Jornada de la Infancia Misionera

Me alegra que este año nos fijemos en Asia y la razón fundamental es porque este Continente tiene la tierra bien abonada para que la semilla del Evangelio crezca en el futuro con mucha fuerza. Aún recuerdo con mucho afecto las palabras que el Papa Juan Pablo II nos dijo, en una ocasión, a un buen grupo de Obispos de todo el mundo: “Asia es el Continente que debemos cuidar, en estos momentos, porque la Palabra de Dios crecerá mucho en el corazón de los asiáticos. No debemos de perder de vista a China. Ayudemos a China y trabajemos para ser solidarios con ellos”. La gran pena de este gran Papa fue que no pudo ir a China por dificultades de forma y de fondo del Gobierno chino. Murió con esta pena.

Por ello el tema que hemos escogido este año me fascina y me ilusiona. Los niños asiáticos son muchos millones y a ellos hemos de mirar con la fuerza de saber que el futuro dependerá de lo que ahora se les enseñe. El Papa Juan Pablo II hablando de Asia decía que es el continente más vasto de la tierra y está habitado por cerca de dos tercios de la población mundial, mientras China e India juntas constituyen casi la mitad de la población total del globo. Lo que más impresiona del continente es la variedad de sus poblaciones herederas de antiguas culturas, religiones y tradiciones. No podemos por menos de quedar asombrados por la enorme cantidad de la población asiática y por el variado mosaico de sus numerosas culturas, lenguas, creencias y tradiciones, que abarcan una parte realmente notable de la historia y del patrimonio de la familia humana.

Los pueblos asiáticos se sienten orgullosos de sus valores religiosos y culturales típicos. El amor al silencio y a la contemplación por ejemplo. Hubo un tiempo que desde Europa se miraba a Asia como lugar de pacificación interior y muchos jóvenes peregrinaban para encontrar la solución para ser felices en sus vidas. Estaban cansados de la droga y del materialismo que se respiraba en sus propios ambientes. El yoga y otras técnicas asiáticas se han impuesto como forma de encuentro personal y realización de la personalidad. Hay terreno abonado para que la semilla del Evangelio crezca en el alma de los asiáticos. Pensemos en Corea donde la vida cristiana está creciendo a pasos de gigante. Son momentos de gracia especial que Dios quiere manifestar a este continente tan rico en tradiciones y culturas nobles.

Otros valores como la sencillez, la armonía y el no apego muestra la profundidad de un pueblo que quiere caminar asido a la fuerza que nace de un sentido humano profundo. El espíritu de duro trabajo, de disciplina y de vida frugal hace mirar a Asia como un continente de futuro. Un pueblo que no se supera en la contradicción y en el sufrimiento es un pueblo caduco. De ahí que la semilla está ya depositada y crecerá y dará muchos frutos. Hay una gran sed de conocimiento e investigación filosófica. Respetan la vida, la compasión por todo ser vivo, la cercanía a la naturaleza, el respeto filial a los padres, a los ancianos y tienen un sentido de comunidad muy desarrollado. De modo particular, consideran la familia como una fuente vital de fuerza, como una comunidad muy integrada, que posee un fuerte sentido de la solidaridad.

Estas reflexiones fueron propiciadas por el Sínodo que se hizo sobre Asia y que después vino confirmado por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación apostólica “Ecclesia in Asia”. Se observa que los mismos padres sinodales estaban mostrando un rostro fidedigno de lo que es Asia. Eran conscientes de las grandes dificultades que provoca la violencia o las guerras y sin negar estas tensiones y violentos conflictos, se puede decir que Asia ha mostrado una notable capacidad de adaptación y una apertura natural al enriquecimiento recíproco de los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas. Y en este marco tan rico y tan divergente la Iglesia puede comunicar el Evangelio de modo tal que pueda elevar y favorecer los valores más íntimos que existen en el alma asiática.

Lo que ha hecho y sigue haciendo la Iglesia está sustentado por la esperanza. El mismo Juan Pablo II dijo que en Asia se está abriendo una “nueva primavera de vida cristiana”. Hay incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas, catequistas aumentan no sólo en número sino también en formación seria. No conviene olvidar que hay comunidades cristianas que sufren intensas pruebas en la práctica de la fe: China, Vietnam, Corea del norte… Pero, a pesar de esto, crecen los cristianos y saben sacar bienes de las persecuciones y de los encarcelamientos. Lo viven con tal intensidad y hondura que más allá de ser probados en la fe confían intensamente en el amor a Jesucristo. Lo transmiten a los niños y jóvenes que viven precariamente en lo material pero ricos en lo espiritual.

La Iglesia quiere ofrecer la vida nueva que ha encontrado en Jesucristo a todos los pueblos de Asia, “que buscan la plenitud de la vida. Esta es la fe en Jesucristo que inspira la actividad evangelizadora de la Iglesia en Asia, a menudo realizada en circunstancias difíciles, e incluso peligrosas” (Juan Pablo II). No son otras las razones que ofrece la Iglesia a los asiáticos sino la de conocer y reconocer que Cristo libera y salva.

Me impresiona cuando veo a los niños asiáticos y, sobre todo, cuando en la diversidad coexisten y son tolerantes. Queda mucho por conseguir pero se está abriendo un nuevo mundo que se irá realizando al unísono y aportando al resto de la sociedad unos valores que en occidente se han difuminado en la oscura noche cultural. Por tanto los necesitamos para que nos muestren esa sabiduría moral y la intuición espiritual innata que es típica del alma asiática. Para ellos también podemos ser don y regalo, más allá de la técnica avanzada, por el intercambio de experiencias místicas de fe testificada en nuestros santos. Lo que el materialismo ha propiciado en occidente no tiene nada que ver con las experiencias de aquellos que han restaurado una sociedad con su ejemplo. Si nos necesitamos mutuamente, auguro que en la Jornada de Infancia Misionera crezca el deseo y la práctica de anunciar juntos que Jesucristo es quien puede cambiar los corazones de todos y de esta manera su Reino de paz, amor y fraternidad será visible.

+ Francisco Pérez González,

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela y

Director de Obras Misionales Pontificias en España

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