Vía Crucis de la Esperanza

PRIMERA ESTACIÓN
JESUS CONDENADO A MUERTE
“Pilato les preguntó; ¿Y qué hago con Jesús, llamado Mesías? Todos respondieron: ¡Crucifícalo! Pilato lo entregó a los soldados para que fuera crucificado” (Mt27,22.26)
Emprender el camino hacia el Calvario, en compañía de Jesús, es un grito a la ESPERANZA. Es proclamar que la MUERTE que tanto se enmudece, se disfraza y se maquilla, que tanto se empeña en esconder el mundo, no tiene la palabra definitiva.
Hoy proclamamos como peregrinos hacia la Pascua Eterna:
– Que su entrega no ha sido olvidada.
– Que sus pasos son huellas para ser seguidas y no sólo imitadas.
– Que, su condena, sirvió y sirve para recordarnos que es mejor acoger que condenar.
Jesús ¡VEN A NUESTRO ENCUENTRO! Enséñanos que lejos de condenar y enjuiciar, hemos de ser más prudentes y comprensivos con los que nos rodean.
SEGUNDA ESTACIÓN
JESUS CARGA CON LA CRUZ
“Yo, por mi parte, sólo quiero presumir de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14)
La esperanza no es lo mismo que el optimismo. En todo caso es la convicción de que todo, salga bien o mal, tiene un sentido. A nadie nos gusta soportar pesos que nos impiden ser libres o vivir con cierta calidad de vida.
Las cargas de los demás, que a veces nos pueden parecer cruces insoportables, ponen a prueba la consistencia de nuestra fe o tal vez la debilidad de ella.
Como cristianos, Señor, sabemos que la fuerza nos viene de la cruz. Que en ella se esconde nuestra victoria y el secreto de nuestra felicidad.. Ayúdanos a entender el valor del sacrificio y de la sinceridad de nuestros gestos en favor de los demás.
TERCERA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
“El llevó en su propio cuerpo nuestros pecados sobre la cruz para que, muertos para el pecado, vivamos para la justicia; por sus heridas hemos sido curados” (1Pe 2,24)
Si en la vida no existieran las dificultades no existiría la esperanza. Dios nunca nos va a colocar una cruz más grande que el hombro para soportarla. Pero siempre, desde la cruz, nos dará un ángulo de visión para no olvidar a los que han caído bajo el peso de sus faltas, debilidades, pecados o falta de cintura para decir “no” ante tantas caídas.
¡Cuántos miles de hombres y mujeres aplastados por la depresión y la tristeza, humillados por la violencia y la explotación!
¡Cuántos caídos Señor en nuestra tierra!
Señor; tú que salvas y levantas al que a Ti te grita no dejes que pasemos de largo de aquellos que están en el suelo bajo el peso de una cruz. Danos ojos para ver y manos para levantar.
CUARTA ESTACIÓN
JESUS ENCUENTRA A SU MADRE
“Simeón dijo a María; este niño será signo de contradicción para que sean descubiertos los pensamientos de todos; y a ti una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,34-35)
La Virgen no es redentora pero está junto al Redentor; no salva pero estuvo junto al Salvador; no redime pero intercede por nuestra redención.
La esperanza, con María, viene a nuestro encuentro con el silencio, la sencillez, la escucha, la pobreza o la fidelidad. La esperanza como en María tiene un rostro: contemplar a Cristo con y desde la verdad. Se nota cuando estamos cerca del Señor y se nota cuando existen nuestras distancias con Él.
Ojala también nosotros seamos como lo es María: una puerta abierta a la esperanza de tantas personas que sufren su propio calvario como migrantes, presos, solitarios o castigados por la indiferencia.,
Jesús; ayúdanos en esta noche, como María, a dar sin recibir nada a cambio…pero sobre todo a salir de las catacumbas de nuestra cobardía para dar razón de nuestra esperanza.
