Construir sobre roca
Muchas veces me he preguntado cuál es la razón por la que hay tantas desilusiones, personas cansadas y agobiadas, ansiosas y con falta de esperanza. Y leyendo a algunos autores y de modo especial a filósofos y sicólogos he constatado en ellos la misma respuesta: “Si hay algo que no queremos, son ataduras, ni en el amor ni en nuestra forma de vida” (Zygmunt Bauman). El Dr. Bauman hace toda una descripción y análisis sobre los fenómenos sociales de la era moderna y la denomina como una época donde el amor, la vida y los eventos históricos actuales están sustentados en una realidad líquida y sociedad líquida. La sociedad actual se basa en el individualismo y en una forma de vida cambiante y efímera. Falta solidez. Se buscan nuevas experiencias, pero sin echar raíces en ningún lugar. Son ciudadanos del mundo pero de ningún lugar al mismo tiempo.
En esta realidad líquida, lo importante no es conservar los objetos, sino renovarlos constantemente para contentar el espíritu consumista. La consecuencia principal del mundo opuesto a lo sólido crea ansiedad en las personas. La realidad líquida angustia a las personas porque no carecen de nada fijo y duradero. Además, la necesidad de relacionarse choca frontalmente con la falta de compromiso y el miedo a perder la libertad. En la sociedad actual, no podemos aferrarnos a nada, porque todo es cambiante y efímero. Todo es líquido y la posibilidad de perderlo todo es más que probable. Los productos duraderos ya no son importantes, en esta era priva lo efímero y lo nuevo para sorprender a los compradores. Las personas no quieren ataduras ni en el amor ni en el trabajo. Se construye la vida sobre arena movediza y no sobre roca fuerte.
Edificar sobre roca o edificar sobre arena, esta es la cuestión. Si no descubres tu verdadero ser, el ‘ego’ seguirá siendo el valor supremo. Es impresionante oír de Jesucristo: “Por lo tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca. Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa y se derrumbó y fue tremenda si ruina” (Mt 7, 24-29).
Cuando uno reflexiona sobre el pasaje del evangelio expuesto puede reaccionar en dos direcciones: achacar a Jesús que es impositivo o que es negativo ante el que no sigue sus consejos. Es la misma reacción que sucede en nuestra época. Cuando se analiza la situación sociológica de hoy se buscan maneras para justificar el relativismo que, usando su única arma de defensa, afirma que en el pensamiento y en la acción del ser humano “todo vale” con tal que uno lo sienta así. Es decir se pierde y se difumina la verdad. Ya la verdad no es única sino múltiple según el color que cada uno quiera ponerla.
Aún recuerdo la conversación que tuve, en una comida, al lado del Papa San Juan Pablo II. En medio de ella, le pregunté descaradamente: “¿Qué es lo que más le preocupa en estos momentos?” A lo que él me respondió: “El relativismo que hay en la sociedad” Y añadió: “Estoy preparando una Carta Encíclica sobre este tema”. A la que tituló Fides et Ratio (Fe y Razón).Y me predijo: “Le tocará sufrir mucho sobre este tema”. Si la verdad no es lo primordial en el pensamiento y en la actitud del ser humano donde “todo vale” y la verdad está en la medida de sus sentimientos o apetencias, se pierde propio sentido humano. Aquella conversación no desaparece de mi memoria y de mi plegaria. Y lo peor del relativismo es que se ha convertido como si fuera una nueva religión. Ahí tenemos las ideologías que se promueven como bandera de libertad y progresismo y el tiempo será testigo de los frutos amargos que producirán. O estamos con la ley del amor de Dios o el nihilismo (la nada) será tan voraz que se aprovechará para devorar lo más sagrado que hay en la entraña del ser humano.