La Diócesis de Pamplona y Tudela abren sus puertas a la misericordia de Dios

Queridos diocesanos:
Comenzamos este Jubileo del Año Santo de la Misericordia. No puedo por menos que iniciar con una plegaria:

“¡Señor que con tu gracia soberana haces rico en virtud al pobre de espíritu, y tornas humilde de corazón al rico de muchos bienes! (Cf. Rom 7,23). Ven, desciende sobre mí, lléname ya desde la mañana de tus consuelos para que no desmaye mi alma a causa del cansancio y aridez del corazón.

 Te lo suplico, Señor: ‘Que halle yo gracia ante tus ojos’, pues, aunque no obtenga cuanto la naturaleza desea, me basta con tu gracia (Cf. 2Cor 12, 9). Aunque me vea tentado y atormentado con muchas aflicciones, no temeré mal alguno (Cf. Rom 7,22), con tal de que esté tu gracia conmigo.

 Ella es mi fuerza, ella me da consuelo y valor. Es más poderosa que todos los enemigos, y mucho más sabia que todos los sabios.

Es maestra de la verdad, regla de disciplina, luz del corazón, consuelo en las desdichas. Ahuyenta la tristeza, disipa el temor, nutre la devoción y es fuente de lágrimas. Sin la gracia ¿qué soy yo sino un leño inerte, un tronco inútil y desechado? (Tomás Hemerken de Kempis, Imitación de Cristo, Libro III, cap.55, 17-20).

1.- La palabra misericordia no tiene en el lenguaje actual una resonancia social. Ante tantas lesiones humanas y tantos fracasos sociales se han perdido las claves fundamentales del sentimiento de la compasión. Nos preguntamos y buscamos la razón de este modo de obrar y siempre descubriremos que el egoísmo es la causa de muchos males y entre ellos están la falta de amor a Dios y el amor al prójimo. Es curioso comprobar que se piense en realizar una sociedad más confortable o lo que hoy se esgrime como si de algo mágico se tratara: Una sociedad de bienestar. Y sin embargo no se vive en felicidad. Se busca por todo los medios y no se encuentra. Al final el egoísmo provoca la insatisfacción y la apatía. Sólo el amor puede hacernos reaccionar. “La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1829).
En lo más íntimo de la persona hay nostalgia de amor y de deseo de Dios puesto que el ser humano lleva dentro de sí una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, una añoranza de amor, una necesidad de luz y de verdad que lo impulsan hacia el Absoluto; el hombre lleva en sí mismo el deseo de Dios. “Para que el ajetreo diario no marchite lo que es grande y misterioso, necesitamos volver a aquella hora en la que Cristo puso sus manos sobre nosotros, diciendo: ‘Tú me perteneces, tú estás bajo la protección de mis manos, estás bajo la protección de mi corazón’” (Benedicto XVI). El auténtico humanismo no excluye a Dios puesto que si así lo hace se convierte en un incorrecto humanismo imbuido de falsedad y mentira. La fe y la razón no son contrarias sino complementarias. Este es el gran error que se nos quiere inculcar hoy: desplazar a Dios y erigirse el ser humano en autosuficiente y autónomo.
No son los consuelos de este mundo los que nos dan la paz interior. “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí” (Lc 7,23) nos susurra el Señor. “Gracias a la ayuda de Jesucristo siempre podemos empezar de nuevo. ¿Cómo comenzar de nuevo? Alguno me puede decir: ¡Yo no puedo comenzar de nuevo! ¡Te equivocas! ¡Tú puedes comenzar de nuevo! ¿Por qué? ¡Porque Él te espera! ¡Él está cerca de ti! ¡Él te ama! ¡Él es misericordioso! ¡Él te perdona! ¡Él te da la fuerza de comenzar de nuevo! ¡A todos! Podemos volver a abrir los ojos, superar la tristeza y el llanto, y cantar un cántico nuevo” (Papa Francisco). Sólo Dios colma, con su amor y misericordia nuestros vacíos interiores porque Dios ni engaña ni frustra a nadie sino que hace plena nuestra vida.
2.- Hoy celebramos el segundo domingo del tiempo de Adviento y nos viene muy bien para que, abriendo la Puerta Santa que nos introduce en el Año Santo Jubilar sobre la Misericordia, vivamos el gozo y la alegría. ¡Alegraos! “Gritad jubilosos: ‘Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel’” (Is 12,2). “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres” (Fil 4,4). Es la alegría de verse perdonados y de saber que Dios está en medio de nosotros, salvando y alejando el temor. Pero no basta la alegría. Una conversión total y continuada del corazón es necesaria para que nuestra fe sea reflejo de la cercanía y hermosura de Dios que es amor gratuito y misericordioso.

