XLV ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE LA VENERABLE MADRE CLARA

1.- Hace cuarenta y cinco años que murió la Venerable Madre Clara. Su nombre de bautismo era Juana de la Concepción Sánchez García. Nació el 14 de febrero en Torre de Cameros (La Rioja). A la edad de dos años, la familia se traslada a Rebollar (Soria). Desde pequeña mostró señales de querer consagrar su vida a Dios, al que se entregaba ya en la niñez a momentos de encuentro con él en la oración. Con 20 años ingresa en el Monasterio de las Clarisas de Soria y cambia su nombre por el de Sor Clara de la Concepción. Es destinada a varios oficios y distintos; los realizaba con alegría y humildad. Uno de ellos fue el de ser sacristana, destacando por la delicadeza y amor por las cosas del Señor. Después fue ropera, ecónoma, tornera y vicaria.

Durante 17 años ejerció el servicio de Abadesa, mostrándose como una madre solícita y ejerciendo el gobierno con alegría, sencillez y sabiduría. Con la ayuda del Señor consiguió una profunda renovación de la vida espiritual de su comunidad en clave evangélica y franciscana. Enamorada del carisma de la que se llamó “plantita de nuestro Padre San Francisco”, logró que la comunidad volviera a la observancia primitiva de la Regla de Santa Clara, renunciando a dispensas y glosas que la habían asfixiado desde siglos pasados -como rentas y patrimonio-, y esto antes del Concilio Vaticano II. Su frutos pronto comenzaron a ser visibles con la bendición de vocaciones, que hasta hoy hacen de las Hermanas de este Monasterios una Comunidad dinámica y floreciente. Su amor por Jesús Eucaristía, como fiel reflejo de Santa Clara, se vio recompensado con la instauración de la Iglesia conventual de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento ante el que las Hermanas, por turnos, tributan amor, adoración y reparación. Esto sucedió hace 75 años y hoy también damos gracias a Dios por tales iniciativas que recreó en Madre Clara.

Tras 53 años de vida consagrada, murió repentinamente de un infarto de miocardio el 22 de enero de 1973. Tras la noticia de su muerte, centenares de fieles sorianos y foráneos, acudieron a despedirse de ella, y a dar gracias a Dios por su testimonio dejando patente que sí es posible evangelizar desde el Claustro. Enterrada en tierra en el Cementerio Conventual, en 1982 se procede a la exhumación de su cadáver hallándose incorrupto. Es entonces trasladado a una Capilla de la Iglesia del Monasterio, donde es visitado por los fieles y yo en muchas ocasiones, siendo Obispo de Soria, la rezaba por las vocaciones y de modo especial por los Monasterios: Soria, Medinaceli (Soria), Valdemoro (Madrid), Harare (Zimbabwue) y Mozambique . En el mes de abril de 2014 el Papa Francisco promulga el decreto que reconoce las virtudes heroicas de Madre Clara de la Concepción, declarándola venerable, y permitiendo el desarrollo del proceso hacia el siguiente paso: la beatificación.

2.- A la luz de esta hermosa biografía de la Venerable Madre Clara meditemos por unos momentos en las lecturas que hemos atentamente escuchado. San Pablo cuando habla a los corintios les pone las cosas muy claras y afirma que son “campo de Dios, edificación de Dios” (1Cor 3, 9). Me parece muy sugestiva esta alusión metafórica. “La Iglesia es la labranza o el campo de Dios” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n.6). Muchas personas viven esperando que les demos algunas respuestas a sus muchas preguntas y están esperando que una luz les ilumine en su vida. Cuando os veo en el locutorio escuchando a tanta gente que se acerca. ¿Ellos que esperan de vosotras? Que los mostréis a ese Dios al que habéis amado, adorado y reparado en la Eucaristía. ¡Cuántas almas habéis aliviado, alegrado y esperanzado! Vuestra presencia en la Iglesia y en la sociedad tiene un valor evangelizador enorme. Lo que ocurre es que las noticias que más valen no salen en los medios de comunicación puesto que la luz luce no se luce. Y vosotras sois luces que no se lucen porque Cristo es vuestra Luz. Veis en los demás el campo de Dios y sembráis con vuestras sonrisas y con vuestro testimonio sois semillas que esperan esos campos secos y que como tierra esponjosa, con vuestro riego de la oración, un día serán personas fecundas en amor y entrega a Dios según su vocación.

