El carisma petrino en la Iglesia
Quiero en pocas palabras explicar lo que significa el carisma petrino (el carisma de Pedro y sus sucesores que son los Papas), a la luz de las reflexiones que se han hecho sobre la esencia de la Iglesia y cómo ella misma está constituida. El carisma de la Jerarquía es permanente. Hay otros carismas, dentro de la Iglesia, que son dinámicos, es decir, que pueden aparecer y después con el tiempo desaparecen: son los carismas de los fundadores o de los movimientos eclesiales o nuevas comunidades eclesiales.
A la luz y de la mano de un documento de la “Congregación para la Doctrina de la Fe”, que se titula El primado del sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia, quiero en pocos renglones explicar el carisma petrino. Su fundamentación está iluminada por los documentos de la Iglesia y de modo especial por el Vaticano II. Estamos ahora viviendo en la Iglesia una circunstancia especial al haber renunciado el Papa Benedicto XVI, por las razones que él mismo ha explicado. Esperamos, dentro de pocos días, al nuevo Papa. El Conclave (lo que se cierra con llave) compuesto por todos los Cardenales, en total aislamiento, decidirá, con la luz del Espíritu Santo, quién será el nuevo Sucesor de Pedro.
El ejercicio del Primado de Pedro, del Papa, implica una autenticidad y transparencia que está presente en el Evangelio, es decir que su esencia está insertada en el misterio de Salvación de Cristo y en la edificación de la Iglesia. Cuando se le pretende equiparar al gobierno de las sociedades humanas con sus implicaciones políticas, se comete un grave error puesto que ni es un oficio de coordinación o de presidencia, ni se le puede reducir a un Primado de honor, ni nada tiene que ver con una monarquía.
El Romano Pontífice se le denomina como el servus servorum (siervo de los siervos) y la razón fundamental es porque sirve a la Palabra de Dios, al credo de la fe católica y debe garantizar la voluntad de Dios, que habla al ser humano a través de la Escritura viva e interpretada por la Tradición. Si tiene como tarea episcopal la transmisión de la Palabra de Dios, su oficio magisterial es supremo y universal. Le asiste el Espíritu Santo y, en ciertos casos, puede convertirse en una prerrogativa especial que es la infalibilidad.
El Sucesor de Pedro sirve afectiva y efectivamente a la unidad del Colegio Episcopal y de todos los fieles de la Iglesia: vigilancia sobre la transmisión de la Palabra de Dios, la celebración de la liturgia y los sacramentos, la disciplina, la misión y la vida cristiana. Por la misión, encomendada por Cristo, tiene como Primado todos los que pertenecemos a la Iglesia y le debemos obediencia. Es garante de la diversidad de ritos, disciplinas y estructuras eclesiásticas entre Oriente y Occidente.
La unidad de la Iglesia, al servicio de la cual se sitúa de modo singular el ministerio del Sucesor de Pedro, alcanza su más elevada expresión en el Sacrificio Eucarístico, que es centro y raíz de la comunión eclesial; comunión que se funda también necesariamente en la unidad del Episcopado. De ahí que en toda celebración eucarística se nombre al Papa que es asociado a toda celebración de la Eucaristía como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal y al Obispo, de la Diócesis, que se nombra también para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del presbiterio. Será considerada como legítima la Eucaristía si se hace efectiva esta comunión.
De nuevo pido a todos los fieles de Pamplona y Tudela que sigamos dando gracias por Benedicto XVI y rezando por el nuevo Papa que vendrá como nuevo Sucesor de Pedro. Que en nuestro corazón se haga viva la experiencia de comunión. La Iglesia tiene una garantía que Cristo ha prometido en Pedro y es que sobre él se sustenta la Iglesia. No tengamos miedo puesto que la Iglesia la lleva Cristo. Pedro como, hombre débil, fue elegido como roca, precisamente para que quedara de manifiesto que la victoria es sólo de Cristo y no resultado de las fuerzas humanas. El Señor quiso llevar en vasijas frágiles su tesoro a través de los tiempos: así la fragilidad humana se ha convertido en signo de la verdad de las promesas divinas.