San JoséEn el mes de marzo, siempre en torno a la fiesta de San José, la Iglesia diocesana dirige su mirada con especial afecto e interés a la realidad del Seminario y de las vocaciones sacerdotales.

El lema de este año, “Sé de quién me he fiado”, está tomado de la segunda carta de san Pablo a Timoteo. Queriendo animar a su discípulo Timoteo a no avergonzarse del Evangelio, el apóstol da un vigoroso testimonio de confianza en el Señor. En efecto, a pesar de hallarse inmerso en una dolorosa situación -prisionero en Roma, en los últimos años de su vida-, Pablo confiesa: “pero no me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para guardar hasta aquel día lo que me confió” (2Tim 1,12).

Como apropiada ilustración de este texto, el cartel de la campaña del Día del Seminario muestra un fragmento del hermoso frontal de mosaico que el artista esloveno Marko Ivan Rupnik, S.J., ha realizado para la capilla de la sede de la Conferencia Episcopal Española. En concreto el cartel presenta a Cristo que lleva con su mano derecha el timón de la barca de Pedro, mientras que en el resto de la representación -inspirada en el pasaje de la pesca milagrosa- se puede apreciar a los apóstoles Pedro y Pablo remando y a los demás discípulos sujetando las redes, rebosantes de peces. El mismo Cristo empuja con su mano izquierda a los peces hacia la red. En una sugerente composición, la estola que cuelga de su cuello se prolonga abrazando la barca para desembocar sobre la sede de la capilla, indicando la idea de la sucesión apostólica del único sacerdocio de Cristo hasta nuestros días.

Nos invitan, pues, estos elementos a considerar la vocación sacerdotal desde el prisma de la fe y la confianza en Cristo como el que llama, el que fortalece la vocación en medio de las dificultades y persecuciones y el que la conduce a su fin; también como Aquél que sostiene con mano firme el timón de la Iglesia en su recorrido histórico y el que concede a su Iglesia el crecimiento y los frutos. En definitiva, es el Señor, con su poder y su misericordia, como único Salvador, el que debe brillar en medio de nuestras comunidades. Con Él y por Él hemos de trabajar en la barca de Pedro y de Él hemos de esperarlo todo.

En este Año de la Fe y a la espera de la elección del nuevo sucesor de Pedro, no podemos permanecer indiferentes ante la cuestión de las vocaciones sacerdotales ni falsamente resignarnos a no tener los sacerdotes que nuestra Iglesia necesita. Es cierto que las dificultades son grandes, pero mucho más debe ser nuestra confianza en el Señor, nuestra entrega y nuestra alegría por el gran regalo del sacerdocio.

No escatimemos oraciones y esfuerzos por sembrar la semilla de la fe y propongamos sin complejos la grandeza y la belleza de la vocación sacerdotal, necesaria hoy más que nunca para un mundo en profunda crisis. Muchos jóvenes, a menudo sin saberlo, esperan de los cristianos y singularmente de los sacerdotes un testimonio de esperanza, una palabra de vida que oriente definitivamente su existencia. Y es que ¿puede haber algo más grande y más pleno de sentido que entregar la vida para hacer presente en medio de los hombres a aquel que es la Vida?

Os propongo que durante este año de la Fe os acerquéis a los jóvenes y con humildad y sencillez comunicadles cómo surgió vuestra vocación. Lo podéis hacer, queridos sacerdotes, invitándoles a rezar o a peregrinar a algún Santuario o hacer una retiro Espiritual o simplemente invitándoles al Seminario y que participen con los seminaristas en su vida diaria. No nos cansemos de anunciar, al Señor; la mies es mucha y los obreros aún son pocos. Recemos y pidamos al Señor, todo el Pueblo de Dios, por las vocaciones sacerdotales.

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