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Ante las circunstancias que hoy nos acompañan hemos de poner el acento en la labor importante y necesaria de la nueva evangelización. Podemos decir que ante los momentos difíciles, la misión se hace más urgente. Es no sólo una nueva evangelización sino también una nueva misión. Los carismas que el Espíritu Santo envía hoy tienen unas características especiales para una época que está apresada por la masificación y la influencia de los medios de comunicación. La misión o se hace en comunión y fortaleciendo el ámbito comunitario o nos vemos impotentes ante la corriente tan fuerte que viene programada y estructurada por el materialismo o por el hedonismo. En las primitivas comunidades cristianas se advertía que quien, en su vida diaria, se sentía acosado por las tentaciones de todo tipo, el mismo ambiente comunitario lo libraba si se amparaba en él. Una de las flojeras que hoy sufre el cristiano es el individualismo y el personalismo amparado en lo ideológico.

A nuevos tiempos, nuevo ardor, nueva dinámica y nuevos métodos. El Evangelio no se cierra en tiempos pasados, tan importante fue ayer como lo es hoy. El ser humano necesita la salvación de Cristo ayer, hoy y mañana. Se ha perdido la savia que da fuerza a la sociedad y se buscan remedios bajo la capa de cultura virtual. Se intenta marginar lo religioso e incluso se lo considera un peligro para la sociedad. Nos hallamos ante el diálogo con las demás denominaciones cristianas y las otras religiones. Para dar respuestas muchos piensan que lo mejor es meter a todas en una turmi y de lo que salga, eso es lo que debe predominar como religioso. La regulación de la sociedad viene marcada por las directrices y normas de los Parlamentos que legislan con un absolutismo tal que no tienen presente ni los principios de la ley natural y menos la moral o ética. Ante esta situación el ardor misionero debe ser mayor y el Evangelio -como la luz encima del celemín- debe brillar. No podemos quedarnos agachados y agazapados en lo oculto de nuestras comunidades sin anunciar con valentía el evangelio de Jesucristo. Una nueva misión en la nueva evangelización.

Convendría recordar aquí lo que nos dice la Escritura: «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos» (1 Pe 4,10-11). Para acercarnos con autenticidad y eficacia a ese mundo que no sonríe y a quien amamos de corazón, hemos de ser testigos de Cristo, de su amor y de su paz. El testimonio de vida, la actitud de servicio y amor, de alegría y disponibilidad son muy necesarios, porque, como escribió el Papa Juan Pablo II, siguiendo el pensamiento de Pontífices anteriores, que el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros.

El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños y con los que sufren. Los traumas nunca ‘llegan a buen puerto’ más bien entorpecen cualquier acción. Hoy, sin darnos cuenta, podemos dejarnos arrastrar por un pesimismo generalizado que provoca desilusión y falta de esperanza. No es justo que quien admite en su vida la voz del evangelio, se deje llevar por la desesperanza y no es justo porque amordaza, dicha voz, y admite las voces oscuras del pesimismo reinante. La esperanza es la única razón del misionero. Muchos hubieran sido unos mediocres evangelizadores y misioneros sino hubieran rasgado su alma y expuesto la misma con valentía al calor y afecto generoso de Cristo, que es la única esperanza para el hombre de ayer, de hoy y de mañana. La santidad es la razón de ser del misionero, sin ella todo se mece en el pesimismo y la desesperación; el misionero es testigo de esperanza. Todos estamos llamados a ser misioneros desde el momento que fuimos bautizados.

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