Santa Ana y San Joaquín ayudan y consuelan

Homilía del 26 de julio, en la Catedral de Tudela, con motivo de las fiestas de Santa Ana y San Joaquín

 

Hoy celebramos el XVII domingo del tiempo ordinario, pero esto no quita el hecho de celebrar también este recuerdo y memoria festiva especial a Santa Ana y a su esposo San Joaquín; los padres de la Virgen María y abuelos de Jesús. Son unas fiestas que nos ayudan a mirar con sentido sobrenatural el recorrido de nuestra vida. En muchos momentos, tal vez, agitados por tanto quehacer y por circunstancias especiales como el Covid19 nos encontramos desorientados y hasta perdidos en cosas que nos duelen y nos hacen sufrir. La pregunta consecuente: “¿Qué sentido tiene nuestra vida?” Y las respuestas pueden ser varias y con aparente búsqueda para posteriormente dar supuestamente en la diana. Pero no hay peor respuesta que aquel que se arroga ser dueño de sí mismo. La vida no depende de aquel que la debe solamente administrar. Depende de quien la ha creado y éste es Dios. “Pues ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor; porque vivamos o muramos, somos del Señor” (Rm 14, 7-8). La pertenencia y dependencia son de Dios. Este hecho muchas veces no se considera y ocurre que las consecuencias son muy nocivas: depresión vital, bajo rendimiento, desilusión y hasta hastío de vivir. Sólo la esperanza se afianza en Dios que da sentido a todo lo que nos ocurre y nos alienta en las circunstancias menos favorables para superarlas.

En esta época donde se nos ruega ser optimistas o, mejor digamos, esperanzados, nos encontramos con la devoción a Santa Ana y a San Joaquín. Ellos supieron poner como base fundamental de su vida la fortaleza en el amor. Cuando un tudelano se acerca a la Capilla de Santa Ana, acude con muchas alegrías o inquietudes que le preocupan; se crea un diálogo silencioso que solamente la mirada de Santa Ana sabe acoger. Los sentimientos más profundos hacen posible que se armonicen bajo la mirada de ella junto a su hija María y su nieto Jesús. ¡Qué os voy a decir de tales intimidades que sólo vosotros conocéis! Es verdad que las fiestas culturales, de sana fraternidad y diversión se han pospuesto, pero nadie nos podrá posponer la devoción a Santa Ana. A ella hoy le rogamos que nunca nos deje de su mano y nos anime y fortalezca en los momentos de alegría o de dolor.

Nunca hemos de estar tristes puesto que la tristeza tiene como base el orgullo herido. La falta de vida interior es causa de tristeza y amargura. Como cristianos encontramos el mayor gozo en aquel que nos sostiene: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 13). Pase lo que pase, suceda lo que suceda nadie nos podrá arrebatar la alegría. Las posibles dificultades que pueden presentarse en la vida no constituyen un obstáculo insalvable ni pueden ser ocasión de perder la paz y el gozo. El cristiano cuenta con la fortaleza que Dios le proporciona.  Un cristiano, como nos recordaba el evangelio, tiene una perla preciosa: “El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra” (Mt 13, 45). El tesoro se presenta de improviso, la perla supone búsqueda. En todo caso, siempre se exige generosidad por parte del hombre porque Dios “nunca falta de ayudar a quien por Él se determina a dejarlo todo” (Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección 1,2). Y me pregunto: “¿Apreciamos la perla más hermosa que es la FE y estamos dispuestos a desprendernos de tantas cosas que nos la desplazan? ¿Desechamos nuestros proyectos para que sean los proyectos de Dios que imperen en nuestra vida? ¿Estamos dispuestos a cambiar de vida: a ser más sencillos, a procurar el bien a los demás, a perdonar cuando hayamos sido ofendidos, a vivir según las leyes del amor a Dios y al prójimo? Las pandemias más nocivas son las espirituales puesto que en ellas se destruye lo más auténtico que hay en el ser humano: el sentido de la transcendencia y lo sobrenatural.

Contemplando en este día a Santa Ana y a su esposo San Joaquín espero que surja un compromiso: ausentarnos de lo banal y superficial para fortalecernos en lo que tiene un valor permanente. “El gran riesgo de la sociedad actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo de hacer el bien” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 2). Esto nos ha de hacer reflexionar para profundizar en lo que se refiere al estilo de vida que deseamos sanamente vivir, a sabiendas que la mayor terapia se basa en raíces firmes y en cimientos sólidos: la fe, la esperanza y la caridad. Dejemos que el ejemplo de Santa Ana y San Joaquín cale en nosotros. Que ellos enseñen a los ancianos, en la recta final de la vida, a ser responsables en la fe que han recibido y se preparen para la última etapa de su vida. Roguemos a María y a Jesucristo que nos muestren el camino mejor y nos ayuden a crecer en santidad que es la perfección en el amor. Hoy se cumplen 490 años de esta devoción tan arraigada en Tudela y en otras villas y pueblos de nuestra tierra de Navarra. ¡¡¡Vivan Santa Ana y San Joaquín!!!

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