ESPERANZA QUE NO DEFRAUDA 07-12-2008
Ante ciertas situaciones sociales que flagelan al ser humano y que hacen perder las esperanzas se siente en las personas un cierto malestar que entristece la vida; es aquí donde se hace palpable la afirmación de los santos: “Las esperanzas humanas no logran dar lo que la esperanza en Dios sí concede”. Son siglos y siglos que el ser humano vive a expensas de sus propias opciones y siempre se ve defraudado por la falta de una consecución total y perfecta. Sólo quien confía en las promesas de Cristo puede encontrar una luz en su camino. La esperanza en Cristo no defrauda, es más nos lleva a la auténtica realización de la persona y de la humanidad.
Hablar de esperanza ante las crisis tan diversas por las que pasa la sociedad es como hablar de un cuento que nunca existirá. El Sínodo que se ha celebrado en Roma y que hace menos de un mes que ha finalizado nos recuerda que “quien entra en las calles del mundo descubre los bajos fondos donde anidan sufrimientos y pobreza, humillaciones y opresiones, marginación y miserias, enfermedades físicas, psíquicas y soledades. A menudo, las piedras de las calles están ensangrentadas por guerras y violencias, en los centros de poder la corrupción se reúne con la injusticia. Se alza el grito de los perseguidos por la fidelidad a su conciencia y su fe. Algunos se ven arrollados por la crisis existencial o su alma se ve privada de un significado que dé sentido y valor a la vida misma”.
La esperanza que no defrauda está presente en el Hijo de Dios que en su solidaridad de amor y con el sacrificio de sí mismo siembra –dirá el Sínodo en su comunicado final- “en el límite y en el mal de la humanidad una semilla de divinidad, o sea, un principio de liberación y de salvación; con su entrega a nosotros circunda de redención el dolor y la muerte, que él asumió y vivió, y abre también para nosotros la aurora de la resurrección”. Es aquí donde se enraíza la auténtica esperanza, sin ella todo estaría perdido. Cristo es quien nos recupera y por ello más hemos de luchar ante las atroces circunstancias que nos quieren robar la esperanza.
Nosotros como cristianos tenemos la misión de anunciar la esperanza, compartiéndola con los que sufren, con los pobres y con los frustrados de la vida, mediante el testimonio que nos aporta la fe en el Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y paz. El mismo Sínodo insiste en la cercanía de los cristianos y una cercanía que no juzga ni condena, sino que sostiene, ilumina, conforta y perdona, siguiendo las palabras de Cristo: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Los testimonios de los misioneros y de tantos que en silencio actúan se ven apoyados por este estilo de vida que ofrece todo por llevar la esperanza a una sociedad que sufre. Recuerdo la experiencia de una misionera en medio del conflicto en Congo; ella me decía que la fuerza del amor era su única arma para seguir mostrando a los desplazados y huidos que al menos alguien estaba a su lado. Estar junto y al lado del pobre y del que sufre por amor es el mejor signo de la esperanza que no defrauda.