Revitalizar la fe en tiempo de crisis

Basta hacer un análisis, aunque sea a grandes trazos, sobre la situación de la fe para constatar que sufre unos tiempos de declive. Diversos estudios y encuestas así lo ponen de manifiesto.

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Basta hacer un análisis, aunque sea a grandes trazos, sobre la situación de la fe para constatar que sufre unos tiempos de declive. Diversos estudios y encuestas así lo ponen de manifiesto. No es necesario recurrir a datos numéricos para ver que, especialmente en los países industrializados, se acentúa el alejamiento y abandono de la fe de parte de una sociedad que no parece necesitarla. El Papa Benedicto XVI insiste en que se vive como si Dios no existiera. “Se han alejado de la Iglesia en los países de antigua cristiandad en la vieja Europa en la que hay vastos sectores de la sociedad en una profunda crisis de fe” (PF 2). Las grandes conquistas en el campo de la ciencia, la técnica, la investigación y el avance de la sociedad en bienestar y eficacia, van acompañadas por una gran pobreza de relaciones humanas y de vida espiritual. El hombre se ha engreído queriendo suplantar a Dios y ha aparcado lo que se refiere al espíritu y la trascendencia.

Esta situación tiene unas causas que provienen de dentro de la Iglesia y otras de fuera. Por un lado existe un analfabetismo religioso de los cristianos que desconocen su religión y se encuentran vacíos, desconcertados por voces plurales que cuestionan su fe. No saben cómo llenar las exigencias más profundas de trascendencia del corazón humano. Por otro lado existe un ataque orquestado contra todo lo que es el espíritu religioso. El materialismo, relativismo, la secularización, el paganismo ambiente y el individualismo van impregnando también la vida de los cristianos. Éstos se pierden anónimos en una masa que silenciosamente abandona la fe. Pero una vez más la implacable historia va demostrando que sin Dios no hay futuro.

“No hay nada nuevo bajo el sol”, lo dice el sabio del Cohelet (Ec 1, 9). Desde el desafío de la torre de Babel hasta el endiosamiento del humanismo ateo, hasta el laicismo agresivo se van repitiendo ciclos de abandono de Dios y vuelta a la búsqueda de la espiritualidad. Siempre que los hombres han dado la espalda a Dios les ha acompañado el fracaso. La historia del pueblo de la Biblia está llena de lecciones. La sabiduría de la Iglesia a lo largo de los siglos aprende lecciones del pasado y contempla que siempre en las crisis, la fe y la Iglesia han salido purificadas y fortalecidas. El Espíritu Santo nos acompaña siempre, suscitando en cada momento las iniciativas necesarias para que cambien las tendencias históricas. Hubo un tiempo en que se nacía cristiano y no hacía falta catequizar ni evangelizar porque se transmitía la fe como por ósmosis o contagio desde las familias y la cultura ambiente. Se daba por supuesta la fe. Hoy en cambio hay que evangelizar como en los orígenes del cristianismo y como en las tierras tradicionales de misión.

La crisis religiosa de nuestro tiempo se engloba en una gran crisis antropológica de cambio de época histórica y va acompañada de otras muchas crisis. ¿Esto nos llevará a la desesperanza impotente, al fracaso de manos caídas o a la decepción derrotista? En absoluto. En contrapartida, en nuestros días también hay muchas propuestas para revivir la fe en tiempos de crisis a las que nos tenemos que sumar todos con entusiasmo y esperanza.

El Papa Benedicto XVI dijo al comité de católicos alemanes que “la verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz”. Este vacío de fe va dando lugar a religiones de consumo de lo religioso hechas a medida de cada uno “a la carta”. Es una religión de reemplazo sustitutiva de la religión tradicional quizás formalista. Lo personal prima sobre lo institucional que se ve como una invasión a la libertad. La religión se sitúa en el campo de la privacidad, sin ritos, sin normas, sin compromisos. Depende de los sentimientos de bienestar espiritual que le produce a cada uno. Entonces la vivencia de la fe es muy pobre y tiene manifestaciones esporádicas e inestables. No se ha renunciado totalmente a ella pero tampoco se acoge con entusiasmo y compromiso. Hay niveles diversos, desde la increencia pasando por el agnosticismo hasta la indiferencia religiosa y el alejamiento. Un nivel frecuente es el de quienes no se han desgajado de la fe y están en los umbrales de la Iglesia pero sin alegría, encogidos, acobardados y miedosos. El analfabetismo religioso ha hecho que la fe se pueda calificar como trémula, temblorosa y débil como la llama que está a punto de convertirse en humo. Pero la Iglesia tiene experiencia histórica de que, cuánto mayores han sido las crisis, el espíritu del evangelio le ha dado la fuerza de soplar sobre las cenizas y levantar una llama que de nuevo caliente e ilumine el mundo.

Dios sopló sobre el barro moldeado con la figura de Adán y éste tuvo vida. El soplo del amor de Dios, manifestado en el Corazón de Jesús, será una vez más la fuerza para revivir la fe, restaurarla y resucitarla. Hay que mirar a ese Corazón que es la respuesta al absurdo de la cultura que pretende marginar a Dios y poner esperanzas en realidades que fascinan en el instante pero provocan frustraciones. Sólo en Dios encontrará el género humano su verdadero ser y su auténtica identidad.

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