Gracias a los monasterios de Vida Contemplativa
La nueva evangelización requiere la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fe. Los monjes y las monjas, entregados sólo a Dios en soledad y silencio beben de la fuente, que es Jesucristo, de la que brotan esa alegría y ese entusiasmo, y nos invitan a acercarnos a ella. Recuerdo que en mis años de seminarista una de las visitas casi obligadas era la de visitar a los religiosos o religiosas que estaban en los Monasterios. Me impresionaba su dedicación total en la oración y el ofrecimiento de sus vidas por la Iglesia y por las necesidades de la sociedad.
Su oración y el trabajo («ora et labora») me mostraba un estilo de vida que, en algún momento, me fascinó e incluso hubo algún atisbo de vocación para seguir su mismo camino. Visitaba a los Cistercienses de San Pedro Cardeña (Burgos) o a los Benedictinos de Santo Domingo de Silos (Burgos), provincia de la que soy natural. El recogimiento, los cantos, las celebraciones de la Eucaristía… el trabajo de los campos, la labor de la hospedería… todo era como un gran salmo de alabanza a Dios. Todo esto me dejó una huella especial en el estilo de mi oración y en el recogimiento interior para poder contemplar con admiración los misterios del amor de Dios.
El lema de la Jornada se inspira en un hermoso versículo del salmo 34 y dice así: «Contempladlo y quedaréis radiantes» (La contemplación, luz de la evangelización). Los monjes y las monjas, permaneciendo en el corazón mismo de la Iglesia mediante la oración continua, la ofrenda de sí mismos y la alabanza, convierten su vida en una misteriosa fuente de fecundidad apostólica y de bendición para la comunidad cristiana y para el mundo. Ellos, expuestos a la luz de Dios y del Evangelio, se convierten en testigos creíbles del gozo que nace de la fe y de la fuerza apostólica que proporciona vivir el evangelio de Jesús. Cierto que llevan adelante esta admirable y valiosa misión en la Iglesia desde su fragilidad, contando con la gracia de Dios y purificando su corazón en la oración, el silencio y la vida fraterna.
De ahí que sean luz para la nueva evangelización. «Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe». Estas palabras de Benedicto XVI anunciando el «Año de la fe» me vienen a la memoria al pensar en la «Jornada Pro Orantibus», que celebramos el día 3 de junio, domingo de la Santísima Trinidad.
Es deber de gratitud reconocerles esta labor y darla a conocer a todos los fieles. En la Archidiócesis de Pamplona son 34 monjes y 300 monjas, en 28 monasterios (2 de monjes y 26 de monjas) hermanos nuestros contemplativos. Os animo a visitar los monasterios e invito a todos que nos acerquemos a ellos. Encontraremos paz interior y fortaleza en el seguimiento de la vida cristiana. Nuestra fe se fortalecerá. Os animo a todos a poner interés y cariño en la celebración de esta Jornada, para hacer realidad los objetivos que persigue.
Lo primero que hemos de hacer, por los contemplativos, es rezar para que sigan viviendo con fidelidad y entrega en la vocación que el Señor les ha regalado. En una sociedad tan involucrada en el pragmatismo materialista, muchas veces, no se entiende el trabajo de los monjes y monjas. Baste pensar en la labor que ellos hacen complementando, con su entrega y silencio, a los que vivimos en plena actividad puesto que no dedicamos todo el tiempo necesario a la plegaria y a la contemplación. Al estilo de los pulmones necesitamos inspirar y expirar. Los dos movimientos se complementan. En la Iglesia se necesitan tanto uno como otro: contemplación y acción.
En segundo lugar quiero recordar a los jóvenes que Dios sigue llamando y aún no os habéis planteado con sinceridad cuál es la vocación a la que Él os invita.
Estoy seguro que Dios ha tocado el corazón de muchos pero tenéis cierto miedo. Os veis empujados por los ‘slogan’ de una sociedad dónde se vive cómodamente y tal vez no sois valientes para hacer la mejor aventura de vuestra vida que es la de entregaros totalmente a Dios.
Os puede afectar el virus tan nocivo de la apostasía silenciosa y apostasía de vida tan extendida en occidente: creer que Dios es un estorbo en la vida o un intruso que molesta. Todo lo contrario, Dios es la máxima libertad y la máxima felicidad. Cumplir su voluntad es la mejor elección que podemos realizar y la única que nos puede hacer madurar tanto en lo humano como en lo espiritual.
En tercer lugar invito a las comunidades parroquiales, a las asociaciones, a los movimientos, a los distintos carismas que hay en nuestra Diócesis para que no dejen de visitar los Monasterios y les inviten a rezar por tantas necesidades que hay en la familia, en el trabajo, en los niños, en los jóvenes, en los mayores…
¡No tengáis reparos de «exigir», a los monjes y monjas contemplativos, que recen por vosotros! ¡Agradezcamos su vocación y todos juntos pidamos al Dueño de la mies que envíe obreros para cuidarla!