INTRODUCCIÓN

A la hora de buscar el tema para estas Jornadas, que es también el modo de centrar nuestras preocupaciones pastorales a lo largo del curso, quisimos hacerlo con un criterio realista, y nos pareció que la cuestión clave de nuestra pastoral es el cultivo de la fe. Necesitamos desarrollar una pastoral de la fe. Hacer de nuestra vida pastoral ordinaria una pastoral ordenada al fortalecimiento de la fe de los cristianos, y el anuncio de la fe entre los alejados o descreídos.

Una ojeada a la composición de nuestras parroquias nos obliga a adoptar estas preferencias. Con pocas diferencias, en nuestras parroquias tenemos un tercio de bautizados que podemos llamar practicantes habituales, un cuarenta de practicantes eventuales, y otro tercio de nada o muy poco practicantes. Con el agravante de que en los sectores más jóvenes, entre los veinte y los cinco el abandono es mucho mayor, hasta el ochenta y noventa por ciento.

Esta situación nos tiene que hacer pensar. Se nos plantean tareas urgentes.

Fortalecer la fe y la vida cristiana de los practicantes.

Avivar la fe de los que acuden eventualmente.

Despertar la fe de los jóvenes.

Fortalecer la fe de los asistentes. Hay que tener en cuenta que una pastoral de mantenimiento no es lo mismo que pastoral de conformismo y de estancamiento. La fe es una virtud dinámica que tiene que estar en crecimiento constnte. Es como el manantial de la vida cristiana. Así aparece claramente en este texto de la Constitución . Dei Verbum (n.5).

“Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el “homenaje total de su entendimiento y voluntad” asintiendo libremente a lo que Dios revela. Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad”

La doctrina católica nos presenta el acto de creer en Dios como un acto esencialmente libre y profundamente personal. No se trata sólo de una fe que consiste en el asentimiento a unas verdades reveladas, ni menos en creer lo que no se ve. La doctrina bíblica y la moderna filosofía de la religión están de acuerdo en señalar que el elemento más profundo de la fe es el acto libre de entrega de uno mismo a la realidad personal de Dios en cuanto verdadera, fuente de verdad y de vida, garantía y fundamento de la vida verdadera por el amor. Creer es aceptar el ser del otro como fundamento, garantía y fuente de la propia vida. En el caso de la fe religiosa, creer es aceptar libremente la fundamentalidad de Dios en la construcción de mi propio Yo.

La fe tiene que ir creciendo conforme vamos creciendo y cambiando nosotros mismos. Hay una manera de creer en la juventud, en la madurez, en la vejez. Tenemos que acompañar, ayudar a conseguir la plenitud en cada momento. Juventud, matrimonio, familia, trabajo, responsabilidades, enfermedad, vejez.

Fortalecer la fe de los eventuales. Qué posibilidades de contacto tenemos con ellos,? Sacramentos de los familiares, bautizos, primeras comuniones, matrimonios. Funerales. Mas luego contactos por medio de otras personas, apostolado de los seglares.

Ayudar al crecimiento de la fe de los jóvenes. Elementos comunes y elementos específicos. El fin verdadero de la pastoral juvenil.

I. DIFICULTADES EN LA ESPAÑA ACTUAL PARA CREER EN DIOS

Una sencilla observación sobre nuestra propia vida, nos hace caer en la cuenta de que la mayoría de nosotros hemos nacido a la fe gracias a la ayuda de nuestra familia En la mayoría de las familias cristianas, con la primera educación y las primeras ayudas para despertar en nosotros la vida consciente, se nos ofrecían las realidades de la fe, invitándonos a aceptarlas y tenerlas en cuenta con plena naturalidad. Se nos hacía el anuncio y la presentación de las realidades divinas desde el inicio de nuestra vida consciente, junto con las demás aperturas hacia la realidad. El mundo no se nos presentaba en ningún momento como una realidad cerrada, a la cual hubiera que añadirle más tarde la presencia de un Dios añadido o sobrevenido, sino que el niño era introducido en una visión del mundo ya transformada por la fe, en la que Dios estaba presente y actuante desde el principio, el mundo era criatura de Dios, todos éramos criaturas de Dios, los hombres éramos hermanos, la Iglesia ocupaba un lugar importante en la vida, existía un código de comportamiento universalmente vigente y aceptado que era de hecho el que provenía de la fe en Dios y en Jesucristo.

Incapacidad educadora de muchas familias cristianas.

En casi todas nuestras familias, la fe crecía en las nuevas generaciones por la influencia configurante del ambiente familiar, de los ejemplos de los mayores, por el apoyo de una cultura (configuración social y espiritual) que incorporaba las referencias religiosas con toda normalidad. Menciones de Dios, frecuencia sacramental, ritmo semanal, calendarios festivos, etc.

Hoy esto se da en muy pocos casos. La familia ya no es capaz de introducir a los niños en un mundo transformado por la presencia y la actuación de Dios. Lo normal es que los niños y los jóvenes adquieran una visión del mundo privada de referencias religiosas, en la que Dios, Jesucristo, la Iglesia, la vida eterna y las características de una vida cristiana y santa, son por lo menos, realidades de segundo orden, “opcionales”, no necesarias, ni plenamente reales, cuan do no decididamente inexistentes y hasta perjudiciales.

El cambio no está únicamente en que los padres no eduquen cristianamente, más hondamente lo que ocurre es que los padres y la familia ha perdido gran parte de su capacidad educadora.

– Falta presencia, comunicación, densidad familiar,

– Se vive una concepción errónea de la autoridad, de la educación, de la pedagogía. Ha calado una visión cómoda e ingenua del “no intervencionismo”, no se quiere contrarias, no se quiere imponer, no se quiere corregir. Los medios de comunicación, la TV, Internet, la cuadrilla de amigos, en la ausencia o incapacidad de los padres, son los verdaderos educadores, informadores y formadores de los niños y de los jóvenes.

