Aunque estaba anunciado, muchas personas se sorprendieron al ver los grupos de jóvenes, con sus mochilas, andando alegres por nuestras calles. Y se sorprendieron todavía más quienes asistieron a los actos celebrados en el parque de Yamaguchi, o a las catequesis que tuvieron lugar en varios templos de la ciudad.

El Encuentro Nacional de Jóvenes Cristianos que se celebró en Pamplona y en Javier en el pasado fin de semana, ha sido una experiencia hermosa y cargada de significación. La iniciativa nació de un grupo de personas que trabajan en torno a la Delegación Diocesana de Juventud. Me lo expusieron, lo ponderamos, nos pareció interesante y, aunque con algún temor, fuimos adelante. El Señor nos ha ayudado y no hay duda de que ha sido un acontecimiento muy positivo. Desde aquí doy las gracias a las personas e instituciones que nos han ayudado a sacar adelante este proyecto con su apoyo moral, con recursos económicos o con las necesarias concesiones administrativas

Queríamos que la figura de San Francisco de Javier animara a unos cuantos jóvenes a fortalecer su fe, rezando, escuchando la palabra de Dios, comprometiéndose en la dura tarea de anunciar a Jesucristo en sus ambientes juveniles. Dentro de las limitaciones normales y con la modestia y el realismo con que tenemos que proceder siempre, se puede decir que hemos alcanzado lo que nos proponíamos. El fruto verdadero germina en el interior de cada uno y aparecerá poco a poco en los diversos sectores de la vida de la Iglesia.

A propósito de este Encuentro, los responsables de la vida eclesial y los cristianos adultos en general, podemos aprender unas cuantas cosas. La primera y principal es que los jóvenes son capaces de entusiasmarse por Jesucristo cuando encuentran la oportunidad de conocerlo y consiguen experimentar el gusto y la alegría interior de la vida cristiana integral. Hemos acogido a uno tres mil jóvenes, chicos y chicas, y no hemos tenido que lamentar ningún hecho penoso, ni botellones, ni drogas, ni promiscuidades, ni nada desagradable. Ellos han demostrado que son chicos alegres, sueltos, jóvenes de cuerpo y alma. Pero tienen un alma religiosa, se sienten a gusto cerca de Dios, rezan, escuchan y agradecen lo que se les dice en nombre del Señor, se confiesan, preguntan, tratan seriamente de vivir de acuerdo con las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia.

Ante este espectáculo, tan agradable, no podemos dejar de hacernos una pregunta, ¿qué hacemos con todos los demás? Muchos de ellos han crecido en familias cristianas, han ido a colegios de la Iglesia, han seguido las catequesis de la confirmación, y, sin embargo, no han entrado de verdad en el conocimiento “interior” de Jesucristo, ni han llegado a descubrir personalmente la vida cristiana como algo apetecible y valioso, en realidad no han recibido nunca el mensaje cristiano de salvación con verdadera fe personal. Claro que cada uno es libre y la fe es el acto libre por antonomasia, pero siempre está presente la pregunta impertinente: ¿qué parte de responsabilidad tenemos los educadores, los padres cristianos, los profesores y maestros, los sacerdotes, en el desconcierto espiritual y moral de tantos jóvenes? ¿Hemos hecho por ellos todo lo que debíamos hacer? ¿Les hemos transmitido correctamente el conocimiento de Jesucristo, de su evangelio, la verdad y la grandeza de la vida cristiana? ¿No estaremos fallando en algo importante de nuestros sistemas educativos? Ya sé que son preguntas graves, pero no sería honesto eludirlas.

Por lo que nos toca, quiero animar en primer lugar a los padres cristianos, pero también a los sacerdotes, educadores religiosos y catequistas a redoblar sus esfuerzos en la educación religiosa y cristiana de nuestros niños y jóvenes. Busquemos el modo de transmitirles el conocimiento de Jesucristo como referencia fundamental de su vida, con verdaderos sentimientos religiosos, de adoración, amor y obediencia, dentro de la humilde y agradecida aceptación de la Iglesia como mediadora, lugar de la memoria y de la presencia de Jesús, espacio del encuentro y del seguimiento, madre y maestra de la fe y de la vida de los discípulos. Tratemos de llegar a la verdad de sus convicciones y sentimientos personales. Hablemos, pongámonos de acuerdo, vayamos por delante con el ejemplo.

No podemos olvidar que la educación es eficaz sólo cuando va envuelta en un amor verdadero y respetuoso, dedicado y solícito, y apoyada en el testimonio de un convencimiento sincero y coherente de lo que les proponemos. Una educación sincera y exigente, manifiesta más amor y más estima que la cómoda condescendencia. Quien ama de verdad sabe cómo ayudar a crecer y cómo corregir de forma positiva y estimulante.

Demos gracias a Dios porque visita los corazones de nuestros jóvenes. Demos gracias a Dios porque, a pesar de las dificultades que encuentran, favorecidas casi siempre por los adultos, los jóvenes de ahora, como no podía ser menos, son capaces de escuchar la palabra de Dios y responder noblemente con su “aquí estoy”. Ojalá este humilde ensayo del pasado Encuentro Nacional de Jóvenes nos anime a todos a ser más diligentes y nos ayude a actuar con más acierto en la noble tarea de ayudar a nuestros jóvenes a encontrar en Jesucristo la tierra firme y el horizonte interior de su vida. Sería un fruto excepcional del Año Jubilar Javeriano.

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