Cuando era pequeño recuerdo con mucho cariño la devoción que había en mi familia al Arcángel San Miguel. Más aún, las fiestas del pueblo, tenían como patrono a San Miguel. Leyendo un día mi partida de bautismo me impresionó que dijera: “Yo, cura párroco, bauticé solemnemente en dicha iglesia a un niño a quien puse por nombre Francisco y le di por abogado a San Miguel Arcángel”. A veces me preguntan cuando viajo y realizo las visitas pastorales en la Diócesis: “¿No le da miedo viajar?” y respondo: “Mirad aquí, en mi hombro derecho, llevo al Arcángel San Miguel”. No es una frase poética ni un talismán más o menos relajante en mi quehacer diario. Es alguien que me acompaña siempre y así le ruego todos los días al levantarme: No me dejes de tu mano y no permitas separarme del amor de Dios. En nuestra vida de cristianos es muy importante creer en los ángeles. Su existencia es una verdad de fe: “La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es un verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 328). Por eso es de suma importancia sentirnos siempre acompañados y nunca solos. Son servidores y mensajeros de Dios que nos ayudan en el recorrido de la vida.

En nuestra tierra navarra tenemos un lugar emblemático que es San Miguel de Aralar y sabemos por la tradición el gran milagro que hizo a un caballero llamado Teodosio que estaba casado con Dña. Constanza de Butrón. Poco después de casarse, Teodosio tiene que abandonar su casa para dirigir la lucha contra los árabes. Dña. Constanza quedó sola con los padres de Teodosio, a los que tuvo la deferencia de hacerles dormir en la habitación señorial, pasando ella a otra más pequeña. Cuando Teodosio volvía victorioso a su castillo, se le apareció el diablo disfrazado de Basajaun (“El Señor de los Bosques”) que le hizo creer que su mujer le engañaba con un criado. Teodosio, fuera de sí, se lanza a galope hacia su casa. Al amanecer entra en su palacio y se dirige decidido y enfurecido a su habitación matrimonial con la espada desenvainada. Entra en la alcoba y apuñala reiteradamente a las dos personas que dormían en el lecho convencido que eran su esposa y el amante de esta. Creyendo haber vengado el agravio, sale de casa y sobrecogido se encuentra con su esposa que salía de misa. Aterrado, conoce que quiénes dormían en su cama y a quienes había asesinado eran sus padres. Atemorizado por el crimen, va a Pamplona a pedir perdón al Obispo quien, horrorizado, le envía a Roma para que sea el propio Papa quien le absuelva de su pecado.

Teodosio, arrepentido, va de peregrino a Roma y el Papa le absuelve, poniéndole como penitencia el arrastrar unas gruesas cadenas hasta que por un milagro divino se le desprendieron. Esto sería el signo inequívoco del perdón divino. Teodosio, estando retirado en Aralar, un día vio salir de una sima una gran dragón que amenazaba devorarlo. Teodosio, indefenso, cayó de rodillas e imploró la protección de San Miguel, exclamando: “¡San Miguel me valga!”. En aquel momento, entre gran estrépito, apareció el Arcángel, quien mostrando la cruz sobre su cabeza venció y mató al dragón al grito: “¡Quién como Dios!” (Nor Jaungoikoa bezala). En aquel mismo momento, Teodosio quedó libre de las cadenas, perdonado por Dios, que le dio una reliquia. Ya libre volvió a su casa donde le esperaba su esposa. Y ambos, agradecidos a Dios, erigieron un Santuario al Arcángel en lo alto del monte Aralar, al que llamaron San Miguel in Excelsis. (Cfr. Historia de España en el s. XIX, vol. 6. Navarra. Santuario de San Miguel in Excelsis).

 Por este motivo y sabiendo que su Santuario es visitado por muchos fieles creyentes e incluso personas que sienten un cierto atractivo por estas tierras de Aralar, se ha pensado pedir a Roma que el Papa Francisco nos pueda conceder un Año Jubilar junto a otros Santuarios dedicados a San Miguel Arcángel. La finalidad fundamental es seguir formando nuestras conciencias y nuestras expresiones de fe para que estemos seguros que los ángeles y en este caso San Miguel aboga por nosotros y nos libera del Maligno que, como a Teodosio, nos tira la red de la mentira y el engaño. ¿Quién como Dios? Nadie como Dios. ¡San Miguel Arcángel, ruega por nosotros!

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