– Y sobre estas lagunas pedagógicas viene la gran laguna de la pedagogía cristiana: En muchos casos las familias no tienen vigor ni autenticidad religiosa para educar cristianamente a sus hijos, ayudándoles a ingresar poco a poco en una . vida de piedad, mediante la experiencia doméstica de la vida cristiana efectiva, con hechos, símbolos, y prácticas religiosas unidas y engastadas en la realidad de la vida cotidiana, personal y social, intelectual y moral. No se vive en un mundo iluminado y transformado por la presencia del Dios creído. Donde no hay una fe efectiva ya no es posible ayudar a los niños y jóvenes a despertarse, crecer, vivir como cristianos. .

La fuerte influencia de una cultura antropocéntrica y materialista que nos envuelve.

Esta debilidad cristiana de las familias es consecuencia de una cultura dominante, fuertemente influyente y determinante, que actúa sobre niños y jóvenes en cuanto asoman la cabeza fuera del recinto de su vida familiar. Y ya dentro porque hoy la familia tiene su intimidad invadida por el peor mundo exterior gracias a la TV.

– Estos niños y jóvenes que han crecido con una fe deficiente, o con ninguna fe, se abren al mundo exterior en una cultura que tampoco transmite una visión “cristiana” del mundo. En MCS, crónicas, revistas, música, valores que se viven verdaderamente vigentes, menosprecio práctico y a veces teórico de la religión, de la Iglesia, de los sacerdotes,

– Su visión del mundo cristaliza como una visión atea, donde no hay Dios, ni Cristo, ni Iglesia, ni mandamientos, ni esperanza de la vida eterna.

– Vivimos en un mundo pagano y paganizador. Vivimos en una sociedad politeísta, cuyos dioses reales son el bienestar, el dinero, la libertad, en definitiva uno mismo. Cada uno es dios para sí mismo. Vive recentrado en sí mismo, confinado en sí mismo como límite último de la realidad, como centro del mundo, en adoración y contemplación del propio ser temporal y de las pequeñas satisfacciones que el hombre puede alcanzar en su vida terrena, sensorial y material.

– No se dice así, pero los usos, los comentarios, los criterios morales reflejan una visión de la realidad en la cual cada sujeto es el centro, la medida y la norma de su propio mundo.

– Actualmente reforzado por la fuerte afirmación del laicismo en nuestra vida pública. La ley del reconocimiento del matrimonio gay, en definitiva , responde a una visión atea de la vida humana. Cada uno es dueño de su vida. Todo está bajo el imperio de nuestra libertad.

– Lo mismo ocurre con las facilidades para el divorcio, la manipulación de los embriones humanos.

– Ahora las dificultades para la enseñanza de la religión en la escuela. Lo que ha ocurrido en el Estatuto catalán, ocurrirá en toda España, acabarán afirmando la naturaleza laica de la escuela estatal, aunque nos “dejen” enseñar religión fuera del horario escolar.

 

La secularización interior de los mismos cristianos. Debilidad de la Iglesia.

Por la fuerza de estos factores, con la complicidad de nuestros propios errores, la secularización ha entrado dentro de la misma Iglesia, con las apariencias y falsos prestigios de llegar a ser una Iglesia actualizada y dialogante, con una falsa idea de renovación y adaptación. “La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha producido una “gradual secularización de la salvación”, debido a lo cual se lucha ciertamente a favor del hombre, pero de un hombre a medias reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndolos a los admirables horizontes de la filiación divina.”

Este reforzamiento del secularismo ocurre en un momento en que la Iglesia que tenía que ser misionera es una Iglesia: debilitada y replegada sobre sí misma, en sus miembros, en nosotros, en los sacerdotes y en los laicos. Insegura, dubitativa, dividida, interiormente debilitada. Con una debilidad evidente en el vigor de la fe de los creyentes. Con una disminución creciente del número de personas dedicadas a la evangelización. Con teorías precipitadas y equivocadas que enfrían el ardor y las convicciones de los posibles agentes misioneros. (Universalidad de la misión de Cristo, suficiencia salvadora de las otras religiones y de la simple buena voluntad, relativización de los sacramentos, etc.)

Tratándose de países que han sido intensamente cristianos, como es el caso de España, tenemos que tener en cuenta que nos movemos en una situación sumamente confusa. Nuestra sociedad no es ingenuamente pagana. En el origen de la paganía actual no siempre hay ignorancia inculpable, sino algo muy parecido a la apostasía, y a veces una verdadera rebelión contra la tradición eclesial, contra nuestra propia historia espiritual, un rechazo de la fe y de la educación recibida. En España este proceso de secularización se vive envuelto y camuflado dentro de una voluntad de modernización y democratización. La presión de los medios de comunicación ha llegado a crear el convencimiento de que ser católico, ser de derechas y ser poco demócrata es lo mismo. Para ser demócrata y moderno hay que ser de izquierdas y agnóstico, laicista.

Entre nuestra gente lo más frecuente no es el rechazo explícito y razonado, sino el descuido, la dejadez, la aceptación pasiva de las tendencias dominantes, de lo más fácil y placentero. La mayoría de quienes dejan de acudir a la Iglesia, no tienen conciencia de haber dejado de ser católicos, se definen como “católicos no practicantes” cuando en muchos casos son verdaderos “excatólicos”, que han perdido su comunión con la Iglesia, la verdadera adoración de Cristo como Hijo de Dios, la esperanza efectiva de la vida eterna. No se trata de negativas formales sino de abandonos prácticos, encubiertos, más por la vía de la omisión que de la acción. Valoran tanto las cosas de este mundo, se ven tan absorbidos por las ocupaciones o las aspiraciones inmediatas, que terminan por mirar las cosas de la fe, la Iglesia, la vida cristiana y el mismo Dios, como realidades inoperantes y por tanto sin ningún interés, sin ninguna importancia. A la fe sucede la indiferencia, el desinterés. Asusta pensar lo que será nuestra sociedad dentro de 20 ó 30 años, cuando una segunda generación surja y madure sin las conexiones que todavía tienen los jóvenes actuales con unas tradiciones cristianas.

