CUARESMA DE LA CONVERSIÓN 22-02-2009

        A las doce del mediodía del domingo pasado estaba presente en la Plaza de San Pedro durante el Ángelus cuando el Papa Benedicto XVI nos invitó a los cristianos a ser fieles con nuestra forma de vivir. Nos exhortó a acercarnos “al don del Sacramento de la penitencia para restituir la comunión con Dios puesto que el pecado causa la muerte del alma”. Si e él acudimos conseguiremos la vida de gracia que el mismo Sacramento nos da. Lo primero que hace el sabio y el justo es la de acusarse a sí mismo de sus propias iniquidades, en segundo lugar ensalza a Dios y en tercer lugar edifica al prójimo. Un programa interesante para hacerlo vida durante este tiempo que nos ofrece el miércoles de ceniza que es la puerta abierta para la Cuaresma.  Durante esta Cuaresma invito a todos los diocesanos a acercarse y a participar en este Sacramento para que nuestra adhesión a Cristo sea auténtica y rogándole nos ayude a una mayor conversión. Podríamos denominar a este tiempo la Cuaresma de la conversión.

        La palabra conversión viene de una palabra latina convertere: cambiar nuestro modo de vivir por otro mejor.  Para ello es necesario verter todas nuestras miserias en el horno de la Misericordia divina que purifica nuestra vida y la embellece, y este horno es el Sacramento de la Confesión o de la Penitencia que la Iglesia lo ha de cuidar con mucho esmero y cariño. Juan Pablo II decía que “la celebración de este Sacramento es siempre una acción de la Iglesia, que en él proclama su fe y da gracias a Dios, que en Jesucristo nos ha liberado del pecado. De ahí que se saque como consecuencia que, sea para la validez como para la licitud del mismo Sacramento, el sacerdote y el penitente deben atenerse fielmente a aquello que la Iglesia enseña y prescribe. Para la absolución sacramental, en particular, las formulas que se han de usar son aquellas prescritas en el ‘Ordo Paenitentiae’. Se han de excluir absolutamente fórmulas diversas y distintas” (Mensaje a la Penitenciaria Apostólica, 31 marzo 2001; cfr. AAS93 (2001) págs. 522-527).

        Por ello ruego y exhorto encarecidamente a los párrocos, rectores de iglesias y a todos los sacerdotes que, durante este tiempo de Cuaresma y durante el año, tengan horarios precisos de confesionario y que la absolución solamente se haga en confesión individual y personal: que se de el arrepentimiento, se manifiesten los pecados formalmente y explícitamente al confesor, que exista un claro propósito de la enmienda con el deseo firme de no volver a pecar, evitando el pecado, y se cumpla la penitencia. El sacerdote actúa en nombre de Jesucristo y en nombre de la Iglesia y así recibió la autoridad el día de su ordenación. “Este es su deber hacia los fieles y los fieles tienen el derecho de recibir una correcta administración del Sacramento de la penitencia” (Juan Pablo II, ibidem, pág. 526).

       En las circunstancias que nos toca vivir, a causa de un debilitamiento de la fe, el Sacramento del perdón es una buena terapia espiritual e integral que nos fortalece, anima y nos hace más amigos Dios y más fraternos con la humanidad. Durante todo el tiempo que Dios me ha regalado como sacerdote y ahora como Obispo los momentos más gratificantes en mi ministerio han sido durante la administración de este Sacramento: he visto nacer vocaciones, matrimonios que se han unido, alejados que se han incorporado con alegría a la vida de la Iglesia, corazones rotos que se han recompuesto, jóvenes y adultos que han encontrado sentido a su vida… Es la pastoral más eficaz aunque sea la que menos se ve. Dediquemos tiempo a nuestros fieles y veremos florecer cada día más la vitalidad en la Iglesia. Os deseo una santa Cuaresma y que sea un tiempo más profundo para que brille nuestra conversión. Así se lo ruego y se lo pido al Señor y a la Virgen a fin de que nos hagan capaces de vivir la humildad en el Sacramento del perdón.

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