QUINTA ESTACIÓN
JESÚS AYUDADO POR EL CIRINEO
“Ayudaos unos a otros a llevar las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo” (Gal 6,2)
El Cirineo fue un espectador que de repente se vio sorprendido y metido de lleno en escena con un papel dulce y amargo a la vez: ayudar a un ajusticiado. No se negó entre otras cosas porque sabía que, con sus manos, su hombro y sus pies, se convertía en peregrino camino del Calvario con Jesús de Nazaret. Podía haberse negado o incluso haber dicho “no”. Quiso hacer de su entrega un gesto solidario, llamativo y posiblemente sonrojante a los ojos de muchos. Sin quererlo fue protagonista, pero nunca el centro de la escena. Todos somos cirineos de la esperanza con nuestro apoyo y presencia oportuna. Empujamos desde aquí, con nuestra contemplación y súplica, a otras tantas cruces anónimas y conocidas, lejanas o cercanas que para algunas personas se hacen cuesta arriba.
– Siempre será mejor dar que recibir.
– Perder algo para salvar el mañana.
– No dar cosas y sí ofrecer nuestro tiempo.
Ayúdanos, Señor, en esta noche a construir un cielo nuevo y una tierra nueva arrimando y brindando nuestro hombro en toda situación que nos parezca injusta.
SEXTA ESTACIÓN
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO A JESUS
“Sin gracia ni belleza para atraer la mirada, sin aspecto digno de complacencia. Despreciado, desecho de la humanidad, era despreciado y desestimado” (Is 53,2-3)
Sólo cuando consolamos, animamos o hacemos una transfusión de vida a los que sangran podemos descubrir en nuestro pañuelo el rostro de CRISTO. Santa Teresita afirmó “Quiero construir el cielo haciendo el bien en la tierra”. Cuando abrazamos al que sufre, socorremos al pobre, levantamos al que se derrumba, escuchamos al deprimido o solitario y enjugamos las lágrimas a los desencantados de la vida y del mundo ayudamos a que el rostro del Señor sea más visible en esta tierra a través del evangelio visibilizado en nosotros. Tal vez sea el único evangelio que algunos escuchen y vean: nuestras obras realizadas con la sonrisa de la esperanza.
Hoy, como ayer, todos podemos pintar el mejor lienzo de DIOS para nuestras casas y para nuestras vidas: haciendo el bien sin mirar a quien. El amor gratuito se da sin condiciones y sin mirar situaciones: simplemente…se regala.
SÉPTIMA ESTACIÓN
CAE EL SEÑOR POR SEGUNDA VEZ
“La locura de Dios es más sabia que los hombres; y la debilidad de Dios, más fuerte que los hombres” (1Cor 1,23-25)
La diferencia entre el perdón que el mundo otorga y el que Dios da es que, el primero, no olvida y a veces no pasa una. Por el contrario, la misericordia divina, olvida incluso antes de pedir perdón. No salda cuentas, no pregunta apellidos, no mira historias pasadas. No tiene prejuicios. Queremos salir de un agujero, e irremediablemente nos precipitamos en otro. Pretendemos sonreír y lloramos; ansiamos levantarnos y, de nuevo, caemos bajo las cosas y los defectos de siempre. Al atardecer de la vida no se nos tendrá en cuenta tanto las veces que nos desplomamos cuanto el esfuerzo y el afán de superación por alejarnos de lo que nos esclaviza o aplasta. Ante tanto caído no es bueno ni cristiano señalar con el dedo cuanto ayudar a levantar con la mano de la esperanza que algunos necesitan.
¡Cuántos corazones arrugados por las cicatrices que, unos a otros, nos hacemos en el día a día! ¿Y nos decimos seguidores de Jesús? No podemos estar en el suelo. Hay que levantarse y regresar de situaciones que son contradictorias a la vida cristiana.
OCTAVA ESTACIÓN
JESUS ENCUENTRA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
“Hijas de Jerusalén, no lloréis por mi; llorad por vosotras y por vuestros hijos…Porque si esto hacen al leño verde, ¿qué no harán al seco?” (Lc 23,28.31)
Nunca, nadie como Cristo, dio un papel tan protagonista a la mujer. Quiso beber del cántaro de la Samaritana; perdonó a la que tanto amó; resucitó al hijo de aquella que le pedía con FE; se dejó embalsamar por ellas y, en el colmo del sufrimiento, al pie de la cruz estuvo una gran mujer: MARÍA. Con esta estación damos gracias a DIOS por tantas mujeres que viven con pasión, delicadeza y hasta con silencio su fe y su compromiso dentro de la Iglesia. Hoy también de los labios de una mujer seguimos escuchando: “Haced lo que Él os diga”.