La descristianización nunca es total. Nuestra gente conserva muchos elementos cristianos, ideas, sentimientos, valoraciones, nostalgias, inseguridades y dudas. Por eso es tam común esa figura extraña del “cristiano no practicante”, del “católico disidente”, del “catolicismo a la carta”. Cuando queremos evangelizar nos dirigimos a un público que “ya sabe de qué va”, que está de vuelta, para el cual, subjetivamente, ni el cristianismo, ni el evangelio, ni el mismo Cristo, no tienen ninguna novedad, y por eso mismo no despiertan ningún interés.

Vivimos un momento en el que la responsabilidad de los católicos es muy grande. De nosotros depende en gran parte que en España la fe cristiana sea un fermento de vida. Muchos proyectos en marcha tienden a debilitar y suprimir la prevalencia de la fe católica en el patrimonio cultural y espiritual de nuestra sociedad. Se la quiere sustituir por una cultura permisiva, relativista, laica. No se trata de una competencia entre grupos sino de mantener viva la conciencia de que el hombre para vivir como persona en el mundo necesita vivir unido a Dios por la fe y la obediencia.

Contra la pretensión de implantar una cultura secular, laica y laicista, que hace vivir a los mismos cristianos en una sociedad sin Dios, tenemos que afirmar que la evangelización no es completa hasta que los cristianos, una vez convertidos, no lleguemos a crear y hacer vigente una visión global de la vida donde Dios ocupe su lugar, es decir una cultura cristianizada, que refleje la realidad verdadera de nuestra vida tal como Dios la quiere, como la inició y reinició Jesucristo. Porque un mundo sin Dios y sin Cristo no es el mundo verdadero.

Estos caracteres generales, tienen entre nosotros unas notas muy concretas. Si nos fijamos en los recursos personales de nuestra Iglesia tenemos que reconocer:

– cada vez somos menos. En el año 93 éramos 630: hoy somos 1oo menos.

– Cada vez somos mayores,

o Menos de 50, 62

o Menos de 60, 115

o Entre 60 y 70, 190

o Entre 70 y 80, 188

o Mas de 80, 47

o Mas de 70, 240

o Línea media 70, 300 por debajo y 240 por encima.

o En ejercicio, alrededor de 350

Es verdad que nuestra gente conserva un patrimonio espiritual importante. Las generaciones mayores son bastante religiosas. Aunque en algunas zonas el indice de cumplimiento es muy bajo. Acuden a Misa, a los funerales, a las romerías y santuarios. Nos piden los sacramentos. Quieren que sus hijos estudien religión y vayan a la catequesis. Pero muchos de ellos se preocupan poco de la educación cristiana de sus hijos. Nuestra gente está poco acostumbrada a participar. Tenemos grupos bien dispuestos, pero son pocos. La mayoría muy pasivos. Pocas asociaciones, pocos grupos, pocas actividades formativas.

II. RECOMENDACIONES GENERALES.

¿Qué hacer ante esta situación? Esta es la gran pregunta, nuestro gran problema Hoy la urgencia primera es intensificar el anuncio de la salvación de Dios, despertar el interés hacia la palabra de Dios, superar la insignificancia cultural, crear las condiciones para el surgimiento de la fe en las nuevas generaciones Pero ¿cómo hacerlo?

Darnos cuenta de la gravedad de la situación.

Hoy el problema básico de nuestra sociedad está en la tendencia a la indiferencia religiosa, algunos hablan de “infravaloración, menosprecio de la religión como algo impropio de los tiempos, sin base racional, sin utilidad práctica, con gran riesgo de autoritarismo y fanatismo. Sin discutir demasiado,

PARA VIVIR A GUSTO

es mejor dejar la religión a un lado. Incluso muchos cristianos la dejan en el último puesto de sus intereses.

No es que haya deficiencias en unas u otras cuestiones. El problema no está en que unos u otros desfiguren la recta doctrina, o falten a la disciplina de la Iglesia en la celebración de los sacramentos. Estos problemas son reales.

Vivimos bastante resignados al predominio de una cultura sin Dios frente a la cual no estamos reaccionando adecuadamente. Tenemos miedo a plantear claramente las exigencias de ser cristiano en el conflicto de culturas en que vivimos. Vivimos un conflicto de culturas, una con Dios y otra sin Dios, una en la cual Dios es el centro del hombre, otra en la cual el hombre es el centro y como el “dios” de sí mismo, de su vida, de su historia, de su organización, desarrollo y progreso. Los cristianos nos dejamos llevar.

Nuestra situación es parecida a la situación de los cristianos del siglo II y III. Vivimos inmersos en una sociedad no cristiana, que trata de asimilarnos culturalmente. La tendencia es la contraria a la que era en tiempos de los Padres. Entonces la cultura pagana se desmoronaba ante la pujanza de la Iglesia. La Iglesia fue fermento de nuevas instituciones y nueva cultura. Ahora es la sociedad cristiana la que se desmorona y las instituciones cristianas las que desaparecen frente al crecimiento y la pujanza del laicismo. Si queremos cambias las cosas y ser capaces de modificar la sociedad circundante en vez de ser digeridos por ella, tendremos que ser más fuertes, más vigorosos espiritualmente, más efectivos en la configuración de la vida.

En general vivimos demasiado tranquilos. Los fieles no se enteran. Pero nosotros tampoco. No inquietud sino exigencia, aplicación, unidad, ilusión.

La fe camino para arraigarnos en Cristo.

El programa no hay que inventarlo. El camino de la regeneración y de la salvación está trazado por Dios. El programa es Cristo. Todo se centra en la presentación concreta, realista, vigorosa de Cristo. “De los Evangelios emerge el rostro verdadero del Nazareno con fundamento histórico seguro”

“A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe” Y no por cualquier fe, sino por la fe de Pedro, en comunión con la Iglesia mediadora, esa es la única fe que nos permite llegar al corazón del misterio.

La conclusión general es que tenemos que hacer todo lo posible para recuperar el vigor espiritual de la Iglesia real

Mediante el desarrollo de una fe que nos haga convivir con Cristo en la presencia del Padre, con amor, con esperanza, con fidelidad de hijos.

