1.- Hoy estamos de enhorabuena porque al estilo de San Fermín, los catequistas de la Diócesis de Pamplona y Tudela, han tomado la labor evangelizadora como una tarea importantísima en esta sociedad que tiene hambre y sed de Dios. Por ello os doy las gracias y os invito a poner todo vuestro quehacer para llevar la voz de Jesucristo a tantos que aún no le conocen. ¿Os habéis dado cuenta que tenéis un servicio importantísimo en este momento? La catequesis no es sólo hablar de Jesús sino es ser testigos de Jesús. Es ser testigos en comunión con toda la Iglesia. Sabiendo ser voz de Jesucristo y de la enseñanza de la Iglesia. Por eso tenemos en una mano la Biblia y en la otra el Catecismo de la Iglesia Católica. Este es el gran reto que tenemos y por eso el catequista tiene como identidad propia ser mediador para “saciar el alma afligida y entonces tu luz despuntará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará de continuo y saciará tu alma” (Is 58, 10-11). En nuestra Diócesis sois un gran grupo. Os doy la enhorabuena por vuestra labor y entrega.

2.- Ahora bien nos podemos preguntar: ¿Cuál es la vocación del catequista? Cuentan las florecillas de San Francisco de Asís que uno de sus seguidores le insistía para que le enseñara a predicar y le dijo: “Hermano, cuando visitamos a los enfermos, ayudamos a los niños y damos comida a los necesitados, ya estamos predicando”. Y esto no se puede hacer si no se da una cercanía con Jesucristo en la oración. ¡De qué nos serviría hablar del Amado si no hemos estado con Él! Un catequista, como un cristiano, ha de ser un testigo fiel y fiable. “El catequista camina desde Cristo y con Cristo, no es una persona que parte de sus propias ideas y gustos, sino que se deja mirar por Jesucristo, por esa mirada que hace arder el corazón. Cuánto más toma Jesús el centro de nuestra vida, tanto más nos hace salir de nosotros mismos, nos descentra y nos hace ser próximos a los demás. Ese dinamismo del amor es como el movimiento del corazón: ‘sístole y diástole’; se concentra para encontrarse con el Señor e inmediatamente se abre, saliendo de sí por amor, para dar testimonio de Jesús y hablar de Jesús, predicar a Jesús. El ejemplo nos lo daba Él mismo: se retiraba para rezar al Padre e inmediatamente salía a los hambrientos y sedientos de Dios, para sanarlos y salvarlos. De aquí nace la importancia de la catequesis ‘mistagógica’ que es el encuentro constante con la Palabra y con los sacramentos” (Papa Francisco, Congreso Internacional sobre Catequesis del 11-14 de Julio 2017, Mensaje al Arzobispo de Resistencia en Argentina).

El catequista está muy en sintonía con la Palabra de Dios y la anuncia con alegría. Debe volver a aquel primer anuncio que cambió su vida, esto es el ‘kerygma’. Un día me preguntaba una persona que se profesaba cristiana: ¿Es necesario hablar de Jesús y de su enseñanza tal y como lo proclama la Iglesia? (Esta persona estaba muy influenciada por las ideas que fluyen en el ambiente: que la Iglesia debe progresar, que ya no tiene sentido ir a Misa, que para ser buenos no es necesario participar en los sacramentos, que hay que ser más indulgentes con el aborto y así muchísimas afirmaciones erróneas y laicistas). A lo que yo le respondí: Para ser cristiano se requiere vivir en consonancia con el Credo y con los Mandamientos de la Ley de Dios. Además se requiere creer en la Palabra de Dios, en la enseñanza de la Iglesia y participar en los sacramentos. Por eso el catequista es discípulo de Jesús. “Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad” (Sal 85). Es decir que el catequista transmite su fe con obras y con verdad. No actúa solo, sino que anuncia el mensaje en nombre de la Iglesia. Está inserto en la comunidad cristiana y actúa como portavoz de la misma.

El catequista debe ser consciente de que es un elegido y un enviado del mismo Jesús. Es una vocación de entrega y sacrificio. “En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? De manera callada o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca, el testimonio de la vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la nueva evangelización” (Papa Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 46 y 76). Como podemos comprobar el catequista no sólo es un regalo para la Iglesia sino también para la sociedad que está necesitada de amor y tiene gran sed de Dios. En la antigüedad se representaba a los catequistas, a los apóstoles, con un ánfora llena de agua que portaban, entre sus brazos, para dar de beber al sediento. Se llenaba de la fuente viva que es Cristo para después dar de beber al que estaba esperando ser saciado con el agua.

3.- En el evangelio de hoy hemos leído la vocación de Mateo. El episodio refleja un modo de actuar de Jesús, que continúa después en la Iglesia. La llamada de Cristo a seguirle es gratuita, y cada uno debe responder con agradecimiento, generosidad y prontitud. No era fácil que un publicano siguiera al Señor si no hubiera estado convencido que su disposición a seguirle iba a ser mucho más fructífera que ser recaudador de impuestos; abandona su preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas sus riquezas se adhiere al grupo del Maestro que le da más seguridad que todos los bienes terrenales por muy importantes que sean.

El Señor siempre da mucho más de lo que podemos nosotros esperar. Es generoso y siempre nos prueba para que nuestra vida siendo generosa hacia Él, sea la mejor inversión que de ella podamos hacer y por eso nos propone como a Mateo: “Sígueme” (Lc 5,28). Me sentiría muy gozoso si supiera la razón por la que todos nos hemos sentido llamados a ser catequistas. Estoy seguro que todos –un día- encontrasteis una persona, una comunidad parroquial, un movimiento eclesial… y que sutilmente oísteis una voz: “Sígueme” (Lc 5, 28). Todos estáis aquí y todos, estoy seguro, no sois catequistas por interés o por cubrir un sentimiento interior. Estáis aquí porque queréis seguir a Jesucristo y nada más que a Jesucristo. Que sepamos responder con agradecimiento, con prontitud y generosidad. “Y, dejadas todas las cosas, se levantó y le siguió” (Lc 5, 28). Que nosotros también sepamos responder con alegría al Señor que nos invita ser sus testigos.

Y así le pido y ruego: Señor Jesús, Mensajero del Padre que te envió a la tierra y eres Salvador de todos los hombres del mundo, te doy gracias por haberme elegido para la misión de anunciar tu Evangelio. / Enséñame con humildad a trabajar con alegría, a compartir con generosidad y a dar a todos el regalo de la fe que Tú me has dado con tanta abundancia. / Te pido que me ayudes en mi trabajo, que estés cerca de mi cuando hable en tu nombre, que ilumines mi mente y des fuego a mi corazón cuando cumpla con mi hermosa misión de presentar el mensaje salvador de tus hechos y de tus enseñanzas, es decir de tu Evangelio maravilloso. / Que la Virgen María me ayude a ser humilde y a cantar con gozo las Glorias de Dios y por siempre. Amén.

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