La procesión va por dentro

SEMANA SANTA INTERNA
 
Sin la cruz guía que señale y marque la llegada de tantos misterios pero, con una cruz en el pecho o en la pared, que sea exponente de nuestro afecto y comunión con el que dio su último hálito en un madero.
 
Sin Jesús el Nazareno por las calles de nuestros pueblos y ciudades pero, su esencia, avanzando y nunca viniéndose abajo por todas y cada una de las arterias de nuestras almas.
 
Sin María de la Soledad teñida en negro azabache rompiendo el silencio de la madrugada pero, con sus pasos suaves pero decididos, dejando huella en la palma de los que fervientemente la elevamos.
 
Sin costaleros que, sobre sus hombros, levanten hasta el mismo cielo los tronos sagrados pero ofreciendo nuestro flanco para que Cristo sea presentado ante un mundo que ensalza da por bueno lo mediocre y zafio.
 
Sin incienso impregnando sabor a cielo y a lo sagrado en las encrucijadas calles de esta tierra pero, con nuestra oración, en ofrenda sincera que asciende desde lo terreno a lo más alto del empíreo divino.
 
Sin bullas ni algarabías, cantos ni trompetas, carracas o saetas, pero con la Palabra de Dios que se escucha a miles de leguas cuando se afina el oído del alma, se abre la fibra del corazón o se abren los ojos que buscan lo que en la tierra no encuentran.
 
Sin bandas de música, con marchas regias y sublimes, pero con los acordes de nuestro amor y de nuestra esperanza ante un Dios que en cruz nos dejó exponente de un gigantesco y colosal amor nazareno.
 
Sin una iglesia abierta donde nuestros pies descalzar en lavatorio de Jueves Santo, pero con nuestras entrañas abiertas para no desertar de Cristo vendiéndole por poco o casi nada. Cuánto cuesta amar como el amó y, qué poco, lanzarnos al afecto de hojalata presentada en un simple plato.
 
Sin un gallo al que escuchar pero, siendo conscientes, de que en el día a día (también en las abundantes esquinas de nuestras casas) podemos decir “si” o “no” a un Cristo que camina del cuarto de estar hasta la cocina.
 
Sin nazarenos que escoltan y anuncian la llegada del trono pero, cristianos, que de palabra y con obras pequeñas podemos convertirnos en tronos de carne y hueso donde el Señor sea cautivo, azotado, humillado o ensalzado.
 
Sin romanos que custodien la desaparición del sepulcro inerte pero siendo centinelas cuando amanece o anochece para que, DIOS, no se quede sin la lanza de nuestra oración y sin la armadura de nuestro pensamiento.
 
Sin asfaltos cubiertos de cera penitente pero, con nuestros hogares, rociados con los mejores sentimientos de la luz de nuestra vida cristiana.
¡VIVAMOS ESA SEMANA SANTA HACIA ADENTRO! Cristo camina por las avenidas de nuestras entrañas.
 
Javier Leoz
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular
Diócesis de Pamplona y Tudela
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