 

La Iglesia renovada, único punto de partida real.

Eso supone que el primer paso de la evangelización tiene que ser una recuperación del vigor espiritual de la Iglesia y de los cristianos, de las comunidades parroquiales, de las familias cristianas. El primer paso para poder evangelizar las nuevas generaciones es contar con unas comunidades cristianas que vivan del patrimonio de la Iglesia, de la “fe vivida por los santos”.

Necesitamos poner en pie unas comunidades cristianas verdaderamente entusiasmadas con Cristo, conscientes de su significación como Hijo de Dios encarnado para salvar la humanidad entera. Comunidades que se sientan felices por haber conocido a cristo, verdaderamente arraigadas y centradas en El, conscientes de su responsabilidad y de sus posibilidades como testigos de cristo y portadores de una palabra de salvación que se mantiene joven y eficaz. Este paso no sería realista si no tuviéramos en cuenta los muchos cristianos sinceros que hay en la Iglesia. Es preciso llamarlos, convocarlos, hacerlos verdadera comunidad, en las parroquias, en la Iglesia local, dentro de la comunión católica.

En cualquier caso, una cosa es cierta. La primera condición para la transmisión o la difusión de la fe en la sociedad actual es la existencia de una comunidad cristiana renovada, espiritualmente vigorosa, unida y consciente del tesoro que posee y de la misión que le incumbe. UNA IGLESIA MISIONERA TIENE QUE SER UNA IGLESIA DE SANTOS Y DE TESTIGOS. Esto no es retórica. Es la conclusión más evidente de un razonamiento serio y responsable. Por eso, a la hora de pensar en la transmisión de la fe y la cristianización de las nuevas generaciones, la primera condición requerida es la conversión de la Iglesia, la conversión de los cristianos, nuestra propia conversión. Así lo ha proclamado insistentemente el Papa Juan Pablo II. . La necesidad más urgente de la Iglesia en Occidente, es la necesidad de contar con evangelizadores creíbles, gracias a un testimonio personal y colectivo de vida santa.

No se puede entender demasiado geográficamente. Siempre es necesaria la comunidad, pero no necesariamente donde se realiza la evangelización. Cuando un grupo de misioneros llegan a un país para anunciar la fe no cuentan con la presencia de una comunidad precedente. Sí cuentan con su comunidad de origen, pero en el nuevo país, la comunidad será el fruto de sus desvelos y su trabajo misionero. Este recuerdo nos puede valer. Para comenzar a desarrollar una pastoral de evangelización no hace falta tener por delante una parroquia renovada, basta que un grupo pequeño se decida a vivir en actitud de evangelización, en tensión espiritual y acción misionera.

Una llamada para los sacerdotes.

Esta situación es una fuerte llamada para toda la Iglesia, para todos los cristianos de Navarra, y en cierta manera, en primer lugar, para nosotros los sacerdotes. No porque seamos más que los demás, sino porque estamos al frente de las comunidades, influimos mucho con nuestro ejemplo, con nuestras ideas, con nuestro comportamiento. Estamos al cuidado de las comunidades, no tenemos otro quehacer, tenemos un encargo que nos tiene que acuciar. Nosotros tenemos que ser un germen de renovación espiritual y apostólica en nuestras parroquias.

Tenemos que ser santos. No con una santidad vaporosa, sino con una santidad bien concreta y operativa. Nuestra santidad:

– amor muy grande a Jesucristo. Dio la vida por nosotros. Dio la vida por nuestro mundo. Por estos hermanos nuestros que ahora prescinden de El. El merece el conocimiento, la correspondencia, el amor. Y nuestra gente le necesita para saber qué son y cómo tienen que vivir.

– Necesitamos renovar las convicciones fundamentales de nuestra vida: la sociedad, las personas necesitan conocer a Jesucristo para vivir adecuadamente, y este conocimiento depende de nuestro trabajo. Tenemos algo muy importante que hacer y que decir en nuestro mundo.

– Orar, estudiar, aprovechar el tiempo, hablar de El, buscar la manera de llegar a los que no vienen.

– unidad, hay demasiada disgregación, demasiadas críticas, demasiadas filias y fobias. Por que no sentimos todos la alegría de querernos, de trabajar juntos, de ayudarnos mutuamente, de asumir entre todos la gran tarea de la evangelización, de la renovación religiosa de nuestro pueblo. Ante todo el ánimo, la ilusión, la disponibilidad, la confianza, la dedicación.

– Asumir con diligencia las recomendaciones diocesanas.

Con frecuencia, hablando de evangelización, complicamos demasiado las cosas, cosas, buscamos demasiados requisitos previos, revisiones, programaciones, formulaciones. Tengo la impresión de que a veces la abundancia de lo accidental nos oculta la necesidad de lo que es verdaderamente decisivo. Cuando sus discípulos le preguntaron al Señor qué tenían que hacer para participar en las obras de Dios, su respuesta fue directamente a lo fundamental. “La obra de Dios es que vosotros creáis en Aquel que El ha enviado” (Jn 6, 28-29).

Vivir la unidad, una condición indispensable.

Mirando nuestra situación concreta es indispensable llamar la atención sobre la necesidad de la unidad. No puede haber vigor espiritual, personal ni comunitario, sino en la unidad. Si las divisiones históricas entre cristianos han sido y siguen siendo un gran inconveniente para la misión es evidente que la actual división entre católicos, el disentimiento habitual, el olvido y menosprecio del magisterio del Papa y de los Obispos, las faltas graves de disciplina en las celebraciones litúrgicas, la desafección diocesana que se manifiesta en muchos detalles, son un inconveniente muy fuerte para desarrollar una acción pastoral eficaz, con verdadero vigor apostólico y misionero.

