Consejos para vivir la espiritualidad cuaresmal
Estamos ya en camino hacia la Semana Santa y se nos puede escapar muy rápido el tiempo de cuaresma. La Cuaresma es el tiempo para vivir con espíritu dispuesto y despierto para rogar insistentemente a Dios que nos ayude a convertirnos. La Cuaresma es un espacio temporal –son cuarenta días- que nos pone en marcha para vivir mejor la Pascua. Por ello hemos de marcarnos pequeñas metas que nos ayuden para orientar bien nuestra vida que se encuentra torpedeada por muchos mensajes que nos ofrecen los medios informativos y redes sociales con una gula y voracidad intensiva de noticias. Estos consejos nos pueden servir para recrear la espiritualidad de la cuaresma.
El primer consejo puede resumirse en una frase y es el silencio interior que podemos realizar todos los días al compás de una palabra del evangelio: “No tengas miedo”; “sirve por amor”; “perdona a quien te haya ofendido”; “se portador de paz”; “Confía en Mí”; “Aquí estoy para hacer tu voluntad»… La vida interior no se llena con ‘silencios vacíos’ sino con una presencia viva que es el Dios vivo y verdadero como nos dice Jesucristo. Sólo desde la oración se entiende el silencio interior que abre la puerta para gozar de una amistad que está muy presente en el amor gratuito y misericordioso de Dios. Quien reza ama y quien ama reza.
El segundo consejo, que podemos tener presente en este tiempo de gracia, es la puesta a punto del alma que se recicla en el sacramento de la penitencia o confesión. Siempre recuerdo el bien que me hacía y me sigue haciendo este momento de purificación puesto que por muy pequeños que sean nuestras debilidades y pecados, siempre dejan una pátina que si aumenta nos inutiliza para servir y amar con generosidad tal y como nos lo pide el Señor. Cada quince días lo suelo hacer y es la mejor medicina para mí que me ayuda para crecer en el camino de la perfección de la caridad que es la santidad. Los sacerdotes debemos estar atentos para llenarnos y llevar la misericordia en nosotros y ofrecerla a los fieles que necesitan nuestras manos llenas de misericordia divina. Somos médicos de almas por mandato del Señor que nos dice: “A quienes perdonéis sus pecados, les quedan perdonados” (Jn 20, 23).
El tercer consejo es la revisión de vida que consiste en hacer una radiografía de nuestra propia y singular vocación. Cada uno tiene una responsabilidad concreta. Y en esta revisión podremos constatar si se vive bien el celibato, la virginidad, la fidelidad matrimonial, la castidad como joven, el servicio que me pide mis compromisos… Además de lo que es ser trabajador, vivir con sinceridad, hacer las obligaciones con alegría y gozo. Basta ir metiendo como plantilla los Diez Mandamientos, las Obras de Misericordia, las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y se nos reflejará como en una radiografía el estado de nuestra alma.
El cuarto consejo se hace evidente en el servicio de amor al prójimo que se convierte en el estilo de vida cristiana. Ya Jesucristo nos dice: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros” (Jn 13, 35). Desde aquí se entiende ayudar al necesitado de cualquier condición que sea. Basta observar cómo nos acercamos a los prójimos, que pasan todos los días a nuestro lado, que inmediatamente sentiremos la aprobación o reproche del Señor. Quien ama no es populista ni propagandista sino humilde servidor aunque no te lo reconozcan. Este tiempo nos debe servir para revisar si amamos por amor y compasión o amamos por y para la galería. Al final sólo queda si lo hemos hecho por Dios; si se ha hecho por apariencia flaco favor nos hacemos.
El quinto consejo, que viene reflejado en la Semana Santa, es el amor a la Cruz que lleva a la Resurrección, digo amor a ella porque en nuestras cruces, con sus modos y matices diversos, está presente y asociada la Cruz de Cristo. Una vez me dijo el Papa San Juan Pablo II: “Cuando le venga la cruz abrácela con amor pero no vacía sino llena de Cristo”. A veces se piensa que abrazar la cruz va contra el sentido de lo humano. Sólo desde la espiritualidad de la cruz se descubre el valor salvífico del dolor. El dolor, la enfermedad, los sufrimientos físicos o morales, sentirnos criticados, las desuniones de todo tipo… todo lo negativo que existe, se ha grabado en la Cruz de Cristo. Como el grano de trigo que cayendo en tierra muere, después viene la espiga. En medio de todo dolor -ofrecido por amor a Cristo- lleva a la vida que él nos garantiza en la Pascua de Resurrección.