Según las estadísticas cada cinco minutos en España se da un divorcio o una separación. Muchas de ellas son después de convivir más de cuarenta o cincuenta años. Nos echamos las manos a la cabeza y nos preguntamos: ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué estas rupturas? E inmediatamente lo lamentamos con sentimientos paternalistas y no sabemos dar una respuesta porque nos acurrucamos como el ave debajo de su ala. Ante tantos dramas que esto produce su etiología es muy clara: Es crisis de amor. Cuando hay falta de amor uno lo busca desesperadamente en lo pasional y no lo logra, en la abundancia de comodidad y se hastía, en la aparente realización cambiando de vida y se deprime, en la búsqueda de libertad y cada vez está más esclavizado.

Se recurre a los mitos e incluso a los tarots y a los artilugios de la magia de los adivinos y siempre dan respuestas que nada tienen que ver con la realidad. Se desespera y se fabrica un paraíso inexistente. La auténtica vocación es el amor y sucede que se sale fuera de este camino por veredas que llevan al precipicio. Se entiende el “bienestar social” como un magma de felicidad que no se encuentra por ninguna parte. Los fines de semana mágicamente atraen y después de vivirlos inmersos en la droga de moda y en la del placer, lo único que producen es frustración vital. Ni el alcohol, ni la droga, ni el placer sexual tienen la varita mágica para hacer de la vida algo valido; aún mas, invalidan e inhabilitan los resortes humanos. ¿Por qué sucede todo esto? Porque falta el auténtico amor. Esta es la gran crisis de hoy.
El amor no es una moneda fácil de conseguir como si se comprara en un mercadillo. El amor nace de una fuente que nadie puede agotar puesto que es eterna. Esta fuente tiene un origen: DIOS QUE ES AMOR. Quien se fía y hace esta experiencia forja su propia vocación pero para conseguirlo se ha de vivir con humildad. El orgullo y la soberbia son puertas cerradas y obtusas que impiden aceptar el auténtico amor que llama a la puerta y se vive todo lo contrario al auténtico amor y se idolatran los gustos y apetencias personales o grupales como signo de libertad cuando es todo lo contrario. Hace poco me decía una joven: “Me casé, por lo civil, con un chico y lo único que pretendía era aprovecharse de mí. Lo abandoné porque la inestabilidad y no como una persona sino como un objeto, en el que me había convertido, me traumatizaba interiormente. Si un día me vuelvo a casar será teniendo la seguridad que podré compartir con él toda la vida”. Si no hay auténtico amor las personas se convierten en un mercado de objetos de placer y esto no funciona. El amor es una entrega generosa que se restaura permanentemente en la fuente del amor que es Dios. El auténtico amor se sacrifica por la persona a la que se quiere. Sacrificio es ofrecer un modo de vida que hace posible que lo que vivo es algo sagrado. De ahí viene la palabra sacrificio, es decir, que el acto o lo que hago es algo sagrado. El amor sin este sentido sagrado se adultera y se convierte en una tortura frustrante.

Y nos podemos preguntar ¿por qué se dan las rupturas matrimoniales? Se producen porque, tal vez, el amor nació pero se secó al faltar el alimento verdadero. Hubo un día que un matrimonio, después de veinticinco años, pensaron que era mejor separarse e incluso así se lo había aconsejado su siquiatra. Pero una persona que había tenido sus mismos problemas les aconsejó que rezaran a Dios y por la noche dedicaran un tiempo para perdonarse, para escuchar la Palabra de Dios, para rezar con sus hijos… Que fuera un momento de recogimiento ante Aquel que nos dice: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23) Tal fue el gozoso resultado que siguen unidos y que cada día se quieren más. “Ha sido el hermoso sueño que ha iluminado toda mi vida, convirtiéndola en un paraíso anticipado” (B. Isabel de la Trinidad, Epistula 1906). Se puede vivir anticipadamente el paraíso si amamos al estilo de Dios. Y esto es irrefutable. Lo demás es paja que se la lleva el viento.

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