Apertura del curso en la Universidad de Navarra

1.- “Pero llevamos este tesoro en vasos de barro, para que se reconozca que la sobreabundancia del poder es de Dios y que no proviene de nosotros: en todo atribulados, pero no angustiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados…” (2Cor 4, 7) escribía San Pablo a los cristianos de Corinto y nos lo aplicamos a este momento en que presentamos al Señor los proyectos de un nuevo curso y le pedimos su protección para llevarlos a cabo. Dos ideas quedan claras en este texto, que lo que llevamos entre manos es valioso porque viene de Dios: nuestra inteligencia, nuestra capacidad de conocimiento, nuestra disposición de ayudar a los alumnos y, de modo muy especial, nuestra fe y el amor que Dios nos tiene y ha puesto en nuestro corazón. A la vez, la debilidad de nuestra naturaleza: no somos ni mejores ni más inquebrantables que los demás, pues somos comparables a las vasijas de barro quebradizas y de escasa consistencia.

La imagen del barro es frecuente en la Biblia: para Jeremías es señal del valor de la obediencia a Dios, como el barro en manos del alfarero. Aquí quizás el Apóstol está pensando en el delicioso episodio de Gedeón encargado de salir a luchar contra los madianitas (Jue 7,9-23). Como buen estratega llegó a reunir 32.000 hombres, pero el Señor le exigió que eligiera únicamente 300. Luego le ordenó que tomaran cada uno un cántaro, un vaso de arcilla, que pusieran antorchas dentro y que rodearan “con esas armas” el campamento madianita por la noche. Al oír el sonido de la trompeta, romperían simultáneamente los cántaros para que las luces saltaran por todos los lados. Entre el ruido de los cántaros y el resplandor de las antorchas, los madianitas se asustaron pensando les atacaba un ejército muy numeroso y muy bien preparado, entraron en pánico y comenzaron a herirse unos a otros. De este modo la victoria fue rotunda, pero quedó claro que no fue mérito de los soldados ni de Gedeón, sino de la misericordia de Dios que mostró su amor sobre el pueblo. Una vez más los israelitas reconocieron que Dios estaba con ellos. Nosotros bien sabemos que Dios coopera con la labor de sus hijos que ha de ser firme, y, aunque parezca de escaso valor, Él hace que el efecto sea extraordinario. “Yo planté, Apolo regó, pero el Señor es quien dio el incremento” (1 Cor 3,6).
Si volvemos al relato de Gedeón, encontramos a este hombre elegido por Dios para transmitir la estrategia sencilla, pero eficaz, que el Señor le había indicado. Esta es la gran lección: si actuamos, siguiendo el querer de Dios, nuestro trabajo no será inútil, sino que producirá mucho fruto. En la historia de la Iglesia encontramos a grandes santos, en apariencia débiles, que por su fidelidad han influido y transformado la misma sociedad. Me viene a la memoria Santa Teresa de Calcuta recientemente canonizada (Mañana celebraremos en la Catedral de Pamplona la misa de acción de gracias a las 5). Era una mujer sencilla y de aspecto débil, pero de una fortaleza de espíritu que ha asombrado y removido al mundo entero. Solía resumir su vida de esta manera: “Igual que el Señor ha venido a mi encuentro y se ha inclinado sobre mí en el momento necesidad, así también yo salgo al encuentro de Él y me inclino sobre quienes han perdido la fe o viven como si Dios no existiera, sobre los jóvenes sin valores e ideales, sobre las familias en crisis, sobre los enfermos…” (Madre Teresa de Calcuta, La oración, principio de vida. PPC 2ª ed. Julio 2001). El Papa Francisco la ha definido en la homilía de la canonización, como “una generosa dispensadora de la misericordia divina” (Homilía, Plaza de San Pedro, 4 de septiembre 2016).