Entre nosotros hay demasiados grupos, demasiada incomunicación, demasiadas críticas, demasiada facilidad para despreciar lo que viene de la Curia, del Obispo. Seguramente sin darnos cuenta somos muy individualistas. Cada uno busca las soluciones que le parecen mejor, pero con fuerte desconfianza hacia lo que “viene de arriba”. Cómo utilizamos el Catecismo de la Iglesia, los Directorios diocesanos, las ocasiones de formación permanente? Nos falta conciencia de conjunto, valoración de los demás, mística de la unidad, del trabajo en común.

III. SUGERENCIAS CONCRETAS.

Si queremos de verdad embarcarnos en una acción evangelizadora que llegue a cambiar las tendencias, tendríamos que ser capaces de empeñarnos en una acción sencilla, firme, continuada, que fuera a las raíces del problema, compartida por todos y mantenida con paciencia y perseverancia.

1º Reunir y fortalecer la comunidad.

El primer paso sería convocar a los adultos capaces de comprender y de vivir este ideal.. Aprovechar la capacidad evangelizadora de las pocas familias cristianas que hay en nuestras parroquias. Identificarlas, invitarlas, reunirlas, concienciarlas, apoyarlas. Construir con ellas una verdadera comunidad catecumenal y catequética. Hay que intentar que las parroquias sean verdaderas comunidades catecumenales con capacidad de engendrar cristianos nuevos. Por lo menos que el núcleo de la comunidad parroquial sea una pequeña comunidad de cristianos convertidos, orantes, convivientes y actuantes.

Los Movimientos tienen que sentirse llamados a colaborar en esta renovación espiritual, comunitaria y apostólica de las parroquias y de la Iglesia local entera. Para ello tiene que darse una convergencia entre Movimientos y Parroquias que ahora no se da. Esta necesidad de acercamiento real entre parroquias y movimientos aparece claramente formulado en la Exhortación .Apostólica Ecclesia in Europa. Los Movimientos tienen que ser de verdad parroquiales y diocesanos. Las comunidades parroquiales y diocesanas tienen que incorporarlos sin reticencias y asimilar ellas mismas las notas más genéricas y eclesiales de los Movimientos.

Todavía habría que tener en cuenta que la comunidad eclesial no es propiamente la parroquia, sino la Iglesia particular. Tenemos que superar la tentación del fraccionamiento y del aislamiento. La tentación del clericalismo y de los personalismos.

2º, Intensificar lo referente a la formación espiritual y vivencia personal.

La situación general de nuestra Iglesia y de nuestros fieles está pidiendo un reforzamiento de todo aquello que tiene a favorecer unas mejores disposiciones personales en nuestros cristianos, en conocimientos, participación, vida espiritual y compromiso apostólico.

Como comentario a esta idea quiero resumir aquí unas páginas que el Papa escribió hace ya bastantes años, hacia 1960..

El hombre de hoy cuando se encuentra con su vecino puede suponer que está bautizado, pero no que es creyente. Tiene partida de bautismo, pero no convicciones cristianas. Es más lo más normal es que le diga que no es creyentes o por lo menos que nos es practicante. Consecuencia en las estructuras de la Iglesia, y en las actitudes de los cristianos.

Al principio se quería una Iglesia de santos. La experiencia obligo a aceptar la presencia de pecadores. PERO LOS CRISTIANOS TENIAN ALGO COMUN QUE LES DISTINGUIA. La fe en la gracia y en la salvación de Dios revelada y realizada en y por NS., Jesucristo. Una comunidad de convencidos. Diferentes, separados.

En la Edad Media cambió, todos cristianos, confusión entre sociedad e Iglesia. Disolución creciente de la unidad de los cristianos. Se daba por supuesto que todos eramos cristianos. Confusión religiosa, cultural y política. Todo era Iglesia.

Seguimos con esta confusión. Pero ha cambiado el acento. Ahora más bien creemos que todo es mundo. Nadie cree en serio que su salvación eterna dependa de ser realmente Iglesia. No interesa ya la salvación eterna. Se es Iglesia como se es de raza blanca, como se pertenece a un pueblo, a una época.

Por eso surge la idea de que hay que convertir de nuevo a la Iglesia, Y cita un libro “Iglesia del pueblo o Iglesia de creyentes” Alude a la tensión entre los que quieren intensificar la evangelización y restringir los sacramentos, o los que dicen que “sacramenta sunt propter homines y quieren seguir como antes. Unos insisten en la necesidad de una comunidad fervorosa, otros en los derechos de los individuos. Esta situación obligo a los obispos franceses a publicar, en 1951, un Directorio para la administración de los sacramentos”. Alaba la actitud de estos obispos que exigen una actitud de fe. Y se queja de que en Alemania se sigue practicando un mero sacramentalismo.

“No se trata de hacer los sacramentos difíciles o fáciles, sino de llevar a una convicción, por la cual el hombre reconozca y reciba como gracia la gracia de los sacramentos.”“Esta primacía de la convicción, de la fe, sobre el mero sacramentalismo es la doctrina importantísima que se transparenta en las moderadas y prudentes disposiciones del Directorio francés.

A la larga la Iglesia tendrá que renunciar a su aparente identidad con el mundo, para volver a ser “la comunidad de los creyentes”. Solo cuando deje de ser una entidad barata, podrá llegar a los oídos de los nuevos paganos que ahora no creen que lo son..

Los sacramentos sin fe carecen de sentido y la Iglesia tendrá que renunciar poco a poco y con toda cautela a un radio de acción que a la postre supone una ilusión para sí y para los demás.

Cuanto mas marquemos lo propio de la Iglesia y la identidad del ser cristiano, hasta convertirnos si es menester en un rebaño pequeño, tanto más realistas seremos en el segundo plano, el de la proclamación de la fe. Los sacramentos separan lo que es Iglesia de lo que no es Iglesia, el anuncio del evangelio debe llegar, desde la Iglesia, cuanto más lejos mejor. Teniendo en cuenta que hay una predicación ordinaria y una predicación misionera.

La Iglesia pasó de ser pequeño rebaño a abarcar al mundo. Esta situación hoy no es más que una apariencia que oculta tanto el ser de la Iglesia como el ser del mundo. . Cuanto antes volvamos a la situación real de minoría mejor dispuestos estaremos para vivir nuestra vida cristiana y ejercer nuestra misión anunciando la fe y conviviendo adecuadamente con los hermanos no cristianos.

