Se ha extendido una falta de fiabilidad a las enseñanzas de la Iglesia y viene propiciada por ciertas formas de interpretar la Palabra de Dios con intención de racionalizarlo todo. Por eso se consideró oportuno hacer un nuevo Catecismo de la Iglesia Católica para clarificar lo que ciertas corrientes ‘teológicas’ pretenden. Porque teólogo auténtico es el que acepta la revelación de la Palabra de Dios, se adhiere a la Tradición de la Iglesia y asume la Doctrina de la Iglesia. Si estas condiciones no se dan no se le podrá considerar teólogo católico a no ser que se autodenomine “teólogo por cuenta propia” y creyente de sus afirmaciones como las únicas que tienen validez. El teólogo verdadero es humilde y pone todo su saber en mano de los apóstoles. Y no porque el apóstol sea mejor o más capaz sino porque tiene un carisma dado por Cristo: a Pedro y a los que formaban el Colegio apostólico. Hoy son el Papa y los Obispos que como sucesores de Pedro y de los apóstoles tienen el carisma de enseñar, pastorear y santificar al pueblo de Dios. La unidad, la santidad, la catolicidad y la apostolicidad son las notas de la Iglesia. Sin estas notas el pentagrama está vacío y no se podrá componer una música.

Ante la gran confusión que nos acompaña en la sociedad contemporánea hay un intento permanente de reforma y todo llevado a cabo por el relativismo. Ya me lo auguraba el Papa San Juan Pablo II en una conversación que tuve con él y que nunca olvidaré: “El gran problema del futuro será el relativismo que propiciará falta de seguridad en la base de la creencia y las formulaciones serán racionalistas y faltas de fe. Pero, algo peor, vendrán ‘profetas’ que querrán imponer sus criterios y más aún serán admirados y aplaudidos por una sociedad ideologizada y equivocada en sus planteamientos. Se llegará a decir que el símbolo de la fe, que es el Credo, ya no tiene nada que decir hoy y por lo tanto ya no tiene vigencia”. En síntesis así lo manifestó y comunicó en el prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica que fue aprobado el día 11 de octubre de 1992 en el trigésimo aniversario del Concilio Vaticano II: “Reconozco, al catecismo, como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial y como norma segura para la enseñanza de la fe”. La teología es servicio gozoso y humilde comunión.

No hace mucho tuve la visita de una persona que se lamentaba cómo había oído decir, a cierta persona, que la resurrección de Jesucristo no fue un hecho histórico sino que fue un hecho espiritual puesto que hay que desmitificar las afirmaciones viejas y nada reales que se afirman en el Credo. Le contesté que esa persona no era creyente puesto que contradecía lo que San Pablo afirma: “Y si Cristo no ha resucitado, inútil es nuestra predicación, inútil es también vuestra fe” (1Cor 15, 14) El Papa San Juan Pablo II al prologar el Catecismo de la Iglesia Católica sigue afirmando: “Con espíritu de comunión lo utilicen constantemente cuando realizan su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este Catecismo les es dado para que les sirva de texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica…Se ofrece también a todos aquellos fieles que deseen conocer mejor las riquezas inagotables de la salvación”.

Cuando se niegan ciertos dogmas caen como en el dominó todos los demás. Basta pulsar una sola ficha que los demás caen. Hagamos un pequeño recuento y observaremos que se ha puesto de moda negar la virginidad de la Virgen María, después se niega la divinidad de Jesucristo, que la Virgen María tuvo más hijos, que era una mujer como las demás y por lo tanto no tiene sentido la Inmaculada, que los milagros de Cristo no eran milagros, que el demonio no existe (puesto que es una invención de los que atemorizan a la gente), que la eucaristía no es más que recordar la última cena como un cumpleaños (y por lo tanto no está realmente presente Cristo), que sólo existe el cielo (y por lo tanto ni purgatorio, ni infierno), que Jesucristo no resucitó (aún está por descubrir dónde están sus huesos), que la Iglesia se instauró en tiempos de Constantino, que la jerarquía fue invención del poder en la Iglesia… Y así podríamos seguir. De ahí que se debe afirmar que quien piense así está excluyéndose asimismo y nada tiene que ver con la teología católica de la que es garante el Papa y el Colegio episcopal.

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