Eucaristía centro, fuente y cumbre de la vida cristiana

Cuando repasamos la historia de la Iglesia vemos qué ha significado y representa la Eucaristía para su existencia y su vida. Los Hechos de los Apóstoles narran cómo en torno a la Eucaristía se formó una comunidad unida lanzada a vivir radicalmente los valores evangélicos. San Pablo, cuando va fundando nuevas comunidades, las constituye en torno a la Eucaristía. Para ello, a quienes creen en la predicación del Evangelio los bautiza, y para que perseveren deja instituidos, al frente de las nuevas comunidades, para presidirlas y celebrar los misterios de la fe a unos presbíteros. Al narrar la institución de la Eucaristía afirma que es una tradición originaria, que procede del Señor (1 Cor 11, 23-26), por la que “se dio a sí mismo, se entregó” (Gal 1,4).

[pullquote3 align=»left» textColor=»#888888″]Con toda esta base doctrinal, de tradición histórica y de experiencia de vida se explican las expresiones que le dedica el Concilio Vaticano II a la Eucaristía en diversos documentos: fuente, centro, cumbre, quicio y raíz de la vida cristiana.[/pullquote3]Más adelante las primeras comunidades cristianas subsistieron en las catacumbas y después en las persecuciones y crisis a lo largo de los siglos sostenidas por la presencia real de Jesús en la Eucaristía, que fue su fuerza, ánimo, unión y vida de caridad.

Con toda esta base doctrinal, de tradición histórica y de experiencia de vida se explican las expresiones que le dedica el Concilio Vaticano II a la Eucaristía en diversos documentos: fuente, centro, cumbre, quicio y raíz de la vida cristiana. Además se refiere a ella como el supremo bien y alimento de la Iglesia, el alma del apostolado, la fuente de la fraternidad y del amor al prójimo, causa de la unión y la manifestación principal de la vida cristiana.

Valgan algunas citas para demostrar en qué nivel máximo sitúa el Concilio a este sacramento. La constitución dogmática “Luz de las gentes” llama al sacrificio eucarístico, “fuente y cumbre de toda la vida cristiana…” (LG 11). “Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la Santísima Eucaristía” (PO 6). “A ella se ordenan los sacramentos, las obras de apostolado y el ministerio sacerdotal” (PO 5). La actividad misionera se realiza “por la palabra de la predicación y la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la Santísima Eucaristía” (AG 9).

La Encíclica de san Juan Pablo II, “La Iglesia vive de la Eucaristía” (Jueves Santo, 17.IV.2003) es el documento de inevitable referencia para constatar qué incidencia trascendental tiene en nuestros días la Eucaristía para la vida cristiana. Es el núcleo del misterio de la Iglesia, es una presencia real que fructifica en la comunión y la unidad. Es prenda de salvación, edifica a la Iglesia, contiene todo bien espiritual. Esta verdad no sólo expresa una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia.

San Juan Pablo II dedicó el año 2004 a la Eucaristía, inicio y punto de apoyo de la nueva evangelización de la humanidad en vías de globalización. Su exhortación lleva el título de la petición apremiante de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros Señor, porque es tarde y está anocheciendo” (Lc 24, 29). Cuarenta años después del Concilio hubo un Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía “pan vivo para la paz del mundo”. “Fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia” (2-23.X.2005).

Convencidos de la centralidad de la Eucaristía nos podemos preguntar: ¿Por qué acudo a misa?, ¿Cómo participo?, ¿Qué efectos produce en mi vida y en la vida de la comunidad?, ¿Me impulsa a vivir el testimonio de caridad en la familia, el trabajo, con los pobres, enfermos y marginados?, ¿Me ayuda a vivir en unión con Cristo?

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