Cristo es la verdadera Vid, que da vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros: permanecemos en Él a través de la Iglesia y sin Él no podemos hacer nada (cfr. Jn, 15, 1-5). Con frecuencia se llama también a la Iglesia la edificación de Dios (1Cor 3, 9). Esta construcción es designada con diversos nombres: Casa de Dios (1Tim 3,15) en donde habita su familia. ¿No es el Monasterio una Casa de Dios que brilla por si misma? Cuando vienen a rezar los fieles, se encuentran arropados por una familia y en el silencio oracional encuentran la paz que sólo el Señor puede dar. Otro título es Morada de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22). ¿Os habéis dado cuenta de la hermosa responsabilidad que tenéis? Los pobres buscan una mano amiga que les acoja y van a Cáritas u otras Instituciones. Pero los que están sin horizonte en la vida o sufren por varias causas, vienen a esta Morada. No son tan conocidos, pero vienen. Y vosotras sois la puerta que les abre esta Morada. Otro nombre es Tabernáculo de Dios entre los hombres (Ap 21, 3). Démonos cuenta que somos templos de Dios, donde Dios habita. Ya San Agustín se percató después que, durante tanto tiempo, se dedicó a los placeres de los sentidos: “¡Ay, ay de mí, por qué grados fui descendiendo hasta las profundidades del abismo, lleno de fatiga y devorado por la falta de verdad! Y todo, Dios mío… todo por buscarte no con el intelecto… sino con los sentidos de la carne, porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío” (Confesiones III, 6, 11). Y no es verdad que hoy se necesitan luminarias, como vosotras, para dar sentido a tantos que están añorando a Dios porque “incluso en el seno de los placeres más mundanos, la voluptuosidad más abandonada sigue buscando a Dios” (Étienne Gilson). Hay en la sociedad una orfandad impresionante. Hoy es necesario que haya testigos de la Verdad, del Camino y de la Vida que es Jesucristo.

3.- Sigamos meditando y pensando en lo que nos ha recordado el evangelio: No hay verdadera adoración, ni auténtico amor si no hay perdón. La reparación que Dios os pide es ésta de ser instrumentos de su paz. No es necesario que os lo recuerde puesto que os sabéis muy bien la oración de San Francisco. Es una plegaria con un contenido de alto evangelio. Pero me impresiona hasta donde pone el acento Jesucristo al hablar de la Eucaristía que es cumbre y centro de la vida cristiana. “Si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, vete a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). De ahí que siempre antes de ponernos ante el Señor hemos de hacer un examen sobre cómo va con el hermano. Y Jesucristo no dice si uno tiene algo contra un hermano sino “si tu hermano tiene algo contra ti”. Es interesante constatar que los mártires –pensemos en tantos que han sido beatificados últimamente- no sólo perdonan a sus verdugos sino que ofrecen su vida por su salvación. ¡Cuántas veces estamos rezando y nos preocupan más nuestros intereses que el bien y la salvación del hermano!

La fuerza del perdón es extraordinaria. Ninguna relación humana puede sobrevivir sin ella y mucho menos prosperar. Es más fácil perdonar a un enemigo al que apenas se ve que a un compañero o un ser querido con quien tienes que convivir a diario. “Por tanto como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra otro; como el Señor os ha perdonado, hacedlo así también vosotros” (Col 3, 12-13). La verdadera convivencia se fragua en el amor misericordioso. No puede haber una auténtica comunidad si la vitamina del perdón no funciona. Pero aún más –se puede decir- que las enfermedades modernas que se denominan adicciones provocan una desestabilización sicológica y sociológica. Sólo el amor es curativo y si está impregnado de misericordia es un amor que sana. Cuántas veces hemos oído decir: “Desde que perdoné, me siento mejor”. Es la puerta que nos abre a la cercanía de Dios.
4.- Madre Clara tuvo muy claro que seguir a Jesucristo y vivir su evangelio no tenía otra fuente si no era la Eucaristía. Coincidía con lo que decía San Agustín: “¡Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad!” (In Johannis Evangelium 26, 13). Con cuánto amor cuidaba de ella y con cuánta fortaleza salía de ella. Supo poner en el centro de su corazón y en el centro del Monasterio a la Eucaristía como exposición permanente; esta gran obra la supuso algún que otro disgusto pero al final el amor siempre vence. Tal vez ese tesón que ella puso ha sido preludio de lo que ahora se está realizando, cada vez más, como son las Capillas de Adoración Perpetua. Alguna Diócesis y concretamente en una de Méjico han abierto más de sesenta capillas con el fin de adorar al Señor en la Eucaristía. Sólo desde la fuente de dónde mana y corre el amor de Dios se puede evangelizar y se puede ayudar para la conversión de tantos que aún viven con el ansia y la añoranza de encontrarlo.

Concluyo con la oración que Madre Clara hizo a la Virgen como Abadesa perpetua: “Acepta, Madre mía, el encargo del gobierno de la Comunidad que Dios nuestro Señor me confió y que, con la más íntima complacencia de mi alma, hoy te entrego. Interpretando la buena voluntad de mis hermanas que me han de suceder en él lo pongo también en tus manos. Tú eres nuestra dignísima Madre Abadesa y lo serás perpetuamente. Tú la Pastora Divina que guiarás este rebañito hasta conducirlo a Jesús. Las elegidas y nombradas Abadesas quedamos constituidas en humildes zagalillas tuyas”.

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