Pensar de vez en cuando en la muerte es muy conveniente y recordar a los difuntos entra en el campo necesario de la gratitud y la justicia. Esto lo cumplimos en la fiesta de Todos los Santos y en la Conmemoración de los Fieles Difuntos. El recuerdo de los que nos han precedido lo tenemos los cristianos metido en lo más íntimo de nosotros mismos. Son nuestras raíces y nuestra profecía. El motivo es porque creemos en la comunión de los santos.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica cómo la comunidad cristiana despide a sus difuntos con un adiós (“a Dios”). Es una recomendación del alma, un saludo final que “canta por su partida de esta vida y por su separación, pero también porque existe una comunión y una reunión… No estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorreremos el mismo camino y nos volveremos a encontrar en un mismo lugar… Estaremos todos juntos en Cristo” (CEC 1690).

Los Cementerios son lugares sagrados donde se hace más vivo el recuerdo de los difuntos. Allí descansan los restos mortales de nuestros seres queridos. Allí hay una placa, una inscripción con su nombre y muchas veces unas palabras que muestran su identidad o una oración de recuerdo. El lugar, el ambiente y los signos, nos ayudan a entrar en comunión con ellos, a sentirlos más en nuestra memoria. Los podemos recordar siempre y en todo lugar, pero los seres humanos necesitamos signos. Además sabemos que Cementerio significa literalmente “dormitorio” de espera. Dios transformará un día todo con su poder infinito. “Este cuerpo corruptible se tiene que revestir de incorrupción y esto mortal se tiene que revestir de inmortalidad” (1Cor 15,53). Además de recordar a los difuntos, los cementerios o campos santos nos reclaman a honrarlos y venerarlos con gratitud porque lo que somos y tenemos se lo debemos a ellos y porque fueron, como bautizados, templos vivos del Espíritu Santo. Por eso el respeto, el silencio, y el clima de oración, también en los cementerios, es muy conveniente. Desde allí se espera a la resurrección final. Resucitaremos con los mismos cuerpos pero gloriosos.

Actualmente, por el cambio de las condiciones de la vida y por las necesidades, se realizan incineraciones. La Iglesia trata las cenizas de los difuntos con la misma veneración que al cuerpo. Después de afirmar este principio tenemos un trabajo evangelizador para catequizar a los fieles sobre la incineración. No es conveniente ni justo arrojar las cenizas por las montañas o al mar, ni conservarlas en casa, sino darles sepultura de la mejor forma. Por eso se ofrecen columbarios donde conservarlas de manera digna. Son lugares en los que se conservan en pequeños nichos las ánforas con las cenizas del difunto y allí queda escrito su nombre. Esos signos nos hacen memoria del difunto y podemos ir a orar por ellos y con ellos. Sin este signo desaparecería la memoria del ser querido en el olvido total.

Al lado de los nombres leemos epitafios llenos de fe y amor que nos hacen bendecir a los titulares: “Para nosotros no te has ido, estás en nuestros corazones”. “Su amor fue la familia, su pasión el trabajo, su divisa el deber, su lema la verdad y la honradez, su luz la fe”. “Has cerrado los ojos, pero Dios abrió las puertas de su gloria para ti”. “Para mí vivir es Cristo y el morir una ganancia” (Fil 1,21). “Señor, mi Dios, a ti levanto mi alma”.

Es muy emotivo y ejemplar recordar cómo San Agustín enterró a su madre Santa Mónica, la que tanto lloró por él, en el puerto de Roma (Ostia) a punto de llevarla a África, para que muriese feliz en su querida patria. La madre le dijo: “Enterrad este cuerpo en cualquier parte; sólo os ruego que os acordéis de mí ante el altar del Señor”. Nos dice él mismo hablando de su muerte: “Que mi nombre sea pronunciado como siempre… no lloréis si me amabais…volveréis a verme, pero transfigurado”. Y en otro lugar afirma: “Los difuntos no están ausentes, sino invisibles y tienen sus ojos llenos de gloria puestos en los nuestros que están llenos de lágrimas”. Desde la fe en la Resurrección de Cristo se entiende la muerte y desde la esperanza sabemos que Cristo vendrá una segunda vez y será el momento que habrá cielos nuevos y tierra nueva y resucitaremos con los cuerpos gloriosamente.

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