Homilía en la Segunda Javierada

Homilía pronunciada por el Obispo Auxiliar de la Diócesis de Pamplona-Tudela, Mons. Juan Antonio Aznárez, durante la Eucaristía de la Segunda Javierada, celebrada en Javier el 11 de marzo de 2017


Acabamos de escuchar en la primera lectura cómo El Señor le dijo a Abraham: “Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación [le está prometiendo un hijo, a él que llevaba toda la vida deseándolo y no lo había conseguido] (…) y serás una bendición”. ¡Quién no desea esto para sí! ¡Quien no desea que su vida sea una bendición!

Os recuerdo que Abraham no era ningún chaval. Tenía 75 años cuando recibió la llamada. Pues bien, por increíble que parezca, aquel anciano se fió del Señor: dejó su tierra, su parentela, sus seguridades y, confiando en la promesa de Dios, se puso en camino hacia una tierra desconocida en busca del hijo anhelado y de la bendición prometida. ¡Y no quedó defraudado!

Después de muchas peripecias, a pesar de su avanzada edad y de la esterilidad de Sara, su esposa, ambos tuvieron un hijo: Isaac. Y es que para Dios nada hay imposible. Te invito a preguntarte: ¿Qué te falta para que tu vida sea una bendición para ti y para los que te rodean? ¿Cuál es tu Isaac? Piénsalo y, luego, pídeselo al Señor. Y si, como a Abraham, el Señor te llama a salir de tu zona de confort, de tu tierra y de tus seguridades. ¡No lo dudes un instante! ¡Vale la pena! Él hará de tu vida una bendición, como hizo, también, con la de San Francisco de Javier.

Normalmente empieza pidiéndote cosas sencillas, pequeñas. No porque Él las necesite, sino porque quiere ayudarte por medio de ellas. Te dice, por ejemplo, “reza; anímate a leer el Evangelio cada día; permíteme que cure tus heridas en la Confesión; acude a la cita que tengo concertada contigo y con el resto de mis discípulos cada Domingo en Misa, visita a ese enfermo que sabes que lo necesita…”

Fijémonos en una de esas cosas que suele pedirnos para bendecirnos: la Misa. Si no estás acostumbrado cuesta, ¿verdad? ¡Qué pereza! Pero mira, en cada Misa se nos ofrece, de algún modo, la oportunidad de revivir la experiencia que vivieron Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor: una experiencia de Cielo, de profundo Gozo, de Vida en Plenitud que le lleva a Pedro a exclamar: ¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!

En efecto, Moisés y Elías, es decir, el Antiguo Testamento, se hacen presente en la primera lectura de cada Misa y nos dicen, señalando a Jesús: ¡Este es el Mesías! Los Apóstoles, en la segunda lectura, nos lo confirman: ¡Jesús es el Señor! Y en el Evangelio, Jesús en persona toma la palabra y nos dice cosas bellísimas e importantes para nuestra vida. Hoy, además, el mismo Padre del Cielo nos ha dicho bien claro quién es Jesús: “ESTE ES MI HIJO, EL AMADO, EN QUIEN ME COMPLAZCO”. Y nos ha dejado una tarea: “ESCUCHADLE”.

Este encuentro semanal con Cristo en la Montaña de la Eucaristía ilumina, alegra el alma, renueva y da fuerzas para bajar luego al llano de la vida cotidiana con esa paz y esa seguridad que nos da el haber pasado un rato con Jesús; más aún, el haberlo recibido en la Comunión. Él, su amistad, su vida y su alegría son nuestro verdadero Isaac, lo que nos faltaba para ser felices de verdad.
Imita a Abraham, a Sara y a San Francisco de Javier.

Dile al Señor en tu corazón: “Lo que tú quieras, Jesús. Confío en ti”. Díselo sin miedo. Díselo con hechos. Verás, entonces, cómo Él va transfigurando tu vida, es decir, la va transformando en una enorme BENDICIÓN, para ti, para la Iglesia y para los pobres.

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