RECLAMOS Y TESTIGOS DEL AMOR DE DIOS 01-02-2009
Siempre me ha impresionado la gran labor que, durante siglos, han realizado los consagrados. De pequeño recuerdo que en mi familia siempre estaba rodeado de las Hijas de la Caridad, dado que mi padre, de las tres hermanas de sangre que tuvo, las tres fueron Hijas de la Caridad y, posteriormente, una de mis hermanas se hizo de la misma sociedad apostólica y ahora ejerce como visitadora. El Señor bendijo a mi familia con la gracia del carisma de San Vicente de Paul. Sólo faltaba yo; pero el Señor tuvo otros designios sobre mí, no obstante en mi corazón conservo este amor vicenciano. La alegría y la caridad que rezumaban en su vida eran de una plenitud tan grande que atraían y ensanchaban el corazón. Las veía al lado de los más pobres de la ciudad tanto en Toledo, en Madrid o en la villa de Huici (Navarra); en mis tías veía un algo especial que siempre me evocaba a Dios. Después poco a poco he ido comprendiendo que los consagrados están llamados a ser “reclamos y testigos del amor de Dios” y esto lo pude comprobar desde muy pequeño. Este estilo de vida me atraía y me fascinaba.
En esta Jornada dedicada a todos los Consagrados no puedo por menos que reconocer y agradecer su vocación tan enraizada en la vida en Cristo y en el testimonio de su amor. Si por una fatalidad desaparecieran, algo inimaginable, la sociedad se sentiría huérfana y las tinieblas se cernerían sobre la misma; ellos, con su vida, nos muestran la cercanía de la paternidad amorosa de Dios. Cuando nos acercamos a las Residencias de Ancianos, a sus Casas de educación o de acogida tan diversa… El corazón se nos ensancha y salta de alegría. Si acudimos a un Monasterio el silencio y el canto acompasado de la Comunidad Monástica nos hace tocar algo sobrenatural que nos encandila el corazón. Sólo quien se enamora de Dios puede hacernos ver que él existe. Los Consagrados son la viva imagen del amor que está en Dios y por ello son espejo.
El año que estamos celebrando y que se enmarca en el Jubileo Paulino nos sentimos identificados puesto que el apóstol de los gentiles puso todo su empeño en anunciar a Jesucristo. Y por ello hemos de seguir luchando para favorecer a una humanidad que está sedienta de Dios. Y esta sed no tiene otras fuentes donde saciarse si no es en el amor de Cristo que sigue corriendo por las venas de nuestras vidas y de la sociedad; para ello deben existir reclamos y testigos de este gran amor. Esta es la labor de los Consagrados y el reto que se les presenta para el futuro. Estoy seguro que muchos jóvenes se están planteando, con alegría y entrega, seguir este camino hermoso. Junto a los carismas históricos también se ven despuntar carismas nuevos donde jóvenes generaciones viven con ilusión este estilo de consagración para ser reflejo del amor de Dios. Oremos en esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada por ellos y para que surjan vocaciones que sigan siendo testigos del amor de Dios en el mundo.