Apertura del curso en la Universidad de Navarra

Al preparar la homilía para este día de apertura de curso me han venido a la memoria las palabras de una oración que solemos recitar antes de iniciar el Oficio divino los sacerdotes. Dice así: Abre, Señor, mis labios para bendecir tu santo nombre, limpia mi alma de toda perversidad, ilumina mi entendimiento e inflama mi corazón. Estos cuatro deseos nos sirven de punto de partida porque los que tenemos la misión de enseñar necesitamos tener claro que en todas nuestras palabras ha de estar la alabanza a Dios, en nuestra inteligencia las ideas claras, en nuestro alma limpieza y en nuestro corazón amor.

La liturgia de la fiesta de nuestra Señora de los Dolores nos invita a una serena contemplación, bien de María con el cuerpo inanimado de su Hijo, que ha inspirado a tantos escultores, pensemos, por ejemplo, en la Piedad de Miguel Ángel; bien de la imagen del calvario con que suelen culminar tantos retablos de nuestras iglesias: Jesús en la cruz y a su lado María su madre y Juan, su discípulo amado.

1.- En la escultura de la Piedad, María recorre con su mirada de madre el cuerpo maltratado de Jesús, con el mismo cariño con que lo recorría cuando lo acurrucaba de niño en Belén y en Nazaret, pero con el alma rota como se lo había profetizado Simeón en el templo. Contemplaría su cabeza con la corona de espinas, su rostro desfigurado y, especialmente, su boca que había pronunciado palabras de perdón, palabras de curación, palabras de verdad, de la verdad divina. Ahora está sellada, se ha cerrado, es el misterio del silencio de Dios: “El Verbo enmudece, se hace silencio mortal, porque se ha «dicho» hasta quedar sin palabras, al haber hablado todo lo que tenía que comunicar, sin guardarse nada para sí” (Benedicto XVI, Exhortación Post Sinodal Verbum Domini ,nº 12, año 2010). Jesús ya no puede hablar, ni puede ver, ni expresar sus sentimientos de amor.

Los Padres de la Iglesia, contemplando este misterio de María con el cuerpo muerto de Jesús en su regazo, ponen de modo sugestivo en labios de la Madre de Dios estos pensamientos: “Está sin palabra la Palabra del Padre, que hizo a toda criatura que habla; sin vida están los ojos apagados de aquel por cuya palabra y gesto se mueve todo lo que tiene vida” (San Máximo el Confesor, Vida de María, 89). Ahora son sus discípulos, es la Iglesia la que habla, la que transmite la palabra de Jesús y ha de hacerlo con alegría, con la misma alegría con que Ella pronunció el himno ante su pariente Isabel: “Proclama mi alma las grandezas del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” ( Lc 1, 46). En la contemplación del cuerpo de Jesús su madre se detendría en la llaga del costado que deja al descubierto el Corazón ardiente de su Hijo. Ese corazón atravesado por la lanza, que es símbolo del amor que va más allá de la muerte: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1); ese corazón de donde brota la Iglesia y brotan los sacramentos. Es misterio de amor y misterio de paz, como le gustaba recitar a San Josemaría: “Cor Iesu sacratissimum et misericors, dona nobis pacem” (Sacratísimo y misericordioso Corazón de Jesús, danos la paz).

2.- Volvamos ahora a la imagen del Calvario, tal como nos lo presentó San Juan en el texto evangélico que hemos proclamado: “Estaban junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Jesús viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: Mujer, aquí tienes a tu hijo. Después le dice al discípulo: Aquí tienes a tu madre” (Jn 19, 25-26). Este es el marco de la fiesta de hoy: en torno a la Cruz está la Virgen y el discípulo amado que representa a toda la Iglesia. La Dolorosa es inseparable de la Cruz: “La memoria de la Virgen dolorosa es ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación, y para venerar, junto con el Hijo exaltado en la cruz, a la madre que comparte su dolor” (Beato Pablo VI, Encíclica Marialis cultus (n. 7).

Por decirlo con términos de profunda espiritualidad, junto a Cristo Redentor está María a su lado. Ya la piedad popular entendió la estrecha relación de lo que llamaban el martirio de María con la cruz redentora, tanto al celebrar la Virgen de los dolores desde el siglo XIV el viernes anterior al domingo de ramos, como cuando en el orden de las procesiones de Semana Santa colocaban el paso de la Dolorosa inmediatamente después del de Cristo crucificado. María junto a la Cruz recibe el encargo más hermoso para nosotros: “Aquí tienes a tu hijo”. Sí, somos hijos de María. Ella engendró a Jesús por obra del Espíritu Santo y nos ha engendrado a nosotros en el dolor de la Cruz. Ella estaba de pie con gesto de firmeza y de fortaleza para enseñarnos también cuál tiene que ser nuestra actitud ante el dolor, ante las dificultades y ante un ambiente débil como el que nos está tocando vivir.

Es preciso emprender entre todos, como diría el Fundador de esta Universidad: “Una cruzada de reciedumbre y de alegría, que remueva hasta los corazones mustios y corrompidos, y los levante hacia el Señor” (San Josemaría, Camino 92). Es muy necesario que nuestros jóvenes salgan de ese ambiente fluctuante que describe un filósofo de nuestros días: “Como la modernidad líquida, la sociedad líquida o amor líquido, en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador” (Zygmunt Bauman, Amor Líquido, 52). Los años de universidad son para los estudiantes un tiempo propicio para asentar las bases de un ideario digno en lo humano y bien fundamentado en lo cristiano. El Papa Francisco en su visita a la Universidad de Roma, en febrero de este año, comentaba: “La universidad está para vivir la verdad, para vivir la belleza y para vivir la bondad. Y eso se hace juntos; es un camino universitario que no termina nunca”.

3.- Una última reflexión podemos considerar ante la estampa que nos presenta San Juan en el Evangelio: María y el discípulo están al pie de la cruz, pero en el centro está el Señor crucificado, dando la vida por nosotros en un gesto sublime de sacerdote que redime a todos los hombres. Así lo había profetizado varias veces: “Cuando sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). Lo celebrábamos ayer en la exaltación de la Santa Cruz. Desde la Cruz Cristo es el Señor de toda la creación, ama a todas las criaturas, redime a todos los hombres. A muchos de vosotros os resultan familiares las palabras que San Josemaría repetía cuando enseñaba el valor santificador del trabajo en todos sus aspectos: “Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas… Si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!” (Es Cristo que pasa, n. 183).

Estáis comenzando un nuevo curso cargado de ilusiones, de nuevos planes, de proyectos ilusionantes. Me uno a vuestro afán de poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades de la universidad de Navarra y, para terminar, permitidme repetir lo que el Papa Francisco ha dicho a los jóvenes al llegar a Bogotá (9 de septiembre 2017) y que son muy adecuadas a este momento: «Mantened viva la alegría, es signo del corazón joven, del corazón que ha encontrado al Señor. Si mantienen viva la alegría con Jesús, nadie se la puede quitar, ¡nadie!», es lo suficiente para incendiar el mundo entero. No tengan miedo al futuro, atrévanse a soñar a lo grande. A ese sueño grande yo los invito”. Yo también os invito a ser testigos de este fuerte soplo del Espíritu Santo en estos momentos tan tormentosos y a los que hemos de afrontar con la calma del Maestro que nos dice: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Y así decía Benedicto XVI: “Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”

Que nuestra Señora de los Dolores os proteja y os alcance la bendición divina para estos meses que se presentan apasionantes.

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