Este Año Santo Jubilar de la Misericordia podemos vivir muy afianzados en el perdón que se visibiliza como el don más hermoso que Dios Padre en Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo se realiza en el sacramento de la penitencia. Los sacerdotes estarán dispuestos a escucharos en confesión después de haber hecho un buen examen de conciencia teniendo como espejo los Diez Mandamiento, manifestando los pecados que se derivan de nuestra fragilidad pecadora, teniendo dolor de los mismos, propósito de enmienda y cumplir la penitencia. Para ello los primeros viernes de mes, de modo extraordinario, habrá horarios en templos u oratorios donde sacerdotes estarán dispuestos a atender en confesión tanto por la mañana como por la tarde. Y de modo ordinario los sacerdotes –en cada parroquia, capellanía, oratorio o lugar de culto- tendrán los horarios pertinentes para facilitar la cercanía del amor misericordioso de Dios. Que nadie se quede apartado ni marginado de este regalo tan importante en la vida.

 

3.- Un Jubileo que nos lleva a mirar al prójimo con los mismos sentimientos misericordiosos de Cristo. “La gente le preguntaba: – ¿Qué tenemos que hacer? El les contestaba: -El que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene ninguna, y el que tenga comida que haga lo mismo” (Lc 3, 10-11). Son las obras de misericordia. El papa Francisco nos ha invitado a vivirlas de modo habitual y permanente. Ellas nos ayudan a configurarnos con Jesucristo que nos invita para que nos amemos como él nos ama. Nos dice: “Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos y enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia los defectos del prójimo y rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (Bula Misericordiae Vultus, nº 15).

Pero también este Jubileo nos debe ayudar a mirar, de modo especial, a los cristianos que están perseguidos y piden con dolor que les tengamos presentes y les ayudemos. Hay campamentos de refugiados en Siria e Irak que están pasando momentos de angustia y escasez material. La Cáritas internacional apoya en su medida a ellos. Los mismos obispos, de estas tierras masacradas y martirizadas, nos tienden la mano para que en fraterna solidaridad seamos generosos. Deseo que hoy hagamos una colecta en su favor, lo mismo que lo haremos en Tudela la próxima semana. Buen inicio para vivir mejor las obras de misericordia.

4.- Y sabiendo que la fe nos ayuda a mejor vivir estos momentos de la historia humana, hemos de estar preparados siempre para dar razón de la misma. Por ello deseo que en todas las parroquias, asociaciones cristianas, movimientos, nuevas comunidades eclesiales, vida consagrada… estudiemos y saboreemos el Catecismo de la Iglesia Católica. Una ruta se conoce antes de emprender la marcha y el Catecismo es quien nos marca la ruta a seguir en este tiempo de gracia: ¡Cuántas enseñanzas iluminadoras! ¡Cuántos rayos de luz que nos iluminan en el recorrido de nuestra vida cristiana! ¡Cuántas motivaciones para seguir mostrando y gozando de la fuerza del evangelio! ¡Cuántos momentos en los que nos vemos amparados por la madre y maestra que es la Iglesia! ¡Cuántas orientaciones para llevarnos a ser fieles hijos de Dios! ¡Cuántas razones para realizar bien nuestro obrar en el camino de la rectitud y ejemplaridad de vida! La vida cristiana es un arte y el Catecismo nos ayuda a imitar a Jesucristo y a modelarnos como imágenes que somos de Dios.

Sí, enseñemos a nuestros hijos la doctrina de la Iglesia como nos lo han enseñado los antepasados: nuestros padres y abuelos. La luz que nos ha iluminado desde pequeños nadie nos la podrá apagar. Reunámonos en torno a la mesa, en nuestros hogares, de tal forma que todos los días se pueda leer alguna frase de la Palabra de Dios y alguna enseñanza del Catecismo. Os aseguro que los frutos serán abundantes y gratificantes. “La familia es el lugar donde se aprende a amar, el centro natural de la vida humana. Está hecha de rostros, de personas que aman, dialogan, se sacrifican por los demás y defienden la vida, sobre todo la más frágil, más débil. Se podría decir, sin exagerar, que la familia es el motor del mundo y de la historia” (San Juan Pablo II). En el ambiente familiar es donde se fragua y madura la persona y encuentra las razones existenciales que le alimentarán toda su vida.

5.- En este Año Santo Jubilar de la Misericordia recurramos a María que nos lleve de su mano para que nada ni nadie nos impida seguir caminando hacia la santidad. “El Magnificat de María es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y las mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por ella, que es Madre y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por ella en este tiempo de Adviento, de espera y de vigilancia activa” (Papa Francisco). Nadie como María sabe lo que más necesitamos. Conoce nuestros pasos y si alguna vez caemos, ella nos levantará para que acudamos a su Hijo Jesucristo que nos muestra el Rostro Misericordioso del Padre.

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