(Card. Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios, Herder, pp. 360-366

UNA GRAN NOVEDAD

El Papa anuncia y desea un proceso de clarificación personal en los cristianos y en los mismos paganos. Que cada uno sepa lo que es y se sitúe en su verdad. Eso llevará consigo una clarificación y distinción social entre lo que es la Iglesia, los que pertenecen a la Iglesia, y los que no son ya cristianos y prefieren ser simplemente miembros de una sociedad religiosamente indiferenciada.

Esta evolución requerirá de nosotros que seamos capaces de vivir con la conciencia de que somos una minoría, y desarrollar las actitudes propias de tal minoría, claridad, libertad, unidad, colaboración, paciencia, humildad, amor, ofrecimiento, para traerlos, no para pastelear.

 

Los métodos pastorales tendrán que responder también a esta situación. Atender y fortalecer a los de dentro. Irradiar hacia los de fuera. Salir al encuentro. Recibir, acoger, sin confundir. Tendríamos que ir entrando ya por estos caminos, aunque fuera con mucha prudencia y flexibilidad.

Algunos tienen miedo a este lenguaje porque temen que el número de los cristianos disminuya. En el fondo seguimos pretendiendo que la Iglesia abarque a todos, que todos sigan siendo Iglesia, aunque sea a costa de ensanchar la manga y someternos a los gustos y opiniones dominantes. Olvidamos que la Iglesia es “sal”, “levadura”. Es decir “minoría transformadora”. Entre cantidad y calidad, nuestra opción tiene que estar siempre a favor de la calidad. El que respondan muchos o pocos no es asunto nuestro. Pero sí es nuestra la obligación de presentar el evangelio completo, la vida cristiana en su plenitud, sin perder el horizonte de la perfección, del juicio de Dios y de la vocación a la vida eterna. Las crisis históricas siempre han sido superadas por la fuerza de algunos hombres y algunas minorías vigorosas, operantes, atractivas y influyentes.

Se impone lo que yo llamaría pastoral de la autenticidad. Anunciemos el evangelio en su integridad, busquemos ante todo la conversión a Jesucristo por medio de la fe, fomentemos la aspiración sincera y realista a la santidad y a la perfección cristiana, dentro de unas comunidades cristianas verdaderamente unidas en la comunión eclesial, local y universal, seamos capaces de presentar ante el mundo con fuerza la llamada de una alternativa real de vida de los cristianos. Este tiene que ser el punto de partida para una verdadera acción evangelizadora capaz de producir una verdadera replantatio Ecclesiae.

Es evidente que esta renovación interior de la Iglesia tiene que ser obra del Espíritu Santo, y del trabajo de hombres y mujeres santos, enviados por Dios, como promotores de la renovación espiritual de su Iglesia. No estamos hablando de un ANTES y un DESPUÉS cronológico. Los fenómenos se provocan unos a otros. Pero sí hay un antes y un después lógico que resulta imprescindible.

Atención preferencial a la catequesis en todas sus formas.

En consecuencia es indispensable cuidar mucho la catequesis. Es preciso ir implantando en nuestras parroquias un proceso catequético bien adaptado a las necesidades reales, con unas características comunes. Necesitamos ante todo que sea una catequesis de conversión, de cambio de vida, de asimilación de las actitudes y virtudes cristianas. Esto hay que hacerlo aunque tenga como consecuencia que algunos niños o jóvenes dejen de venir a la catequesis.

La primera necesidad es sin duda la formación de los catequistas. Una de las primeras obligaciones del párroco es la formación doctrinal y espiritual de los catequistas. No se puede pensar que aprendan ellos solos. Considerarlos como los primeros colaboradores de la vida pastoral de la parroquia. Tiene que ser verdaderos maestros y testigos de la fe.

Comenzando por el bautismo de los niños. Bautizar a un hijo es asumir un compromiso importante. Requiere avivar la vida cristiana del matrimonio. Qué les ofrecemos?

Lo mismo se puede decir de la preparación para las primeras comuniones y proporcionalmente de las confirmaciones. El problema de la eficacia de los sacramentos no está en los sacramentos, sino en las disposiciones personales con los que los recibimos.

A medida que este proceso de iniciación cristiana sea más verdadero, resultará más fácil preparar a los jóvenes para el matrimonio. La situación actual entre nosotros se va haciendo insostenible. En Navarra más del 30 % de los matrimonios son civiles. Y más del 30 % de los matrimonios canónicos se separan.

Las parrroquias grandes deberían tener todos un buen . CATECUMENADO DE ADULTOS.. O tenerlo entre dos o tres parroquias. UNA PARROQUIA ES UN CATECUMENADO, UNA PILA BAUTISMAL, UN ALTAR Y UN CONFESIONARIO. En esta línea de la atención personal está el sacramento de la penitencia.

En la catequesis se debe considerar elemento indispensable el apoyo y la colaboración de las familias en la educación religiosa de los hijos, desmasificar la administración de los sacramentos, insistir en la necesidad de verdaderas disposiciones personales para recibirlos, cada uno en su momento, según sus disposiciones personales, sin calendarios automáticos, con garantías normales de su progresiva incorporación a la celebración eucarística dominical y a la vida comunitaria. Nos toca vivir la transición de una Iglesia prácticamente identificada con la sociedad cristiana, a una sociedad minoritaria y espiritualmente vigorosa, con el vigor y la consistencia de las minorías contraculturales. Tenemos que atender a los “viejos cristianos” que tienen rescoldos de fe, a la vez que vamos favoreciendo el crecimiento de un nuevo estilo de cristianos, convencidos, convertidos, unidos, testimoniantes, sin miedo a ser diferentes, responsables del anuncio del evangelio, orgullosos de su fe, capaces de dar cuenta de su esperanza y de su vida. Necesitamos contar con comunidades de cristianos más vigorosas, más unidas, más seguras de sí mismas, que la sociedad pagana que tenemos delante y los movimientos culturales anticristianos que desde ella actúan.

