Los participantes en el Sínodo de los Obispos, celebrado el pasado mes de octubre, sobre el Matrimonio y la Familia, presentaron a la consideración del Papa Francisco muchas propuestas que muestran las inquietudes que han sobrevolado en las reuniones. Destaca el empeño de los padres sinodales en proponer que las cosas se hagan lo mejor posible en lo que se refiere a la preparación de los novios y el acompañamiento de las familias cristianas de acuerdo con la nueva evangelización en el mundo contemporáneo.

El cristianismo asumió todo lo positivo del derecho greco-romano, influenciado por el judaísmo, y lo completó con los criterios del evangelio. Este modelo ha calado en la cultura de occidente y oriente durante más de 25 siglos y ha llegado hasta ahora prácticamente sin cambios en lo sustancial. Por su bondad y belleza pronto se impuso en la praxis de los pueblos con influencia greco-romana, que tenían diversos usos, costumbres y tradiciones.

La situación tan compleja de nuestra sociedad actual desafía la concepción secular del matrimonio y la familia cristiana. Se van introduciendo entre nosotros nuevas formas de vida, amparadas en el laicismo, la ideología de género, la increencia, el subjetivismo moral, el relativismo y el pluralismo, que obedece a principios ideológicos y éticos muy variados y contrapuestos. Se sitúa algo tan trascendental, espiritual y profundamente constitutivo de la persona como es el amor limpio, fiel y permanente, como un elemento más dentro del materialismo consumista. El porvenir de la familia cristiana se siente amenazado. Así lo constatan los padres sinodales (Proposición 39). Por eso piden que se cuide a la familia cristiana como un tesoro vivo, porque sigue siendo un modelo, ciertamente exigente, en un ambiente liberal y vacío de perspectivas trascendentales. Se propone también ahora como una ciudad puesta en lo alto de un monte o una lámpara que se enciende para colocarla en el candelero (Cf. Mt 5, 14-16).

Los cambios socioculturales de los últimos años han afectado a la familia más que en toda su historia. Ya no tiene el apoyo institucional en el que siempre se apoyaba para vivir el amor conyugal, formar un hogar y una familia a lo largo de toda la vida. Por eso son de actualidad, más que nunca, los grupos de matrimonios y familias cristianas para orar, reflexionar, acompañarse y apoyarse unos a otros.
La Pastoral Familiar está ante un reto histórico que afronta ayudada por todos los organismos pastorales. Algunos matrimonios no tienen un proyecto para su vida común, no saben bien qué quieren y cómo piensan conseguirlo. ¿Cómo mantener vivo y en crecimiento su amor, cómo educar a los hijos, qué decisiones han de tomar en todos los ámbitos de la vida? La falta de proyecto les hace vivir improvisando y actuando sin convicciones claras. En la sociedad actual si se quiere conseguir algo es necesario proyectar cuál es la meta y los medios que hay que usar para llegar. Cuando no se educa en la familia los hijos quedan desorientados e indecisos, a merced de la calle, los amigos, el ambiente y los medios de comunicación.

En ese proyecto de vida familiar es fundamental la transmisión de la fe, que se realiza poco a poco y va calando por el ejemplo. Rezar en familia, leer la Palabra de Dios, estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica, tener imágenes religiosas en los ambientes del hogar, bendecir la mesa, ir a misa el domingo, participar en el sacramento de la confesión, saber qué colegio elegir… son caminos concretos que manifiestan la existencia de un proyecto con criterios claros cristianos. La Pastoral Familiar está a la escucha de la familia cristiana para acompañarla y colaborar en la realización de las funciones que le son propias. “Debe promover la integración de la familia en la comunidad parroquial” (Proposiciones Sinodales, 61). “En las situaciones conflictivas debe ser constructiva… buscando… un camino de conversión hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio” (Proposiciones Sinodales, 70).

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