otros instrumentos musicales africanos. En esta ocasión, África sintió que era, según la expresión de Pablo VI, “una nueva patria de Cristo”. (n. 6)

Le siguió una segunda celebración en lengua francesa que eclipsó a la primera superándola en todo. Se bautizaron cien neófitos en edades desde los ocho años hasta los cuarenta. Recibieron la Primera Comunión doscientas ocho personas de todas las edades. Es fácil imaginar cómo fue la procesión de entrada con la participación de unas cuatrocientas personas directamente implicadas en la celebración de estos dos sacramentos. Hay que multiplicar el número de tantanes y cantores y las más de dos mil personas que abarrotaban el templo y otras tantas en las inmediaciones. Apoteósico es el adjetivo más adecuado para describir todo. La emoción religiosa se contagió en los asistentes cuando los bautizandos iban agachando la cabeza y los padrinos apoyaban fuertemente con sus manos sus espaldas para expresar el acompañamiento que se comprometían a realizar con sus apadrinados. Los comulgantes recibieron la Eucaristía bajo las dos especies con gran reverencia. En la poscomunión escenificaron bellamente su compromiso de participar en la misa dominical. Un detalle bonito en esta representación fue la entrega de unos signos de gratitud a los sacerdotes concelebrantes. Al sacerdote español blanco, (le llaman “jobo”), que había ido con los voluntarios misioneros, le entregaron una cartulina recortada en forma de hoja con la inscripción en su lengua autóctona: “Mi bayi gbaou” (“Mi padre, gracias”).

La culminación de todo fue al final de la Eucaristía cuando todos los bautizados y comulgantes subieron al presbiterio, rodearon a los sacerdotes y les contagiaron su alegría en una danza que implicó a los miles de asistentes mientras retumbaban los tambores atronando el templo y los cantos se repetían a una velocidad vertiginosa. La celebración fue muy bella, transmisora de auténtica experiencia de fe y  profundidad religiosa con sus signos y colores. Duró desde las nueve y media de la mañana hasta la una de la tarde. Eso es santificar plenamente el domingo.
No es fácil evangelizar ni vivir la fe en Benín. Como en todas partes hace falta fortaleza y convicción profunda personal, unión y apoyo de los creyentes entre sí y aliento de la Iglesia universal. Las comunidades jóvenes crecen sanas y vigorosas en plena comunión con la Iglesia universal. Su mensaje es oportuno y creíble por sus obras de caridad y misericordia y por la sangre de los mártires. Son la esperanza de la Iglesia. La Iglesia se enriquece con su carácter africano. Dice San Juan Pablo II: “África respondió muy generosamente a la llamada de Cristo. En estos últimos decenios numerosos países africanos han celebrado el primer centenario del comienzo de su evangelización. Verdaderamente el crecimiento de la Iglesia en África, de cien años a esta parte, es una maravilla de la gracia de Dios. (EA 33) Una gracia que redundará en toda la Iglesia por la fuerza de su fe joven, alegre, festiva y el testimonio de vida que se manifiesta en la atención a los que están tendidos, de algún modo, al borde del camino, enfermos, heridos, indefensos, marginados y abandonados.

Félix García de Eulate, desde Benín

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