El objetivo final de la evangelización tiene que ser la conversión de todos los hombres a Cristo, la extensión del Reino de Dios y la transformación de la sociedad entera según los designios de Dios. La Iglesia es misionera por su propia naturaleza. La acción misionera de la Iglesia pretende que todos los hombres formen un solo pueblo, unidos por la fe y los dones del Espíritu. Pero para llegar hasta eso, ahora nos toca abordar una primera fase de trabajo más humilde, más de cimientos, nada espectacular. El trabajo de renovación espiritual y de evangelización tiene que ser una labor personal, no puede ser colectiva, no podemos comenzar por lo colectivo, ni lo comunitario, ni lo social, sino por caminos muy humildes y muy verdaderos de relación, atención y comunicación personal.

Dar a la Eucaristía dominical la importancia que le corresponde

Dar a las Eucaristías dominicales una verdadera intensidad de vivencia espiritual personal y comunitaria. Cuidar todo aquello que facilita la participación espiritual de los fieles en la Misa, parq que sea REZADA por cada uno de ellos. Desde el principio, el orden, el silencio, los papeles, las advertencias, la música, las moniciones, las lecturas, etc. Etc. Hacer verdad todos los momentos de la Eucaristía. A partir de la Eucaristía junto con la confesión sacramental frecuente y el asesoramiento personal del pastor a cada uno de los fieles, habrá que recuperar la conciencia de la llamada a la perfección de cada persona, de cada matrimonio, de cada familia. Esto requiere una dedicación plena y constante del pastor al cuidado espiritual de cada fiel, sean catequistas o catecúmenos, personas aisladas o familias. La renovación litúrgica de la vida comunitaria debe ser en realidad una renovación de la vida espiritual de las personas y de la comunidad entera en respuesta a la llamada y a los dones del Señor. Esta renovación requiere la renovación de la misa parroquial de los domingos, de la vida sacramental en general, desde el Bautismo hasta la Unción de los enfermos, todo centrado en la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación, el Matrimonio, y la celebración global del Día del Señor. .

Teniendo en cuenta la condición de muchos de nuestros fieles, alejados y fríos, pero no enteramente desvinculados de la Iglesia es muy importante aprovechar los encuentros ocasionales que tenemos con ellos en verdaderos acontecimientos de evangelización. En concreto deberíamos estudiar el modo de convertir los encuentros de “conveniencias sacramentales” en verdaderas ocasiones de anuncio, de invitación, de renovación de fe y de vida de nuestras familias. Hay que intentar que estos encuentros no sean esporádicos y pasajeros, sino que se conviertan en el inicio de una relación nueva, el arranque de un proceso nuevo de maduración espiritual.

La promoción espiritual y apostólica del laicado.

Promover grupos de cristianos que caminen hacia la perfección cristiana, con los medios de santificación que tiene la Iglesia, sacramentos, oración personal, penitencia, obras de misericordia y apostolado, discernimiento y dirección espiritual. Contar con ellos, apoyarnos en ellos. Aquí vuelve y se hace indispensable abordar la cuestión del lugar y del tratamiento de los Movimientos en nuestras Iglesias. Creo que la verdadera respuesta está en la necesaria convergencia entre parroquia y movimientos. En las parroquias tiene que abrirse camino una aceptación sincera y agradecida de la realidad de los Movimientos como un don del Espíritu a la Iglesia, pero al mismo tiempo los movimientos tienen que sentirse y vivir de verdad su condición eclesial, metidos en la carne real de nuestras Iglesias y parroquias, superando la tentación de cerrarse sobre sí mismos, a la vez que las comunidades parroquiales reciben dentro de ellas a los miembros de los diferentes Movimientos y asimilan como patrimonio común lo que el Espíritu despierta y suscita como inicial vivencia de unos pocos. En este asunto resulta indispensable y urgente suscitar un movimiento de convergencia y de implicación entre parroquias y Movimientos, respetando la naturaleza de cada uno y reconociendo a cada cual el papel y el lugar que le corresponde. . (Christifideles laici)

Hace falta que los cristianos en general y algunos grupos de manera especialmente incisiva, hagan presente la Doctrina Social de la Iglesia. En los diferentes ambientes y sectores de la vida pública, opinión pública, educación, arte, economía, política. Es indispensable que los cristianos, con obras y palabras, hagan presente y respetable el modo religioso y cristiano de ver, entender, interpretar, valorar, afrontar y resolver las circunstancias reales de la vida, de acuerdo con los ejemplos y las enseñanzas de Jesucristo, de la Iglesia y de los santos. El Papa lo dice de forma audaz y estimulante “Los cristianos debemos apostar por la caridad” En este mundo nuestro, cargado de necesidades y de contradicciones, los cristianos tenemos que ser los hombres que reconocen la primacía del amor al prójimo en toda su amplitud, con coherencia y eficacia. Desde el respeto a la naturaleza hasta la defensa de la vida en todas sus manifestaciones y en todos sus riesgos.

Pastoral de irradiación y crecimiento

Necesitamos también buscar y promover oportunidades para establecer contactos con las personas que no vienen a la Iglesia, con las que no creen, por medio de encuentros, acercamientos, convocatorias, visitantes de enfermos, diferentes obras de misericordia, presencia habitual en los MCS, debates de interés que nos permitan llegar a descubrir y anunciar el significado actual del evangelio, de la persona de Cristo, publicaciones y otros medios de comunicación mediante los cuales.

 Se superen las fronteras habituales y se produzcan nuevos acercamientos

 Se creen encuentros personales con personas nuevas

 que permitan anunciarles la revelación de Dios en sus contenidos básicos y fundamentales.

Cuidar especialmente las actitudes y los contenidos de nuestras actividades

Hay que evitar ciertas actitudes muy frecuentes entre nosotros que resultan incompatibles con una actividades verdaderamente evangelizadora. Evitar las condenas, las actitudes impositivas. Y evitar también las condescendencias que suponen indiferencia y falta de confianza en nosotros mismos. El testigo tiene que irradiar seguridad, paz, afecto, solicitud, respeto, ofrecimiento de algo importante.

