V enimos tratando sobre la celebración del misterio cristiano siguiendo el orden que propone el Catecismo de la Iglesia Católica. Siempre las reflexiones están hechas en clave pastoral. Las exequias cristianas son unas celebraciones de gran valor pastoral para una auténtica evangelización. Y la razón fundamental es porque tocan el meollo de la fe cristiana: el misterio Pascual (SC 81).

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Todos los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple en él lo que la fe y la esperanza han confesado: Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” (CEC 1680). Es conveniente recordar la reflexión que hicimos al comentar este último artículo del credo. Responde a las preguntas más trascendentales y acuciantes del ser humano: De dónde venimos, a dónde vamos, qué es el hombre, cuál es su finalidad sobre la tierra. Existe una necesidad personal de respuestas.

En cuanto al difunto ya hemos reflexionado sobre el acompañamiento espiritual a través de la comunión a los enfermos, el viático y la unción de enfermos. La Iglesia Madre despide al cristiano de este mundo con ternura y solemnidad y lo encomienda en la Eucaristía, con sus oraciones y sufragios (para que sea liberado del Purgatorio) para que el Padre lo reciba en sus manos amorosas. Este hecho tiene gran importancia para que intercedan por el difunto, los familiares, amigos, comunidad cristiana propia y fieles en general. Unos tienen una vinculación con él por los lazos de la sangre y casi todos por el mismo bautismo.

El protagonismo no debe centrarse en el difunto. El protagonista es Jesucristo Resucitado. Dice un adagio popular: “Dios me libre del día de las alabanzas”. En todo caso, si las circunstancias lo aconsejan, basta con una breve biografía o semblanza del difunto. A veces algún familiar quiere pronunciar, concluida la celebración, unas palabras de reconocimiento del difunto y de acción de gracias a los participantes. Es conveniente que estén escritas y que sean revisadas por el sacerdote. Es fácil caer en exageraciones y desenfocar la celebración pronunciando elogios fúnebres. El funeral cristiano es ante todo una aclamación de Cristo Resucitado en cuya vida, muerte y resurrección está injertado el cristiano desde el bautismo.

Las exequias son para todos los asistentes un momento muy sensible y propicio para la reflexión sobre el sentido cristiano de la muerte. Se produce un ambiente de silencio, recogimiento, piedad y oración. El conjunto de acciones provocan paz interior, reflexión y consuelo. Las asambleas que resultan suelen ser muy heterogéneas. Dependen de la persona difunta, si es mayor o joven, si ha fallecido tras larga enfermedad o repentinamente o en accidente, si es un padre, una madre, un hijo. En el ambiente se siente si la persona difunta era persona de fe, practicante y colaboradora de la parroquia, de algún grupo apostólico o institución religiosa. También se nota el lugar donde ha desarrollado su vida, sus trabajos y relaciones sociales. No es lo mismo una barriada que el centro de la ciudad; un pueblo grande o pequeño. Todo esto es necesario tenerlo presente sin llegar a realizar funerales con diferencias sociales discriminatorias. En todo caso el clima adecuado es la acogida cordial de todos, especialmente de los familiares.

Dice el segundo libro de los Macabeos: “Es santo y saludable el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados” (2Mc 12,46). La importancia pastoral de las exequias pide que desarrollemos en próximos temas unas reflexiones sobre: el cristiano ante la muerte, el acompañamiento en el duelo y el recuerdo de los difuntos.

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