Monseñor Francisco Pérez nos recuerda que: «El dolor, ofrecido a Cristo, es alivio en la enfermedad»
Queridos diocesanos: Los enfermos están presentes en nuestra preocupación todos los días del año. Pero dedicamos especialmente dos jornadas para reflexionar, sensibilizar, apoyar y orar por ellos y por todo su entorno. Son el día 11 de febrero, fiesta de Ntra. Sra. de Lourdes y el sexto domingo de Pascua, que este año cae el 13 de mayo, día en que se recuerda a la Virgen de Fátima. Esta feliz coincidencia nos invita a poner a los enfermos bajo el amparo de Santa María, la Madre, “salud de los enfermos”.
El amor de Cristo nos urge a atender con predilección y esmero todo lo que se refiere a la Pastoral de los Enfermos. Es una pastoral primordial de la Iglesia. El lema de ambas jornadas ha sido este año el mismo: “Levántate, y vete; tu fe te ha salvado” (Lc 17,19). Son las palabras que Jesús dirige a uno de los diez leprosos curados que vuelve a dar las gracias. Nos recuerda la importancia de la fe en los momentos de la enfermedad y el sufrimiento.
Es primordial, en la vida pública de Jesús, su encuentro y predilección por los enfermos y los que sufren. Basta abrir los evangelios para comprobar que la mayor parte de las páginas se refieren a la actividad curativa de Jesús. Hay una expresión que pone de manifiesto qué es lo que sentía Jesús ante el sufrimiento de la gente: “se le conmovieron las entrañas” (Mt 14,14). Fue el buen samaritano que nunca pasó de largo ante el dolor.
Frente a los mil y un sufrimientos y problemas de todas y cada una de las personas sentía compasión, se le revolucionaba todo su interior y le movía a actuar. Sentía latir su corazón de un amor y una ternura incontenible. Necesitaba estar junto al enfermo, tocar con cariño al que sufre. Se unió a lo humano de tal manera que “cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores” (Is 53, 4-6). “Conmoverse las entrañas” significa sufrir con el que sufre, sentirse implicado y movido a hacer algo por el enfermo. Estas actitudes demostraban que el Reino de Dios estaba cerca (Lc 4, 16-30).
A lo largo de los siglos es lo que la Iglesia viene haciendo a través de la pastoral como ayuda a los enfermos. En los tiempos apostólicos la curación de los enfermos se producía unida a la escucha de la predicación. Era como un aval de que la Palabra de Jesús tenía efectos curativos. La predicación se identificaba con la curación de enfermos. Dice el evangelio de San Marcos (16-28) que el Señor ayudaba a los Apóstoles “confirmando la palabra con las señales que la seguían”. No por menos tenemos un sacramento: Unción de los Enfermos. En este sacramento se hace presente la presencia de Cristo que sana espiritualmente y, a veces, corporalmente puesto que ayuda a vivir con entrega y amor el dolor en la enfermedad. Los sacerdotes hemos de atender, con premura y finura a los enfermos, llevando el alivio de Cristo que se hace vivo y presente en este sacramento.
La atención a los enfermos es un certificado que Dios pone a la obra de la Evangelización de la Iglesia que muestra que ésta sigue el camino auténtico de Jesús. Pero hay algo más en el lema de esta jornada. Es el tema sobre la influencia que tiene la fe tanto para los que asisten a los enfermos en sus casas o en los hospitales como a los propios enfermos y profesionales de la sanidad. Tiene un tono cualitativo muy distinto asistir con fe y por fe que asistir por altruismo o por oficio. Cuando la fe mueve el amor hay total gratuidad.
No se miden los sacrificios, ni hay desalientos, antes al contrario, hay alegría y satisfacción sabiendo que la gratificación es el propio Jesús por quien se hace todo. El rostro de Jesucristo Resucitado glorifica el rostro dolorido del enfermo. Quien practica las obras de misericordia entra en el grupo de las bienaventuranzas (Mt 25, 31-46). Jesús hizo milagros curando física y espiritualmente a los enfermos y la Iglesia sigue haciendo también «milagros» curando con la fe y el cariño. Estos «milagros» alcanzan al propio enfermo, a los familiares, a los profesionales de la sanidad y a los voluntarios.
La fe también beneficia sobre todo al enfermo que acepta su situación y lucha por su salud desde un proyecto de redención y salvación. La fe se robustece, restaura las fuerzas y la confianza y ayuda grandemente en la sanación. Cuántos enfermos ofrecen sus sufrimientos por la Iglesia y su acción apostólica. Son la palanca que mueve a los agentes de pastoral y a los misioneros para que su labor sea eficaz. Un enfermo así, aunque postrado en el lecho del dolor, es el más útil y eficiente para que el Espíritu actúe convirtiendo los corazones.
Que esta jornada nos mueva a sensibilizar, a iluminar desde el evangelio, a promover el compromiso y a celebrar con la mirada puesta en Jesucristo que sana y salva. Que Santa María, «salud de los enfermos», que acompañó a su Hijo agonizante al pie de la cruz, nos acompañe en este momento de la carrera hacia la santidad.