Estando en nuestra querida universidad, ¿cómo no hacer mención de San Josemaría en este contexto? El Señor se fijó en él y, después de muchos años de barruntos y titubeos, salió a su encuentro y le hizo ver el carisma del Opus Dei, una empresa que superaba su capacidad humana, pero que supo llevar a cabo por su unión con el Señor. Recordáis bien cómo lo contaba él mismo: «Tenía yo veintiséis años, la gracia de Dios y buen humor, y nada más. Y tenía que hacer el Opus Dei» (Biografía de san Josemaría, 1974). Gracias a su constancia en el amor de Dios fue capaz de sacar adelante esta empresa extraordinaria que el Señor le encomendó. Vio, de modo inefable, a personas de toda raza y nación, de todas las culturas y mentalidades, buscando y encontrando a Dios en su vida ordinaria, en su familia, en su trabajo, en su descanso, en el círculo de sus amistades y conocidos. Así nació el Opus Dei, como camino de santificación en medio del mundo, aun antes de que el Concilio Vaticano II sancionara la idea de que todos los cristianos están llamados a la santidad. Gracias a su fidelidad estamos hoy aquí dispuestos a recorrer los nueve meses del año académico.

2.- Si nos detenemos en el evangelio de la misa de hoy, descubrimos que contiene unos cuantos consejos a los apóstoles en su labor evangelizadora que iban a desarrollar a los pocos días, y que sería el aprendizaje para su misión universal cuando ya no estuviera Jesús en la tierra. Pertenece al llamado discurso apostólico del capítulo décimo de San Mateo que viene a ser un florilegio de instrucciones prácticas sobre la reciedumbre de los hombres de fe. Después de animarles a sobrellevar las persecuciones que con toda seguridad habrían de sobrevenir, les alienta con la exhortación más incisiva, repetida por tres veces en esta brevísima narración: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma…” (Mt 10, 28). Es la que utilizó S. Juan Pablo II en su primera alocución a los fieles de la Plaza de San Pedro: “Non abbiate paura” (No tengáis miedo). Y ese mismo estribillo que resuena desde aquel lejano octubre del 78 ha utilizado el Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud en Polonia, inolvidable y a la que habéis asistido muchos de los alumnos de esta universidad. Me siento orgullos de vosotros, jóvenes estudiantes y buenos cristianos. El papa Francisco, digo, repetía el mismo grito, primero desde la ventana papal de la calle Franciszkanska, donde acostumbraba a asomarse S. Juan Pablo II en sus viajes a Cracovia, y con mayor solemnidad en la misa de clausura: «No tengáis miedo de decirle “sí”, a Cristo, con todas las fuerzas del corazón, de responder con generosidad, de seguirlo. No os dejéis anestesiar el alma, sino aspirad a la meta del amor hermoso, que exige también renuncia, y un “no” fuerte al doping del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar solo en sí mismo y en la propia comodidad». Y repetía luego «No tengáis miedo. Puede que os juzguen como unos soñadores, porque creéis en una nueva humanidad, que no acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y resentimiento. No os desaniméis: con vuestra sonrisa y vuestros brazos abiertos predicáis la esperanza y sois una bendición para la única familia humana, tan bien representada por vosotros aquí».

Esta propuesta de horizontes amplios y esperanzadores vale para los más jóvenes, y para todos nosotros que, aun peinando canas, mantenemos el afán de transformar la sociedad que nos ha tocado vivir. Al iniciar el nuevo curso, volveréis a atender, junto con la exhortación del Santo Padre, el consejo que S. Josemaría dejó plasmado en Camino: “No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte” (Camino, 34). La universidad se me ocurre es uno de los lugares más propios para las grandes osadías. La investigación es el camino que recorren los más audaces que, conscientes de su capacidad limitada, buscan las causas de la enfermedad para curar en caso de la medicina, o las causas últimas de las criaturas, en el caso de la filosofía. Hay que ser muy humildes, muy generosos y muy decididos, para intentar abrir caminos a la ciencia no en beneficio propio, sino a favor del género humano.

Puesto que estamos en el año de la misericordia que se cerrará el día de Cristo Rey no quiero dejar de animaros a que en vuestras clases, en vuestros seminarios, en vuestras tutorías con los alumnos, no olvidéis que estáis ejercitando esa obra de misericordia que nos lleva a no tener miedo a la verdad, a buscarla con ahínco y a transmitirla con alegría.

En el regazo de María ponemos a las diez numerarias que han fallecido en un accidente de tráfico en México. Estoy seguro que este momento martirial será siembra de nuevas vocaciones; es como el grano de trigo que si cae en tierra y muere, produce muchos frutos. A las puertas del Cielo la Virgen habrá abrazado gozosa una a una. Ponemos bajo el amparo de la Virgen, Madre del amor hermoso y Asiento de la Sabiduría nuestros planes y proyectos de este nuevo curso académico para que Ella los bendiga y nos bendiga.

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