El último domingo del año litúrgico está dedicado a exaltar la figura de Jesús como Rey del Universo. Vale la pena dedicar unos minutos a pensar qué es lo que queremos decir cuando afirmamos que Jesucristo es el rey del Universo. Qué quiere decir la Iglesia o qué quiere decirnos la Biblia cuando nos presenta Jsús como Rey universal.

Primero hay que preguntarse a qué Jesús se refiere la Iglesia, o mejor dicho en qué momento de su vida es Jesús exaltado como Rey. Porque parece extraño que Jesús fuera de verdad rey en sus años de la vida oculta, ni siquiera en sus años de predicador itinerante por las ciudades de Palestina. Tanto los evangelios como los escritos apostólicos nos enseñan que Jesús es entronizado como Rey del Universo en el momento de su resurrección. Cristo resucitado de entre los muertos es levantado por el poder de Dios como Rey y Señor del Universo.

Y qué quiere decir «ser Rey» cuando lo decimos de Cristo. El no es Rey como los reyes de este mundo. No tiene palacios, ni poderes ni competencias temporales de ninguna clase. Su Reino de es de este mundo.

Jesús es Rey porque es la Verdad del mundo. Todo fue creado por El y para El, todo se apoya en El, y todo es y vale en la medida en que está arraigado en El. El es la raíz de la nueva humanidad, la humanidad verdadera y definitiva, El es el horizonte de la historia, el principio y el fin, la verdad definitiva de cada hombre, de cada mujer, de todos los pueblos, de la humanidad entera. El es el Hombre en su plenitud. Su realeza es la Verdad y el Valer de su Ser, la plenitud de su vida exaltada y glorificada por Dios, la infinita perfección y santidad de su santa humanidad en la que Dios ha querido volcar toda su plenitud.

Su Reino no es de este mundo pero está en este mundo, crece en este mundo, actúa y se manifiesta en este mundo. Jesús reina cuando cada uno de nosotros lo reconocemos como Dios nuestro, como principio de nuestra vida y como suprema verdad y la más alta aspiración de nuestro amor y de nuestros seseos. Jesús reina cuando los rasgos de su alma van apareciendo poco a poco en el alma y en la vida de sus discípulos. Jesús reina cada vez que uno de sus discípulos hace una buena obra o deja de hacer cualquier maldad por amor a El, por acercarse a El, por vivir en comunión de amistad y de amor con El. Más todavía, Jesús reina cada vez que un hombre o una mujer de buena voluntad, aunque no sean creyentes son fieles a su conciencia y hacen el bien que conocen por fidelidad a la verdad, al amor, al servicio a la vida del prójimo.

Así, poco a poco, con la discreción y la fuerza imparable de la levadura, Jesús creído y amado, va iluminando las mentes y cambiando los corazones, cambiando la vida de quienes creen en El y de los buscan entre tinieblas, y va construyendo, sobre las ruinas del viejo mundo del pecado, un mundo nuevo, una humanidad nueva, reunida, justificada, cimentada en la verdad, conjuntada por el amor, erguida e impulsada por la esperanza, a la medida de la voluntad de Dios y de los deseos profundos del hombre.

Con la fe, con el amor, con el cumplimiento del deber en cada momento, co9n nuestras buenas obras, vamos construyendo entre todos esta humanidad fraternal y justa que Dios quiere, sin codicia (que es una idolatría), sin violencias ni agresiones de ninguna clase, en la verdad de las cosas, con amor verdadera, siempre con el horizonte abierto de la esperanza fundada en el amor indefectible y universal de Dios. Jesús va por delante, El abre el camino y lo sostiene todo, El lo inaugura y lo consuma todo, El es el Rey en torno al cual crecemos y vivimos todos. Bendito sea Dios que ha querido que surgiera esta humanidad nueva sobre la piedra viva de su Hijo Jesucristo, Salvador, Hermano y Rey del Universo.

Mons. Fernando Sebastián Aguilar

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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