Iniciamos unas reflexiones sobre el Sacramento de la Eucaristía. Se fundamentarán en la escritura, la tradición, la teología y las enseñanzas del magisterio de la Iglesia. Pero sobre todo harán referencia a la pastoral. Este sacramento concluye la iniciación cristiana por el que los catequizados “se insertan plenamente en el Cuerpo de Cristo” (PO 5). Dentro de la celebración del misterio cristiano es la celebración por excelencia. La vida cristiana gira en torno a la Eucaristía.

Esta realidad encuentra su fundamento en las palabras de Jesús en la Última Cena: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo… tomad y bebed, esta es mi sangre…” (Lc 22, 19-20). La presencia real de Jesús en la Eucaristía es la clave que da consistencia a lo largo de los siglos a la vida cristiana. Esta presencia es la que hace que todo gire en torno a Jesús, que ha querido quedarse con nosotros. Pero, ¿cómo será posible que perpetúe su presencia? Por el mandato que nos dio al final de la institución de la Eucaristía: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Con estas palabras instituyó el ministerio sacerdotal para que se fuese actualizando realmente aquel misterio de la Última Cena en la celebración de la Eucaristía. No nos deja un símbolo o un recuerdo, sino su presencia real: Él mismo, personal, sustancial y trascendente. La repercusión de este hecho es inconmensurable, admirable, misteriosa y definitiva para la existencia y para la vida cristiana que, gracias a la Eucaristía, ha de durar “hasta que el Señor venga” (1 Cor 2, 26).

[pullquote3 align=»left» textColor=»#888888″]»Los cristianos sabían que renovaban el efecto salvador de la Cena del Señor y que realizaban el hecho más trascendental para la existencia cristiana: anunciar por la celebración de la Cena del Señor su muerte y resurrección».[/pullquote3]Los cristianos enseguida comenzaron a reunirse para “partir el pan”. Así llamaban a la Eucaristía. Sabían que renovaban el efecto salvador de la Cena del Señor y que realizaban el hecho más trascendental para la existencia cristiana: anunciar por la celebración de la Cena del Señor su muerte y resurrección. Por eso al final de la consagración el pueblo proclama: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”

Esta respuesta es un acto de fe a la invitación del sacerdote: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Es el misterio de la fe por excelencia. Expresa y realiza la obra de la salvación de Dios en la historia. Bajo las especies del pan y del vino está presente el mismo Jesús. Así lo creemos y afirmamos basados en la Sagrada Escritura. Los evangelistas van dejando constancia del anuncio de la Eucaristía por parte de Jesús, de la institución y de su celebración después de Pentecostés. Jesús anunció: “Yo soy el pan de vida… Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida… El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (cf. Jn 6). San Lucas además de narrar la Última Cena habla de otra cena de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús que “lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24, 13-35).

Esta misma expresión la usa cuando describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles cómo los primeros cristianos “perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración” (Hch 2,42). Se trata de un misterio profundo: sacrificio, banquete y presencia. Es un don inmenso de Dios. El Papa Francisco nos invita a vivir profundamente la Eucaristía: “La Eucaristía no es un mero recuerdo de algunos dichos y hechos de Jesús. Es obra y don de Cristo que sale a nuestro encuentro y nos alimenta con su Palabra y su Vida” (Audiencia General, 12 de febrero 2014).

Es un acto de amor supremo de Jesús que nos amó hasta el extremo de quedarse con nosotros y darse en alimento. Reconociendo tanto amor, ¿Cómo ha de ser nuestra respuesta? Devolver a quien tanto nos ha amado un amor incondicional y una entrega total como la de San Francisco de Asís que decía: “La Eucaristía debe ser el centro de nuestra vida”.

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