Tú que al pie de la cruz nos dejaste como Madre a una mujer… haznos caer en la cuenta de la igualdad de hombre y mujer… ¡háblanos Señor! para en la defensa de la dignidad de cada persona no nos quedemos en simples palabras.
NOVENA ESTACIÓN
JESUS CAE EN TIERRA POR TERCERA VEZ
“Era maltratado, y no se resistía ni abría su boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante sus esquiladores, no abría la boca” (Is 53,7)
Si no te quieres equivocar, no hables. Si pretendes permanecer siempre en pie, no camines. Eso sí; si crees que el mundo puede ir mejor, entonces, habla, camina y comprométete. La vida del creyente está sometida a un constante accidente: quisiéramos pero….creemos pero….trabajamos pero nos resulta difícil encontrar una respuesta justa entre esfuerzo y recompensa. A nadie se nos ha dicho que tener fe fuera un camino de rosas y en todo caso, la cruz, siempre asoma cuando nos venimos arriba y su luz cuando nos encontramos abajo. ¡Es fácil mirar a la cruz!…..¡qué difícil resulta subir a ella! ¡Es fácil llevarla unos metros¡…..¡qué ingrata se hace cuando caemos debajo de ella!
El caer, no es malo. Lo negativo es cuando no somos conscientes de que estamos caídos y de las veces que dinamitamos a los demás para que caigan. ¡Cuántas veces decimos “yo tengo la conciencia tranquila” pero, lo importante, es “tenerla limpia” y no solamente tranquila.
DÉCIMA ESTACIÓN
JESUS DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
“Al llegar al Gólgota, dieron de beber a Jesús vino mezclado con hiel; él lo probó y no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos a suerte” (Mt 27,33-35)
Tú te empeñaste en desnudarte de la vida para revestir al hombre de eternidad. Nosotros nos empeñamos en engalanarnos para aparentar una felicidad que nunca llega o esconder nuestras miserias. Queremos vivir como hermanos.y nos despojamos de la PAZ que es el manto de la fraternidad. Nos preocupa la situación de nuestra tierra. De aquellos que se rasgan las vestiduras y hasta la piel por el poder y olvidan el servir o ser garantes de reconciliación. Queremos compartir nuestros bienes y acumulamos trastos como si fuéramos a vivir definitivamente en la tierra. Decía el Papa Francisco: “Nunca va un vehículo de mudanzas detrás de un duelo”. Nuestra esperanza tiene un nombre: Cristo despojado y revestido de gloria.
Nunca, un cuerpo tan desnudo, irradió tanta riqueza: TODO POR DIOS. A la vida venimos limpios de todo ropaje, y al final de ella, todo lo que hemos conquistado, todos nuestros bienes, no nos puedes añadir ni un solo segundo para segur existiendo. Tan sólo la CARIDAD, es pasaporte que no caduca para entrar en el cielo.
DÉCIMO PRIMERA ESTACIÓN
JESUS CLAVADO EN LA CRUZ
“Me alegro de sufrir por vosotros, y por mi parte completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24)
¿Qué tiene la cruz que enamora y escandaliza? ¿Qué secreto encierra que es adorno y a la vez se clava? Pasamos por la vida zarandeados y encumbrados, insultados y agasajados. Así fue la vida de Jesús y con todos esos contrastes jamás perdió la esperanza. Su horizonte era el hombre y los clavos, aunque dolieron, no le paralizaron en su gran obra: redimir al hombre.
En una realidad con tantos colores y tantas luces se echan en falta manos dispuestas a desprender o arrancar manos de miles de cruces. Hay demasiado crucificado en muchos maderos y pocas manos dispuestas a quitarles peso y cerrar sus cicatrices. La esperanza de muchas personas pasa por nuestros auxilios y se aleja cuando empleamos martillo y clavos.
Es mejor dejarse clavar, que clavar a los demás. Es mejor callar, que hablar de los demás
Es mejor sufrir, que hacer sufrir Es de cristianos, acompañar en la cruz, y no poner más peso sobre ella.
