Una de las palabras que más se ha usado ante las circunstancias de crisis por la que estamos pasando ha sido la palabra recesión. Y recesión es la disminución de la actividad económica de un país o de todo el mundo, como lo es actualmente. Pero hay algo que hemos de tener muy presente a la hora de de analizar el fondo de todo lo que está sucediendo y es la falta de conciencia ética o moral de la vida; si la corrupción existe, sea del color que sea, es por la falta de responsabilidad o por la concepción de la vida misma donde lo único que prima es la idolatría del egoísmo. Si analizamos los motivos por los que se rige el quehacer diario, el trabajo, el servicio social donde cada uno se ejercita y desarrolla podemos deducir que hay una pieza de este maravilloso puzzle que no funciona: la razón por la que soy persona, una razón que está en lo más íntimo de uno mismo.

En lo más íntimo de la experiencia humana y de cada persona además de lo corpóreo y de lo psicológico existe lo espiritual. La espiritualidad se encuentra también en recesión; la actividad espiritual disminuye. El materialismo ha narcotizado lo más íntimo del corazón que es la hermosura de alma. Cuidamos el cuerpo para que el corazón, como víscera importante que es, funcione y lleve los ritmos necesarios. Los anuncios publicitarios son ingentes. Cuidamos la parte psicológica y sabemos que es necesario una armonía interior y un temple especial para afrontar con madurez lo que nos acontece, cuando uno no encuentra las claves fundamentales va al psicólogo. Todo esto está bien pero ¿cómo cuidamos el espíritu? y aquí ya encontramos más dificultad; el espíritu también necesita una cura especial. De él nace todo: nacen los buenos o malos deseos, las buenas o malas acciones, las orientaciones justas o injustas a la hora de valorar la vida. Aún más: quien cuida bien del mismo está invirtiendo lo mejor para el futuro. Y el futuro es la eternidad para bien o para mal según haya sido nuestro comportamiento. Como dice San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida te examinarán del amor”.

Si lo espiritual no se cultiva es normal que la ética o la moral se devalúen y se desmoronen. Lo único que da libertad y auténtica felicidad es la armonía interior que, como una melodía, trasciende y enamora. Es el momento y se ven rayos de luz donde ya se van buscando espacios de reposo y de alivio interior. Cuánto más se valore este modo de vivir más se irán manifestando los frutos que del mismo espíritu han nacido. No nos dejemos aprisionar por la desidia y menos por el relativismo de la experiencia. Si hay crisis no es solamente material sino también espiritual. Para cambiar se necesita la conversión del corazón que exige mayor interiorización, mayor relación con Dios y mayor desprendimiento donde los demás importan. Lo espiritual y lo moral se conjugan. Si no hay un diálogo permanente los fracasos serán seguros. ¿Y no es así en nuestros tiempos? ¡Apliquémonos el cuento!

+ Francisco Pérez González,

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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