La Iglesia tiene muy claro que su vitalidad depende de la Eucaristía. La celebra siempre con gozo y gran fruto de las comunidades que se reúnen, escuchan la Palabra y se alimentan del Cuerpo de Cristo. San Juan Pablo II al iniciar un nuevo milenio manifiesta con vehemencia la importancia de la Eucaristía: “Debemos dar un realce particular a la Eucaristía dominical y al Domingo mismo… es un deber irrenunciable, que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente” (Novo Millennio Ineunte, nº 35-36). Habla de la Eucaristía como medicina y antídoto al enfriamiento de la fe y a los males especialmente de los países de antigua cristianización.

¿Cómo pudieron conservar la fe los antiguos cristianos en las persecuciones? En nuestros días, ¿cómo se mantienen las comunidades cristianas que viven en la clandestinidad y los que vivimos en sociedades secularizadas? El cardenal vietnamita Van Thuan nos ha dejado un testimonio impresionante contando cómo celebraba la Eucaristía en los trece años que estuvo en la prisión a causa de la fe que profesaba en Cristo. Haciendo de cáliz el cuenco de su mano depositaba unas gotas de vino y en el dedo índice un poco de pan. El pan y el vino lo habían logrado introducir los fieles que le visitaban en la cárcel como si fuera una medicina. No sólo fue medicina, sino alimento potente de mártires.

[pullquote3 align=»left» textColor=»#888888″]No faltarán sacerdotes para las comunidades fervorosas que viven con autenticidad su fe. Dios les regalará, salidos de ellas mismas como una consecuencia lógica, las vocaciones que necesiten.[/pullquote3] La Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. Estas expresiones del P. Henri De Lubac se verifican de forma evidente donde faltan sacerdotes, ministros de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía. En las misiones los fieles esperan ansiosamente oír las palabras del perdón que Dios da por medio del sacerdote: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Y más vivamente aún desean y piden poder recibir la comunión eucarística. Sin este alimento las comunidades languidecen en la fe, pronto las tentaciones les ganan la batalla, se olvidan del Evangelio y se paganizan. Estas situaciones comienzan a constatarse también entre nosotros. Por eso urge que se susciten las vocaciones necesarias para servir a las comunidades por el camino del sacerdocio.

No faltarán sacerdotes para las comunidades fervorosas que viven con autenticidad su fe. Dios les regalará, salidos de ellas mismas como una consecuencia lógica, las vocaciones que necesiten. Decía con pena una persona muy religiosa de un pueblo: “Ahora que hemos arreglado el tejado del templo para trescientos años y hemos dejado el interior limpio y hermoso no tenemos sacerdote todos los domingos”. Dice Dios al profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón” (Jer 3, 15). El pueblo, verdaderamente cristiano, tiene experiencia de que esta profecía llegará a efecto.

El corazón humano tiene hambre de la inmensidad de Dios. Esta hambre queda saciada en la Eucaristía. San Ambrosio dice: “Todo lo tenemos en Cristo; todo es Cristo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico. Si estás ardiendo de fiebre, Él es manantial. Si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia. Si tienes necesidad de ayuda, Él es vigor. Si temes la muerte, Él es la vida. Si deseas el cielo, Él es el camino. Si refugio de las tinieblas, Él es la luz. Si buscas manjar, Él es alimento” (Sobre la virginidad, 16, 99).

Los cristianos antiguos estaban convencidos de la importancia y necesidad de la Eucaristía dominical. Sin ella perdemos la fe y dejamos de existir. Quien la deja poco a poco se enfría y deja de ser cristiano. Debemos mantener el sentido sagrado del domingo. Un cristiano cuando no va a Misa siente y debe sentir que le falta el sustento de su vida espiritual. “Quien celebra la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer mejor que los demás, sino precisamente porque se reconoce siempre necesitado de ser acogido y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. Si cada uno de nosotros no se siente necesitado de la misericordia de Dios, no se siente pecador, es mejor que no vaya a Misa. Nosotros vamos a Misa, porque somos pecadores y queremos recibir la fuerza y el perdón del Señor participando de su Redención” (Papa Francisco, Audiencia General, 12 de febrero 2014).

De ahí que nos hemos de preguntar: ¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en nuestras vidas? ¿Dejo fácilmente la misa dominical por desidia o por comodidad? El cristiano o se sustenta de la Eucaristía o fenece como cristiano. Sin Cristo, en nuestras vidas, estamos llamados al fracaso.

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