En toda esta labor no podemos olvidar la necesidad de centrarnos en aquellas cuestiones que fundamentan y favorecen el surgimiento de la fe, que consolidan la fe de los cristianos dubitantes, que avivan el dinamismo espiritual y apostólico de los cristianos. Así señalo por ejemplo:

– ayudar a descubrir la finitud, la condición de creatura, la importancia y necesidad de Dios para una existencia personal, libre, verdaderamente humana.

– Fundamentar en la realidad histórica de Cristo, muerto y resucitado por Dios, el fundamento de la fe personal de cada uno. Si Jesús es parte de nuestra historia, qué hacemos con El, como lo incorporamos a nuestra experiencia humana, situar a la gente ante la interpelación del Jesús histórico.

– Recuperar la primacía de los aspectos estrictamente religiosos de la vida, adoración, confianza, obediencia, esperanza teologal. No quedarnos en las utilidades mundanas de la religión. Crees es un modo de ser, antes que raíz de un modo determinado de obras y camino para conseguir algunos bienes concretos.

– Presentar con claridad el momento definitivo del juicio de Dios, la necesidad y primacía de su salvación, prevista, aceptada, vivida como punto de apoyo, criterio y fuerza decisiva para la vida presente.

Todo esto con humildad, con realismo, con paciencia, con perseverancia y con unidad.

CONCLUSIÓN

De ninguna manera querría dejar en quienes me habéis escuchado una sensación de pesimismo ni de angustia.

Es verdad que vivimos tiempos difíciles para la transmisión y la expansión de la fe en nuestros países occidentales de vieja alcurnia cristiana. Pero también es verdad que los tiempos difíciles favorecen las reacciones profundas y vigorosas.

Por lo pronto, la dificultad nos hace más humildes, más pendientes de la gracia y la ayuda de Dios, más diligentes, más abiertos a la colaboración,

Por otra parte, la situación actual no es normal, no puede ser definitiva. El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, para vivir y convivir con El. Dios está presente en la verdad de las cosas, en la verdad profunda de nosotros mismos, estamos envueltos en su gracia y el hombre no puede prescindir definitivamente de las promesas y los dones de Dios sin hundirse en un abismo de soledad y de desesperanza.

Por mucho que ahora abunden, el ateísmo, el agnosticismo, la indiferencia no son situaciones naturales del hombre, sobre las cuales o contra las cuales haya que levantar y justificar con argumentos difíciles y rebuscados la afirmación de la existencia de Dios y la respuesta de fe y de entrega a la revelación de su presencia y los dones de su amor. Los hombres vivimos religados al poder inevitable de lo real, vinculados de manera absoluta e ilimitada a la realidad, detrás de la cual está la verdad de Dios como fundamento de todo lo real.

La experiencia de la vida personal y comunitaria privada de fundamento, hecha pura facticidad y transitoriedad, hará que el hombre vuelva a buscar y valorar su relación con Dios, en la entrega de la fe, como condición y camino indispensables para lograr la plenitud de su vida ya en este mundo, una vida sólida y verdadera que dura con dios para la vida eterna. La experiencia del pecado provoca el hastío y prepara la invocación. Eso ocurre en la vida personal y también en la vida de las sociedades. “Dios encerró a todos en el pecado para tener con todos misericordia”.

El hombre no está solo en el mundo, no puede estar solo porque existe gracias a la presencia donante de Dios que lo llena todo y lo sostiene todo. Más tarde o más temprano, los hombres volverán o llegarán a percibir que su entrega a Dios no es abandono ni pérdida de su libertad, sino que el encuentro y la invocación de Dios son la fuente de la libertad y quien sabe si la libertad misma consiste en esa capacidad de buscar la verdad de dios presente y actuante en todas las cosas y en todos los momentos de nuestra vida. Muchos cristianos y muchos sacerdotes viven el momento actual angustiados, desconcertados, como si el ateísmo fuera imponiéndose poco a poco como situación irremediable del hombre.

No es así. El oscurecimiento de Dios en la inteligencia y en la voluntad del hombre actual ni es un proceso natural, ni es un proceso positivo ni es definitivo. Es más bien el resultado de un momento de desarrollo cultural y técnico mal interpretado y mal vivido por falta de vigor y efectividad de la fe en el común de los creyentes.

Estamos viviendo ahora un proceso de profunda purificación y transformación. Se derrumban muchas cosas construidas y mantenidas durante siglos. Apenas se ven los principios de otras nuevas construcciones. Pero están naciendo. Hay comunidades nuevas, jóvenes que viven su fe con entusiasmo y generosidad, renace en muchos sitios la religiosidad popular, los cristianos participan más profundamente en la eucaristía, existen por todas partes minorías vigorosas. No nos dé miedo el vernos pocos. El número no es lo decisivo. Lo decisivo es la autenticidad, el vigor, la plenitud de la vida de los cristianos. El Señor hará lo demás si encuentra en nosotros los colaboradores fieles que El necesita. Colaboradores que no oculten, ni deformen, ni recorten su mensaje de salvación. Colaboradores que reflejen en su vida y expresen en su palabra el verdadero rostro espiritual de Jesucristo nuestro Señor.

El secreto para cambiar esta tendencia y superar esta situación está en que los cristianos lo creamos así sinceramente, en que seamos capaces de vivirlo y proclamarlo en nuestro mundo de manera resuelta y sencilla, humilde y convincente, que tengamos el vigor espiritual necesario para ser fermento, para influir en los demás en vez de dejarnos configurar por ellos. En este trance resulta indispensable trabajar por la autenticidad religiosa y cristiana de nuestras comunidades, aunque sea a costa del número y del relieve sociológico de la Iglesia. No podemos renunciar a que el evangelio sea patrimonio y salvación de todos. Pero la expansión vendrá como consecuencia de la intensidad, la cantidad efecto de la autenticidad. Y no al contrario.

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