Monseñor Francisco Pérez nos anima a promover las virtudes cristianas y los valores humanos, en este mundo relativista
Hay una tal corrupción moral a la que se ha llegado, en cierta forma de pensar y vivir, que bajo la capa de que hoy vivimos tiempos modernos o tiempos de mayor progreso y libertad el ser humano se encuentra atrapado por una gran esclavitud. Me preocupa que en el campo de los comportamientos se esté favoreciendo el vivir cómodamente y que las decisiones nazcan de las apetencias personales. Es el relativismo imperante.
Son muchos los líderes que hablan con este desparpajo como si nada ocurriera. Si en la vida no sabemos poner la brida al animalito que llevamos dentro, al final se desbocará, perderá el sentido y caerá por derroteros insospechados. Hemos de desenmascarar el fariseísmo que tanto se aplaude en masa y en la sociedad del consumismo. El sexo se ha convertido en un consumo más y para ejercerlo de forma tan irresponsable se ponen medios mecánicos o farmacológicos para no caer en riesgos innecesarios. Aún más grave y con una incoherencia brutal, a éste se le llama “sexo seguro”.
Acabo de dar un repaso por los periódicos y en uno de ellos se dice que “cuatro de cada diez escolares practican sexo y la mitad reconoce haberse emborrachado”. Me ha causado un gran dolor y me siento en el deber de decir que se está llegando a tal irresponsabilidad, en la formación humana, que si no se pone remedio llegaremos a una sociedad caduca y decrépita en pocos años. Aún más, se llegará a vivir en un ambiente tan contaminado que el ser humano no se reconocerá por lo que es sino por lo que consume. Y se ha de comenzar desde todos los medios a nuestro alcance a promover las virtudes cristianas y los valores humanos: desde la familia donde se construye la persona, desde la enseñanza que ha de armonizar lo intelectual, lo humano y lo religioso, desde todos los ámbitos se ha de educar
Una sociedad que pierde el sentido del pecado es una sociedad sin moral (inmoral) y va por caminos de la devaluación, desprestigio y depreciación de sí misma. Me causa pavor pensar los frutos tan amargos que vendrán de esta sementera amoral e inmoral. Lo grave no es si uno cae en la trampa del egoísmo y del pecado puesto que todos somos limitados y débiles, lo que me asusta es que tanto a uno como a otro se les intente justificar mirando hacia otra parte como si no existieran. El mayor pecado que existe es el haber perdido el sentido del pecado. Nuestra fragilidad y debilidad cae en las garras del pecado pero cuando uno lo reconoce y se arrepiente, ante el Dios misericordioso y de modo especial en el sacramento que encierra este amor misericordioso, entonces el ser humano se sigue realizando como persona y como cristiano. Las leyes de Dios, los Diez Mandamientos, favorecen a la dignidad de la persona. En la vida se ha de tener un plan director y un itinerario que marque de dónde se parte, por dónde se va y a dónde se llega. Y este plan director bien orientado y bien cumplido nos conducirá a la salud síquica y espiritual, es decir a la perfección del amor que es la santidad.
No quiero ser derrotista pero sí realista, no pesimista pero sí esperanzador, no legalista pero sí servidor del discernimiento humano, porque al final lo único que permanece y madura la experiencia humana es la verdad. La verdad brilla por si misma, la mentira, en tiempos muy cortos, se desenmascara y lleva hacia una experiencia de frustración y amargura existencial. La falacia y el engaño, recubiertos de aparente verdad, hacen mucho daño. En estos momentos fuertes se ha de buscar con mayor tenacidad la verdad, el justo y sano comportamiento y la formación integral de la persona. A tiempos recios mejor formación y educación. No olvidemos que somos hijos de Dios.