Tal vez pueda resultar extraño que me pueda cuestionar a qué Dios adoramos y la razón es muy simple: o se adora al Dios verdadero o se adoran dioses falsos. Pensemos por un momento las circunstancias que nos rodean y basta que visitemos algunos centros comerciales y observaremos con qué voracidad se asiste a ver los últimos artículos que la moda ha engendrado. Vale también que nos miremos a nosotros mismos y hagamos un análisis sobre las prioridades en nuestra vida: – lo importantes es “tener salud” y a renglón seguido se dice y “mucho dinero”. – Vivir cómodamente y en bienestar. – Tener una buena vivienda y un buen coche. – Gozar de unas buenas vacaciones. Y así podríamos hacer una lista de lujos y de gustos que priorizamos en nuestra vida. Cuando oímos: “Hagamos una sociedad de bienestar”, se suele referir al bienestar material pero se olvida lo espiritual. Y no estoy diciendo que el bien digno y el estar dignamente sea algo malo. No lo es porque si lo miramos como un regalo que nos concede la naturaleza y su Creador nos hemos de poner en actitud de agradecimiento y no colocarlo en el primer lugar de preferencia sino en el lugar de servicio que corresponde.

Cuando en la Sagrada Escritura se nos dice: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4,8) Jesús nos está indicando que siempre ha habido la tentación de buscar otros “dioses” como sucedía en el pueblo de Israel. La adoración del Dios único libera al ser humano del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría de realidades que son pasajeras y finitas. Esta doctrina de la Iglesia es imprescindible para no llegar a cegarnos inútilmente de las cosas, de falsas magias o hechicerías, de los cultos falsos y de todo aquello que puede ser perjudicial para el ser humano. Quien se deja dominar por lo que es extraño a Dios se convierte en lo que hoy se denomina “adicción” y esto es síntoma de si hay o no hay salud humana en su integridad: corporal, anímica y espiritual.

En el recorrido de mi vida he encontrado personas que han dado un gran viraje en su existencia. Recuerdo a una persona que sólo vivía para emborracharse o drogarse. Por más que todos le reprendían con aprecio y por su bien, no conseguía salir de esta situación. Un día se encontró con la Palabra de Dios: “No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Ex 20, 2-5 y Dt 5, 6-9). La “adicción” sea la que sea provoca tal inestabilidad que para salir de ella se requiere tiempo y buscar lo que ennoblece a la persona. “El hombre llega a ser libre cuando entra en la Alianza de Dios” (Afraates, Demonstrationes 12). La persona que refiero no sólo encontró la clave en la Palabra de Dios sino también un grupo o comunidad de fe donde acudía con asiduidad. Lo superó y ahora vive en una hermosa familia.

Hoy estamos en unos momentos muy delicados y por desgracia se suele marginar todo aquello que huela a religioso. La vida espiritual es tan grande que ella misma ennoblece a lo humano. Es gustar a Dios que cambia el corazón, cambia las malas costumbres, da salud mental y espiritual. ¡Qué hermoso es adorar a Dios! ¡Cuánta paz deja en el alma! ¡Cuántos cambios de vida que llevan al más profundo sentimiento de “ser persona”! ¡Qué hermoso es vivir la experiencia del Amor que no se agota; los falsos ‘amores’ agotan, cansan y destruyen la identidad personal! Bien podemos decir: No adoréis a nadie a nadie más que a Dios.

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