DÉCIMO SEGUNDA ESTACIÓN
JESUS MUERE EN LA CRUZ
“Procurad tener los mismos sentimientos de Cristo; en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil 2,5-8)
No son las manos lo trascendental, ni nuestros ojos lo esencial sino el amor que ponemos en nuestros gestos y en nuestras miradas. No es la cruz que se hace astilla la que salva sino el AMOR que se desangra y muere en ella. No son las rejas de muchas cárceles físicas, espirituales o emocionales las que nos impiden disfrutar de nuestra vida. Es cuando, en todo eso, no vemos o encontramos ninguna ventana abierta a la esperanza. Cuando en nuestros encierros y sufrimientos nadie llama a nuestra puerta o a nosotros nos cuesta golpear con los nudillos de nuestras manos para saber quién llora al otro lado. Cuando nos sentimos vivos y no vemos tanta gente gimiendo faltos de vida y de esperanza.
No nos pene “morir en algo” por los demás. Comparando lo que hacemos, con lo que El hizo, nos queda mucho por recorrer. Entre todos, poco a poco, hemos de ir completando lo que falta a la Pasión de Cristo. ¿En qué puedo morir un poco por los demás?
DÉCIMO TERCERA ESTACIÓN
JESUS BAJADO DE LA CRUZ
“Quiso el Padre que habitase en Cristo toda la plenitud y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, pacificándolas por la sangre de su cruz” (Col 1,19-20)
Aquel en que Dios nos llame a su presencia no nos preguntará si lo que hablamos, hicimos, construimos o pensamos lo hicimos bien o mal. Cuando nos miré nos preguntará: ¿Lo intentaste? Jesús todo lo hizo bien aunque, a los ojos de algunos, algo hizo mal. Al descender de la cruz se desplomó un cuerpo aparentemente fracasado, unos ojos sin luz y un rostro sin vida. Pero mientras sus pies caminaron por todas las sendas de Judea o de Galilea irradió la esperanza a enfermos, moribundos, perseguidos, calumniados, pobres, encarcelados y despreciados.
¿Bajar de la cruz? ¿A quien? ¿Por qué?
Sí. A Cristo no lo podemos dejar en la cruz. Ni a El, ni a nuestros hermanos. Para que el grano dé el ciento por uno, hay que saber enterrarlo bien. No pisotearlo.
¿Bajar de la cruz? Y, hoy, más que nunca. No necesitamos a un Cristo muerto. Lo queremos vivo y resucitado. ¡Bajémoslo!
DÉCIMO CUARTA ESTACIÓN
JESUS PUESTO EN EL SEPULCRO
“Jesús les dijo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Pero él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19-22)
La muerte es un sueño y el sepulcro su cuna. En la sepultura de Jesús desciende la esperanza que no defrauda, promesas aparentemente no cumplidas, ilusiones de los que quedan a pie de asfalto en un mar de lágrimas. Detrás de la losa reposa lo que como cristianos aguardamos y por lo que los cristianos nos afanamos: aguardamos la resurrección. Los tiempos de Dios no son los nuestros; para Él los años son segundos y para nosotros, los días, se nos pueden hacer eternos. No hay que esperar al último día para ser buenos. No hay que desear un sepulcro como escapatoria a preocupaciones o un mundo incierto. El Señor fue hasta el final con una convicción: Dios tenía la última palabra.
Te bendecimos, Señor, más que nunca en esta noche, porque sabemos que estás vivo y que todos los que creemos, te acompañamos y damos razón de tu existencia, nos encontraremos en ese lugar donde apunta y despunta ese madero que ahora te ha humillado.
El final del vía crucis, lejos de quedar en el dolor y en la nada, vendrá marcado y coronado por la página más triunfante y brillante de Jesús: LA RESURRECCION. Descansa, Señor; descansa unas horas. Para que, después de unas horas y al tercer día, sepamos descubrir que en el sepulcro vacío, está la verdad de todo lo que nos dijiste estando con vida. No hay que llenar los sepulcros de manos llenas y corazones gélidos. No hay que aguardar a que nuestro corazón deje de palpitar o nuestros ojos de mirar para caminar con los que no pueden hacerlo, amar a los que no se sienten amados o reconocer a los que se encuentran marginados por las calles de nuestro mundo. La esperanza tiene un nombre: el tuyo. La esperanza tiene un futuro: Cristo que se manifiesta a través de nosotros. Descansa, Señor; descansa por unas horas. Y cuando las tinieblas parezcan tener la palabra definitiva, entonces Tú, Señor, saldrás victorioso del sepulcro para decirnos que la muerte ya sido vencida. Que nuestra vida, futura y eterna, viene por ti y contigo asegurada. Amén.